Ya le hemos perdido el miedo a la soledad
*Por Teresita Ferrari. La palabra soledad significa con el sol adentro. A muchos, sólo nombrarla los estremece. Tiene una carga histórica llena de negrura y sordidez a pesar de un significado luminoso.
La realidad marca que los que la aceptaron más allá de las marcas negativas son millones en todo el mundo , tal vez un grupo más importante en números que el de los fans del fútbol.
Este colectivo crece día a día , en Europa más de 170 millones de personas tienen hogares mono parentales. El Censo Nacional realizado en la Argentina en octubre de 2010 mostró que cuatro de cada diez porteños vive solo, en su mayoría, por elección.
Ser single en este mundo ya no es un sino trágico sino más bien una opción. Más allá de las tesis y estudios que se hagan acerca de la cantidad de solos y sus razones para estarlo hay una verdad no considerada: los solos están eligiendo no cumplir con mandatos que indicaban que, a cierta edad, había que casarse, tener hijos, sacar patente de familiero o ser un paria sin destino.
Muchos hicieron ese camino y finalmente quisieron tener todo el espacio para sí . La cama grande toda entera, silencio a la hora del desayuno, libertad para irse de vacaciones, comprar o simplemente caerse para adentro sin dar explicaciones.
Es la opción tomada en libertad la que vale más allá del miedo a la mirada de quienes no se atreven . No hay nadie más solo que aquel que transcurre una vida entera al lado de alguien a quien ya no quiere. Otros, después de haber armado una familia y concluido el ciclo dijeron basta y optaron por dejarse llevar sin compañía amorosa.
El idioma castellano, riquísimo, tiene el verbo ser y el estar.
Se puede ser solo y tener una buena compañía y estar solo sin necesitarla . El solo del siglo XXI puede tener la familia elegida, ese grupo de pertenencia al que no lo une la sangre ni las obligaciones sino el más verdadero de los afectos y el respeto de la elección, los amigos, vecinos, compañeros de trabajo.
La tecnología es una aliada de quienes deciden vivir solos, es una manera instantánea de contactar, intercambiar información y encontrarse aunque no medien caricias y miradas in situ.
Es la pérdida del miedo a la soledad lo que muestra la diferencia entre los solos de otra época estigmatizados con nombres aborrecibles como solterones, raros, locos y otros adjetivos excluyentes, lo que cambió.
Hacer una familia no es un valor en sí mismo cuando se trata de buscar plenitud y hacer esa familia no le quita a nadie su condición de egoísta y egocéntrico si lo es, algo que también le endilgan al solo. Muchos tienen esa familia para cumplir con la retórica de una sociedad que no se anima a aceptar la libertad de quienes quiebran sus reglas para darse plenitud a sí mismos. Los solos trabajan, producen y gastan. Pagan sus impuestos, se integran a grupos, crean obras de arte, votan y son felices.
En una columna publicada en esta misma sección, Roxana Kreimer, doctora en Ciencias Sociales y licenciada en filosofía, aduce que la pérdida del espacio público como lugar de encuentro lleva a una soledad no querida.
La soledad no es de fuera hacia adentro. Es al revés.
La soledad se elige tal vez por experiencias anteriores que no se quieren repetir, por la mayor libertad con que se mira al mundo y a las evoluciones de las sociedades que permiten ser solo sin complejos.