¿Y si Cristina fuera más un peso que un alivio?
La convergencia de la crisis económica y de los escándalos de corrupción espoleó a varios encuestadores a revisar sus previsiones.
Extraído de La Nación
Por Joaquín Morales Solá
Hace pocos días, la firma de un juez en una orden de allanamiento desbarató la imagen de un gobierno todopoderoso. La semana pasada, la conducción económica decidió una reestructuración acotada de la deuda pública porque estima que los dólares podrían escasear aún más en el próximo año. La convergencia de la crisis económica y de los escándalos de corrupción espoleó a varios encuestadores a revisar sus previsiones. ¿Y si el actual triunfalismo de la Presidente y sus seguidores fuera demasiado optimista? ¿Y si las benévolas encuestas de ahora fueran muy pasajeras? ¿Y si el nombre de Cristina Kirchner fuera dentro de un año más un peso que un alivio? Un Gobierno que ha convertido el capricho en política es siempre vulnerable. Tiene, además, sobrevaluada la autoestima: está predispuesto a hacer una bella película de la fotografía de un instante feliz.
El candidato oficialista que sobresale es, sin dudas, Daniel Scioli. Se destaca, más que nada, porque es el único entre los precandidatos del cristinismo que podría recibir la transferencia total de votos de parte de la Presidente. Ella tendrá siempre el control de entre el 20 y el 25 de los votos nacionales, según la certeza de muchos encuestadores. Ningún presidente que ejerció el poder durante un largo tiempo y que hizo reformas, buenas o malas, se va dejando sólo la nada. Sucedió con el radicalismo de Raúl Alfonsín, aun después de la hiperinflación, y con Carlos Menem, luego de la crisis del endeudamiento nacional y de los muchos casos de corrupción que aún lo tienen de visitante asiduo en los tribunales. Tanto Alfonsín como Menem conservaron alrededor del 25 por ciento de los votos nacionales en la primera elección luego de que se fueron. Ninguno de los dos, es cierto, pudo atraer más votos que ese núcleo duro, aunque significativo, de adhesiones.
El primer problema que tiene Scioli es demostrar que su propuesta de continuidad con cambio no será sólo la continuidad a secas. El gobernador viró en las últimas semanas de un cristinismo light hacia un cristinismo puro y duro. Scioli suele decir que él necesita la candidatura presidencial y que eso sólo se lo puede dar Cristina Kirchner, porque tiene el liderazgo del Frente para la Victoria. Scioli confía en que la sociedad sabrá discernir las diferencias de estilo, e incluso de ideas, que hay entre él y el kirchnerismo. Es decir, cree en la posibilidad cierta de un matrimonio por conveniencia y no por cariño. Ni él se identifica con el cristinismo más cerril ni Cristina lo elegiría a él por convicción.
El problema de Scioli es que siempre es poco lo que él ofrece. De hecho, en los últimos días el oficialismo lo criticó sólo porque había asistido a un acto de kirchneristas y no había expresado una adhesión pública a la Presidente por el allanamiento del juez Claudio Bonadio. No obstante, Scioli sí había cuestionado a Bonadio cuando éste hurgó en la oficina de la empresa presidencial. Es evidente que al gobernador le cuesta acomodarse al creciente estalinismo de la facción gobernante.
Con todo, la duda que plantea Scioli no es sobre él, sino sobre lo que él arrastraría en una eventual administración a su cargo. Hasta hace algunos meses, por ejemplo, el cristinismo había decidido no imponerle candidato a vicepresidente (aunque podría siempre ejercer su derecho a veto) ni obligarlo a nombrar a ciertos ministros en un gabinete nacional bajo su presidencia. Eso cambió. La ratonera judicial en la que se encuentra el oficialismo lo empujó a éste a revolear candidatos vicepresidenciales sin haber decidido antes sobre un postulante a presidente.
