Wikileaks y la profesión del periodista
*Por: Mario Diament. Más allá de las tribulaciones legales de Julian Assange, uno debe agradecerle a Wikileaks el haberle recordado al mundo el propósito fundamental de la profesión periodística, que es el de difundir aquello que los poderosos se empeñan en ocultar.
La enunciación de este objetivo es simple, pero su ejecución, a lo largo de la historia, ha costado a muchos periodistas la estigmatización, la persecución, la prisión y la muerte.
Tanto empeño por silenciar a la prensa es, de por sí, una admisión de la gravedad de lo que se desea encubrir. Napoleón proclamaba que le temía más a tres diarios que a cien bayonetas y es por esa misma inquietud que el primer acto de cualquier gobierno autoritario es, generalmente, amordazar a la prensa.
Tal vez la existencia de una prensa libre no sea suficiente para garantizar la democracia, pero lo que es seguro es que no hay democracia legítima sin una prensa libre. Y por prensa libre no debe entenderse una prensa monacal e impoluta: la Constitución Nacional garantiza la libertad de publicar sin censura previa y no hace reclamos de calidad, intención y objetividad.
La misma libertad de que goza la prensa de publicar, la tiene el público de creer y aceptar lo que lee, ve y escucha. Raramente una campaña de prensa a convencido a la gente de algo que la gente no quería creer. Para la gran mayoría del público, las revelaciones contenidas en los más de 350.000 documentos difundidos por Wikileaks no significan gran cosa.
A lo sumo, la picardía de enterarse lo que la diplomacia norteamericana piensa de algunos políticos. Pero su exposición ha permitido descorrer el velo de las pequeñas y grandes negociaciones que los gobiernos hacen a espaldas de la gente, y de eso se ocupa el periodismo. Esta clarificación es particularmente importante en la Argentina de hoy, donde desde hace un tiempo la prensa está siendo objeto de de persistentes ataques y cuestionamientos desde diversos sectores del gobierno, los que la acusan de tendenciosa, manipulativa y mal intencionada.
La más reciente de estas embestidas provino del nuevo presidente de Télam, Martín García, quien afirmó en declaraciones al diario La Nación: “Los (periodistas) profesionales son como las prostitutas, escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan. Los militantes, en cambio, escribimos la verdad al servicio del pueblo. Soy primero militante, después periodista”.
Acto seguido, anunció que se propone imprimirle a la agencia estatal de noticias “una impronta nacional, popular y patriótica”. Uno no sabría por dónde empezar a despellejar esta gallina. Tal vez el primer paso sea recordar los fundamentos del decreto fundacional de Télam, que establece: “El pluralismo informativo debe ser asumido en su sentido más amplio y abarcativo. El Estado debe promover el pluralismo en la información en tanto está entre sus obligaciones asegurar que todos los sectores puedan expresarse”.
En cuanto al reclamo de “una impronta nacional, popular y patriótica”, uno no puede dejar de recordar que es la misma frase que utilizan los flamantes comisarios culturales en todas las películas sobre los nazis.
Cuando el general Teófilo Goyret interventor del diario La Opinión, designado por el gobierno militar, me preguntó por qué renunciaba con su llegada (desde el secuestro de su director, Jacobo Timerman, yo conducía interinamente el diario) le respondí, entre todas las posibles razones, que lo hacía porque consideraba que un diario en manos del gobierno es la desnaturalización del periodismo. ¿Cómo esperar justicia si los jueces son nombrados por los procesados? ¿Qué información creíble puede esperarse de periodistas cuya única misión es defender las acciones del gobierno?
En las democracias, los gobernantes disponen de una variedad de recursos poderosos para informar sobre sus actos, sin necesidad de que se conviertan en propietarios de medios, financien publicaciones adictas o pongan a la televisión o a la radio en cadena.
Pueden convocar a conferencias de prensa y responder a las preguntas de la prensa. El periodismo es una profesión imperfecta y sujeta a todos los avatares de las profesiones humanas: puede ser ejercido con mayor o menor conciencia, con mayor o menor responsabilidad, con mayor o menor probidad y puede, muchas veces, tener la mirada puesta más en la caja registradora que en la verdad.
