La madre de todas las batallas
Por Pablo Sirvén. Al oficialismo tal vez hoy no le resulte tan difícil obtener un triunfo nacional porque en la mayoría de las provincias las sociedades K con los PJ locales languidecen o directamente se disolvieron.
Desde la expansión del imperio persa, pasando por Napoleón, hasta el ultracristinista Gabriel Mariotto, que la usó para señalar la importancia estratégica de la ley de medios durante el apogeo del reinado K, la expresión "la madre de todas las batallas" es una suerte de bandera de guerra que recurrentemente vuelve al ruedo. En este día que transitamos, la madre de todas las batallas es la provincia de Buenos Aires.
Al oficialismo tal vez hoy no le resulte tan difícil obtener un triunfo nacional porque en la mayoría de las provincias las sociedades K con los PJ locales languidecen o directamente se disolvieron. El cristinismo, por su parte, tiene su firme epicentro territorial en el conurbano y también concentra una buena parte del voto antimacrista más disperso.
Si a Cambiemos le sucede en esta elección lo mismo que al gobierno anterior en los comicios de 2009 y 2013 -que ganó a nivel nacional, pero que perdió en la provincia de Buenos Aires-, su suerte estará en riesgo. Aunque nada es definitivo: Cristina Kirchner logró en 2011 la reelección con el 54% de los votos (muerte de Néstor Kirchner mediante, un año antes), pero de 2013 en adelante todo fue un tobogán hasta la salida del poder, en 2015. Las reglas tienen sus excepciones porque, sin embargo, aun en la presidencial de ese año, Daniel Scioli le ganó en la provincia a Mauricio Macri, incluso en la segunda vuelta, aunque igual no le alcanzó para llegar a la Casa Rosada porque la suma nacional de votos lo dejó fuera de combate.
Provincia atípica e incomensurable, sin identidad global -nadie se siente bonaerense como sí los cordobeses, los tucumanos o los mendocinos-, ostenta una gran diversidad económica, social, geográfica y cultural. Muchos, eso sí, se reivindicarán como marplatenses, tandileños o matanceros, pero son individualidades locales que no se suman y funcionan con independencia unas de las otras. Aun por separado, todos los bonaerenses tienen una percepción muy fuerte de la fortaleza provincial. Un gigante con pies de barro que la política degradó al convertir al Gran Buenos Aires en zona clientelar, porque allí fueron a parar en busca de trabajo pobladores de otras provincias insustentables económicamente y de países vecinos, carne de cañón de los populismos de turno, sin posibilidad de puestos de calidad desde hace más de un cuarto de siglo. Como si fuera poco, llegaron los narcos y la inseguridad.
Más complejidades a tener en cuenta: hay una ciudad llamada igual que al federalizarse no es parte de ella desde 1880. Pero cuando se observa el mapa, Buenos Aires capital está rodeada por la provincia de idéntico nombre. Y en ese anillo que la circunda -el conurbano- se acumula el 40% del padrón electoral. Incluso con sus notables diferencias socioeconómicas con la Capital Federal, y dentro del mismo GBA, entre las zonas norte y sur, todo el conjunto funciona como una misma unidad mediática de alto impacto y concentración que irradia con sus medios "nacionales" hacia el resto del país. Así, el conflicto docente bonaerense adquirió una dimensión política y de permanencia en la vidriera mediática que no tiene ni por casualidad el mismo episodio agravado en Santa Cruz, donde las clases nunca comenzaron. Estar lejos territorialmente de los centros de poder favorece una mayor impunidad (el feudalismo profundo de varias provincias).
La capital y el conurbano tienen entre sí comportamientos más similares que los que hay entre el GBA y el resto de la provincia. El tiempo que insumen en desplazarse de un lugar a otro y su afición por ir a comer afuera, entre otras costumbres bien cosmopolitas, asemejan a los porteños y a los bonaerenses cercanos que, además, consumen la misma dieta mediática. En el interior de la provincia los tiempos son otros, lo urbano cede paso a lo rural y hasta permanece la tradición de la siesta. Además, sus propios influyentes medios locales les hablan de la realidad más próxima que los circunda.
La principal ciudad del país suele ser mayoritariamente no justicialista, al revés que el conurbano, que tiene un voto peronista muy firme -cuanto más vulnerable la zona, más permea el discurso de las soluciones mágicas y es indiferente al tema de la corrupción-, en tanto que hay un gran ascendente radical en el resto de la provincia de Buenos Aires. Y eso no varía mucho de una elección a otra.
La fuerza que hoy gane en las urnas de ese distrito contará a su favor con una percepción social y mediática muy fuerte como para poner en aprietos a la expresión política que quede en segundo plano. O, al menos, para acicatearla de tal manera que se lance a intentar dar vuelta agresivamente esos resultados con vistas a las elecciones definitivas de octubre. Algo de esto se vio en estos últimos días, particularmente en el crescendo del discurso amistoso, pero cada vez más inflamado, de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, que desembocó en su vibrante alegato final, el jueves, en Intratables, una pieza mediática antológica de la que se hablará por años. Si el oficialismo llegase a ganar cuando hoy se abran las urnas, ese episodio será tomado como el ícono antagónico del "cajón de Herminio" que, en 1983, terminó de sepultar las chances del PJ.
