Yira, El Ángel, yira
Espanto digno, atributo de la creación. Reproduce la estética desagradable que impresiona.
Escribe Oberdan Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
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Goya, Caravaggio y radicales
"Si los radicales se van, Macri fue".
"No pueden dejarlo a Macri como a De la Rúa".
"Los únicos que se quieren ir son Alfonsín y Storani".
Artistas geniales supieron espantarse por las derivaciones de sus obras.
Goya, por su Saturno horriblemente devorador. Caravaggio, por su Medusa con cabellera de serpientes.
Espanto digno, atributo de la creación. Reproduce la estética desagradable que impresiona.
El espanto creador, en política, es -al contrario- indigno. Tiene relación estricta con la oportunidad. Su derivado es el oportunismo.
Cuando el gobierno que se ayuda a gestar funciona bien y gana elecciones, enorgullece y se lo sigue.
Cuando el gobierno que se ayudó a gestar falla y amaga con desmoronarse, se reproduce el deseo de huir.
Rajarse, estilo Chacho.
Liberarse de la carga despreciable de "hacerse cargo".
"La obra, radicales, esto, les pertenece".
Carolina Mantegari
En 2015, por tercera vez, con el estandarte de Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, los radicales vencieron al peronismo.
Es el sentido técnico del Tercer Gobierno Radical.
Entre globos festivos y bailongos contagiosos el Ángel amontonaba éxitos e imperaba en las encuestas. Mientras tanto, los radicales complementarios saboreaban los insuficientes caramelos de madera (espolvoreados con azúcar impalpable).
Desde la caída de Fernando De la Rúa, El Traicionable, que venían mal, en baja. En "falsa escuadra". No supieron cotizar el indispensable producto que le aportaban al Colectivo Cambiemos. La territorialidad.
Los radicales facilitaron el acceso al poder de los nuevos conservadores.
Neo-cons amparados en la potencia del Ángel, una celebridad. O un celebrity. Excelente producto de exportación que muy pronto iba a desperdiciarse.
El insumo sustancial de la transparencia completaba el cóctel. Mercadería valiosa aportada por la doctora Carrió, La Demoledora, junto a su plantel de sicarias temibles (que también se iban a desperdiciar).
Los radicales "progresistas", que asistían a las asambleas de la Internacional Socialista, debieron habituarse a saberse menoscabados por los neo-cons.
CEOs que no les brindaban la menor importancia. Aunque algunas mañanas convocaban a los gastados líderes a las reuniones de conducción de la ilusoria mesa chica (que no existía). Donde el Premier Marcos Peña, El Pibe de Oro, solía escucharlos. Con la respetuosa atención en la mirada, mientras tomaba notas destinadas al canasto del olvido. Porque nunca les hacía caso. En nada.
En el tercer año, el TGR inició la pendiente del lícito desgaste que derivó en declinación. Cuesta abajo. "La suerte es grela".
El Ángel ahora andaba mal, "sin fe". Y por "la indiferencia del mundo" (que para colmo lo estimulaba con palmaditas) se entregó a la conducción del Fondo Monetario Internacional. Sin siquiera consultar a los socios radicales, que iban a enterarse de la salvadora capitulación por los diarios. Cuando ya dejaban de sentir el gusto dulzón de los caramelos (de madera).
De aquí a la reacción quejosa faltaba un mero paso, un trámite vulgar. En adelante los radicales pretendían que fuera realidad el cuento del Tercer Gobierno Radical. Para que el gobierno también les perteneciera.
En plena fragilidad del Ángel, los radicales desplegaban el rosario de recriminaciones. Con la voluntad de estar cerca del timón. Aunque se les viniera, de frente, la borrasca.
Riesgo Lavagna
Para los dos pesados de Mendoza -el difícil Alfredo Cornejo, Cornejito, y el paciente Ernesto Sanz, la Eterna Esperanza Blanca- ya es tarde para confortarlos con la zanahoria de la vicepresidencia que nunca, probablemente, vayan a entregarles.
"Prefieren discutir temas de fondo". Como el rumbo, o el sentido, o el negocio político de continuar en la coalición.
Pero gracias a La Esfinge, Roberto Lavagna, Nuestro Adenauer, que desde la nada abrió una nueva ventanilla (para pagar, nunca para cobrar), los radicales recuperaron en Cambiemos cierta consideración.
Por el ostensible temor a que los radicales, pese a la placidez del estado físico, claven la garrocha en la calle Balcarce y salten, sin mayor estilo, hacia los pagos de Saavedra. Al costado de la General Paz.
Es donde La Esfinge, sin sandalias, elabora minuciosamente el consenso para salvar a la Argentina de la adolescencia perpetua.
Nuestro Adenauer -Lavagna- ofrece la ventaja cultural de ser el estadista reversible. El radical de los peronistas y el peronista de los radicales.
Atributo que fascinó a Eduardo Duhalde, El Piloto de las Tormentas (generadas) y al recatado hacedor de presidentes, Luis Barrionuevo, El Bandeja.
El Bandeja le sirvió en bandejada, a La Esfinge, el surtido de gremialistas que reivindican la "gloriosa Juventud Sindical".
El "Riesgo Lavagna", para el Ángel, es entonces tan sensible como el Riesgo País. O el extendido florecimiento del Plan V.
El Riesgo Lavagna motiva que el Ángel -ante el horror del pensador Jaime Durán Barba, El Equeco-, decida hacerles mimitos a los radicales. Para colocar, en la mesa, un caramelo de verdad.
La vicepresidencia puede entretenerlos durante un par de semanas, mientras el Ángel -si los chacareros la ponen en bloque-, trata de recuperarse. Para respirar un poco y percibir que no todo, en el fondo, es mentira.
Y que su suerte importa. Porque aún se encuentra en condiciones de esperar "una ayuda, una mano, un favor". Así se trate de una "solución mágica".
"Yira, el Ángel, Yira".
Final con espejitos
Mimar a los radicales es la manera indirecta de asumir que en materia de conservación de poder (que se esfuma) atraviesa por una instancia deprimente.
Sabe que a sus espaldas le miden "las pilchas". Los atributos del poder que va a dejar.
Mientras se derrumba en las encuestas, entre pretextos y carencia de ideas, se subraya la conveniencia de recurrir al Plan V. A pesar de la reticencia de la señora María Eugenia, Sor Vidal, La Chica de Flores de Girondo.
Para quebrar el brote desde la raíz el Ángel se trasladó hacia el histórico complejo de Chapadmalal, a los efectos de sacarse una selfie. Fue la portada de los grandes diarios que ya no saben de qué forma sostenerlo. Se les cae desde las primeras planas.
La visión del futuro deja de ser venturosa. Recrea la calentura anímica para inyectar migajas de optimismo en cuerpos vaciados de fe, muy influidos por la metafísica de Enrique Santos Discépolo.
Es para compadecerlo al Ángel. Como a los seguidores de su cuestión de fe. Los que no se animan a decirle que, de no cambiar de verdad, "están para la cochería". Porque, desde el borde de la ciénaga, dejan de creer que "este sea el único camino". Que no haya atajos.
Debe compadecerse, por último, a los radicales, que repentinamente se entusiasman por el Riesgo Lavagna. Por la miserable adquisición de los espejitos de colores que antes, en aquellos ochenta, vendían.