Un posible vicepresidente no es el peor problema. El mayor conflicto, o la mayor amenaza, lo constituirían las listas de legisladores nacionales, que el cristinismo se reservó para uso exclusivo. Si lograra retener la primera minoría en el Congreso, ninguna de las leyes que se están sancionando a las corridas, con increíble voracidad de poder, podría ser fácilmente postergada o modificada por un gobierno bendecido por Cristina Kirchner. Ni el Código Civil ni el Procesal Penal ni el probable Código Penal, entre varias leyes más.
Hay una confusión entre políticos y analistas cuando suponen que el cristinismo es el histórico peronismo, capaz de servir con eficacia y sumisión a sucesivos líderes. Olvidan que el cristinismo no tiene experiencia peronista y que está empapado de un fuerte contenido ideológico, que bordea el fanatismo.
Tal vez sea injusto, pero el problema más serio de Sergio Massa es su decisión de colocarse en el medio: ni excesivamente opositor ni oficialista. Un vuelco inoportuno podría ser una catástrofe para él. Según casi todas las mediciones de opinión pública, la mayor duda social sobre Massa refiere a si es, realmente, un antikirchnerista. O si, llegado el caso, no será demasiado flexible a una reconciliación con el kirchnerismo. Su distanciamiento es demasiado reciente para el trazo grueso de la sociedad.
No obstante, el kirchnerismo lo entrevé como su mayor enemigo. Empleados de la ex SIDE pidieron a un juez que permitiera a dos policías cambiar su declaración sobre el asalto que Massa sufrió en su casa. El acusado es un prefecto que contaba con la confianza del gobierno nacional. El juez se negó. Massa lo sabe. Otro enviado del espionaje pidió a un juez federal que atenuara la condena de un detenido, porque éste se había comprometido a inculpar a Massa en actos delictivos. Massa también lo sabe.
Mauricio Macri tiene una ventaja y una desventaja. Nadie lo asociará nunca con el kirchnerismo. No es peronista y ganó todas las elecciones porteñas como opositor al gobierno nacional. Su discurso y sus ideas son exactamente el reverso de lo que existió en los últimos diez años. Puede hasta darse el lujo de fotografiarse con Cristina Kirchner sin correr el riesgo de provocar confusión política. El crecimiento de su candidatura en los últimos meses se debe, fundamentalmente, a esa clara diferencia con la política, la ideología y la cultura de la última década. Su problema aparecerá el día después. Aun en la mejor de las elecciones que pueda hacer, la representación parlamentaria macrista será insuficiente en el próximo período. Macri estará obligado a nombrar un gobierno de coalición para integrar en la administración a otros sectores políticos con representación parlamentaria. Quizás ése es el mejor motivo para ensayar un acuerdo electoral con UNEN, que ya ni los radicales díscolos descartan. "Esperemos hasta marzo. Todo se volverá a discutir si existiera la mínima posibilidad de un triunfo en primera vuelta del Gobierno o si nosotros siguiéramos cayendo en las encuestas", dice un radical reacio hasta hace poco a negociar con Macri.
Massa y Macri cuentan a su favor con los estropicios políticos del cristinismo. Scioli podría ser su víctima. El triple empate actual lo terminará definiendo el comportamiento final del Gobierno, como sucede en las elecciones en cualquier lugar del mundo. Lo único novedoso del gobierno de Cristina es que no aprende de ningún error pasado.
Ya construyeron un héroe judicial con el fiscal José María Campagnoli, cuando éste investigó a Lázaro Báez. La opinión pública le impidió al Gobierno cortarle la cabeza al fiscal. Están confeccionando otro héroe con Bonadio, el juez federal que menos simpatía le tiene al oficialismo. Otro hombre duro y peligroso está entre bambalinas. Es el fiscal de la causa por los hoteles presidenciales, Carlos Stornelli, el mismo fiscal que puso preso a Menem. Bonadio, Stornelli y la economía podrían estropear la foto y la película de la algarabía cristinista, tal vez prematura, quizá perecedera.