Opinión de Pablo Sirvén para La Nación
Al oficialismo tal vez hoy no le resulte tan difícil obtener un triunfo nacional porque en la mayoría de las provincias las sociedades K con los PJ locales languidecen o directamente se disolvieron. El cristinismo, por su parte, tiene su firme epicentro territorial en el conurbano y también concentra una buena parte del voto antimacrista más disperso.
Si a Cambiemos le sucede en esta elección lo mismo que al gobierno anterior en los comicios de 2009 y 2013 -que ganó a nivel nacional, pero que perdió en la provincia de Buenos Aires-, su suerte estará en riesgo. Aunque nada es definitivo: Cristina Kirchner logró en 2011 la reelección con el 54% de los votos (muerte de Néstor Kirchner mediante, un año antes), pero de 2013 en adelante todo fue un tobogán hasta la salida del poder, en 2015. Las reglas tienen sus excepciones porque, sin embargo, aun en la presidencial de ese año, Daniel Scioli le ganó en la provincia a Mauricio Macri, incluso en la segunda vuelta, aunque igual no le alcanzó para llegar a la Casa Rosada porque la suma nacional de votos lo dejó fuera de combate.
Provincia atípica e incomensurable, sin identidad global -nadie se siente bonaerense como sí los cordobeses, los tucumanos o los mendocinos-, ostenta una gran diversidad económica, social, geográfica y cultural. Muchos, eso sí, se reivindicarán como marplatenses, tandileños o matanceros, pero son individualidades locales que no se suman y funcionan con independencia unas de las otras. Aun por separado, todos los bonaerenses tienen una percepción muy fuerte de la fortaleza provincial. Un gigante con pies de barro que la política degradó al convertir al Gran Buenos Aires en zona clientelar, porque allí fueron a parar en busca de trabajo pobladores de otras provincias insustentables económicamente y de países vecinos, carne de cañón de los populismos de turno, sin posibilidad de puestos de calidad desde hace más de un cuarto de siglo. Como si fuera poco, llegaron los narcos y la inseguridad.
Más complejidades a tener en cuenta: hay una ciudad llamada igual que al federalizarse no es parte de ella desde 1880. Pero cuando se observa el mapa, Buenos Aires capital está rodeada por la provincia de idéntico nombre. Y en ese anillo que la circunda -el conurbano- se acumula el 40% del padrón electoral. Incluso con sus notables diferencias socioeconómicas con la Capital Federal, y dentro del mismo GBA, entre las zonas norte y sur, todo el conjunto funciona como una misma unidad mediática de alto impacto y concentración que irradia con sus medios "nacionales" hacia el resto del país. Así, el conflicto docente bonaerense adquirió una dimensión política y de permanencia en la vidriera mediática que no tiene ni por casualidad el mismo episodio agravado en Santa Cruz, donde las clases nunca comenzaron. Estar lejos territorialmente de los centros de poder favorece una mayor impunidad (el feudalismo profundo de varias provincias).
La capital y el conurbano tienen entre sí comportamientos más similares que los que hay entre el GBA y el resto de la provincia. El tiempo que insumen en desplazarse de un lugar a otro y su afición por ir a comer afuera, entre otras costumbres bien cosmopolitas, asemejan a los porteños y a los bonaerenses cercanos que, además, consumen la misma dieta mediática. En el interior de la provincia los tiempos son otros, lo urbano cede paso a lo rural y hasta permanece la tradición de la siesta. Además, sus propios influyentes medios locales les hablan de la realidad más próxima que los circunda.
La principal ciudad del país suele ser mayoritariamente no justicialista, al revés que el conurbano, que tiene un voto peronista muy firme -cuanto más vulnerable la zona, más permea el discurso de las soluciones mágicas y es indiferente al tema de la corrupción-, en tanto que hay un gran ascendente radical en el resto de la provincia de Buenos Aires. Y eso no varía mucho de una elección a otra.
La fuerza que hoy gane en las urnas de ese distrito contará a su favor con una percepción social y mediática muy fuerte como para poner en aprietos a la expresión política que quede en segundo plano. O, al menos, para acicatearla de tal manera que se lance a intentar dar vuelta agresivamente esos resultados con vistas a las elecciones definitivas de octubre. Algo de esto se vio en estos últimos días, particularmente en el crescendo del discurso amistoso, pero cada vez más inflamado, de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, que desembocó en su vibrante alegato final, el jueves, en Intratables, una pieza mediática antológica de la que se hablará por años. Si el oficialismo llegase a ganar cuando hoy se abran las urnas, ese episodio será tomado como el ícono antagónico del "cajón de Herminio" que, en 1983, terminó de sepultar las chances del PJ.
Opinión de Pablo Sirvén para La Nación