Por Joaquín Morales Solá
Hace pocos días, la firma de un juez en una orden de allanamiento desbarató la imagen de un gobierno todopoderoso. La semana pasada, la conducción económica decidió una reestructuración acotada de la deuda pública porque estima que los dólares podrían escasear aún más en el próximo año. La convergencia de la crisis económica y de los escándalos de corrupción espoleó a varios encuestadores a revisar sus previsiones. ¿Y si el actual triunfalismo de la Presidente y sus seguidores fuera demasiado optimista? ¿Y si las benévolas encuestas de ahora fueran muy pasajeras? ¿Y si el nombre de Cristina Kirchner fuera dentro de un año más un peso que un alivio? Un Gobierno que ha convertido el capricho en política es siempre vulnerable. Tiene, además, sobrevaluada la autoestima: está predispuesto a hacer una bella película de la fotografía de un instante feliz.
El candidato oficialista que sobresale es, sin dudas, Daniel Scioli. Se destaca, más que nada, porque es el único entre los precandidatos del cristinismo que podría recibir la transferencia total de votos de parte de la Presidente. Ella tendrá siempre el control de entre el 20 y el 25 de los votos nacionales, según la certeza de muchos encuestadores. Ningún presidente que ejerció el poder durante un largo tiempo y que hizo reformas, buenas o malas, se va dejando sólo la nada. Sucedió con el radicalismo de Raúl Alfonsín, aun después de la hiperinflación, y con Carlos Menem, luego de la crisis del endeudamiento nacional y de los muchos casos de corrupción que aún lo tienen de visitante asiduo en los tribunales. Tanto Alfonsín como Menem conservaron alrededor del 25 por ciento de los votos nacionales en la primera elección luego de que se fueron. Ninguno de los dos, es cierto, pudo atraer más votos que ese núcleo duro, aunque significativo, de adhesiones.
El primer problema que tiene Scioli es demostrar que su propuesta de continuidad con cambio no será sólo la continuidad a secas. El gobernador viró en las últimas semanas de un cristinismo light hacia un cristinismo puro y duro. Scioli suele decir que él necesita la candidatura presidencial y que eso sólo se lo puede dar Cristina Kirchner, porque tiene el liderazgo del Frente para la Victoria. Scioli confía en que la sociedad sabrá discernir las diferencias de estilo, e incluso de ideas, que hay entre él y el kirchnerismo. Es decir, cree en la posibilidad cierta de un matrimonio por conveniencia y no por cariño. Ni él se identifica con el cristinismo más cerril ni Cristina lo elegiría a él por convicción.
El problema de Scioli es que siempre es poco lo que él ofrece. De hecho, en los últimos días el oficialismo lo criticó sólo porque había asistido a un acto de kirchneristas y no había expresado una adhesión pública a la Presidente por el allanamiento del juez Claudio Bonadio. No obstante, Scioli sí había cuestionado a Bonadio cuando éste hurgó en la oficina de la empresa presidencial. Es evidente que al gobernador le cuesta acomodarse al creciente estalinismo de la facción gobernante.
Con todo, la duda que plantea Scioli no es sobre él, sino sobre lo que él arrastraría en una eventual administración a su cargo. Hasta hace algunos meses, por ejemplo, el cristinismo había decidido no imponerle candidato a vicepresidente (aunque podría siempre ejercer su derecho a veto) ni obligarlo a nombrar a ciertos ministros en un gabinete nacional bajo su presidencia. Eso cambió. La ratonera judicial en la que se encuentra el oficialismo lo empujó a éste a revolear candidatos vicepresidenciales sin haber decidido antes sobre un postulante a presidente.
Un posible vicepresidente no es el peor problema. El mayor conflicto, o la mayor amenaza, lo constituirían las listas de legisladores nacionales, que el cristinismo se reservó para uso exclusivo. Si lograra retener la primera minoría en el Congreso, ninguna de las leyes que se están sancionando a las corridas, con increíble voracidad de poder, podría ser fácilmente postergada o modificada por un gobierno bendecido por Cristina Kirchner. Ni el Código Civil ni el Procesal Penal ni el probable Código Penal, entre varias leyes más.
Hay una confusión entre políticos y analistas cuando suponen que el cristinismo es el histórico peronismo, capaz de servir con eficacia y sumisión a sucesivos líderes. Olvidan que el cristinismo no tiene experiencia peronista y que está empapado de un fuerte contenido ideológico, que bordea el fanatismo.
Tal vez sea injusto, pero el problema más serio de Sergio Massa es su decisión de colocarse en el medio: ni excesivamente opositor ni oficialista. Un vuelco inoportuno podría ser una catástrofe para él. Según casi todas las mediciones de opinión pública, la mayor duda social sobre Massa refiere a si es, realmente, un antikirchnerista. O si, llegado el caso, no será demasiado flexible a una reconciliación con el kirchnerismo. Su distanciamiento es demasiado reciente para el trazo grueso de la sociedad.
No obstante, el kirchnerismo lo entrevé como su mayor enemigo. Empleados de la ex SIDE pidieron a un juez que permitiera a dos policías cambiar su declaración sobre el asalto que Massa sufrió en su casa. El acusado es un prefecto que contaba con la confianza del gobierno nacional. El juez se negó. Massa lo sabe. Otro enviado del espionaje pidió a un juez federal que atenuara la condena de un detenido, porque éste se había comprometido a inculpar a Massa en actos delictivos. Massa también lo sabe.
Mauricio Macri tiene una ventaja y una desventaja. Nadie lo asociará nunca con el kirchnerismo. No es peronista y ganó todas las elecciones porteñas como opositor al gobierno nacional. Su discurso y sus ideas son exactamente el reverso de lo que existió en los últimos diez años. Puede hasta darse el lujo de fotografiarse con Cristina Kirchner sin correr el riesgo de provocar confusión política. El crecimiento de su candidatura en los últimos meses se debe, fundamentalmente, a esa clara diferencia con la política, la ideología y la cultura de la última década. Su problema aparecerá el día después. Aun en la mejor de las elecciones que pueda hacer, la representación parlamentaria macrista será insuficiente en el próximo período. Macri estará obligado a nombrar un gobierno de coalición para integrar en la administración a otros sectores políticos con representación parlamentaria. Quizás ése es el mejor motivo para ensayar un acuerdo electoral con UNEN, que ya ni los radicales díscolos descartan. "Esperemos hasta marzo. Todo se volverá a discutir si existiera la mínima posibilidad de un triunfo en primera vuelta del Gobierno o si nosotros siguiéramos cayendo en las encuestas", dice un radical reacio hasta hace poco a negociar con Macri.
Massa y Macri cuentan a su favor con los estropicios políticos del cristinismo. Scioli podría ser su víctima. El triple empate actual lo terminará definiendo el comportamiento final del Gobierno, como sucede en las elecciones en cualquier lugar del mundo. Lo único novedoso del gobierno de Cristina es que no aprende de ningún error pasado.
Ya construyeron un héroe judicial con el fiscal José María Campagnoli, cuando éste investigó a Lázaro Báez. La opinión pública le impidió al Gobierno cortarle la cabeza al fiscal. Están confeccionando otro héroe con Bonadio, el juez federal que menos simpatía le tiene al oficialismo. Otro hombre duro y peligroso está entre bambalinas. Es el fiscal de la causa por los hoteles presidenciales, Carlos Stornelli, el mismo fiscal que puso preso a Menem. Bonadio, Stornelli y la economía podrían estropear la foto y la película de la algarabía cristinista, tal vez prematura, quizá perecedera.