Pero las sociedades donde el periodismo independiente fue silenciado han sido invariablemente víctimas de regímenes siniestros, crueles y opresivos. Tal vez la conclusión más importante del escándalo Wikileaks y del debate de lo que la prensa es y debe ser, es lo que la prensa no puede ser: la prensa no puede ser complaciente.
Tanto empeño por silenciar a la prensa es, de por sí, una admisión de la gravedad de lo que se desea encubrir. Napoleón proclamaba que le temía más a tres diarios que a cien bayonetas y es por esa misma inquietud que el primer acto de cualquier gobierno autoritario es, generalmente, amordazar a la prensa.
Tal vez la existencia de una prensa libre no sea suficiente para garantizar la democracia, pero lo que es seguro es que no hay democracia legítima sin una prensa libre. Y por prensa libre no debe entenderse una prensa monacal e impoluta: la Constitución Nacional garantiza la libertad de publicar sin censura previa y no hace reclamos de calidad, intención y objetividad.
La misma libertad de que goza la prensa de publicar, la tiene el público de creer y aceptar lo que lee, ve y escucha. Raramente una campaña de prensa a convencido a la gente de algo que la gente no quería creer. Para la gran mayoría del público, las revelaciones contenidas en los más de 350.000 documentos difundidos por Wikileaks no significan gran cosa.
A lo sumo, la picardía de enterarse lo que la diplomacia norteamericana piensa de algunos políticos. Pero su exposición ha permitido descorrer el velo de las pequeñas y grandes negociaciones que los gobiernos hacen a espaldas de la gente, y de eso se ocupa el periodismo. Esta clarificación es particularmente importante en la Argentina de hoy, donde desde hace un tiempo la prensa está siendo objeto de de persistentes ataques y cuestionamientos desde diversos sectores del gobierno, los que la acusan de tendenciosa, manipulativa y mal intencionada.
La más reciente de estas embestidas provino del nuevo presidente de Télam, Martín García, quien afirmó en declaraciones al diario La Nación: “Los (periodistas) profesionales son como las prostitutas, escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan. Los militantes, en cambio, escribimos la verdad al servicio del pueblo. Soy primero militante, después periodista”.
Acto seguido, anunció que se propone imprimirle a la agencia estatal de noticias “una impronta nacional, popular y patriótica”. Uno no sabría por dónde empezar a despellejar esta gallina. Tal vez el primer paso sea recordar los fundamentos del decreto fundacional de Télam, que establece: “El pluralismo informativo debe ser asumido en su sentido más amplio y abarcativo. El Estado debe promover el pluralismo en la información en tanto está entre sus obligaciones asegurar que todos los sectores puedan expresarse”.
En cuanto al reclamo de “una impronta nacional, popular y patriótica”, uno no puede dejar de recordar que es la misma frase que utilizan los flamantes comisarios culturales en todas las películas sobre los nazis.
Cuando el general Teófilo Goyret interventor del diario La Opinión, designado por el gobierno militar, me preguntó por qué renunciaba con su llegada (desde el secuestro de su director, Jacobo Timerman, yo conducía interinamente el diario) le respondí, entre todas las posibles razones, que lo hacía porque consideraba que un diario en manos del gobierno es la desnaturalización del periodismo. ¿Cómo esperar justicia si los jueces son nombrados por los procesados? ¿Qué información creíble puede esperarse de periodistas cuya única misión es defender las acciones del gobierno?
En las democracias, los gobernantes disponen de una variedad de recursos poderosos para informar sobre sus actos, sin necesidad de que se conviertan en propietarios de medios, financien publicaciones adictas o pongan a la televisión o a la radio en cadena.
Pueden convocar a conferencias de prensa y responder a las preguntas de la prensa. El periodismo es una profesión imperfecta y sujeta a todos los avatares de las profesiones humanas: puede ser ejercido con mayor o menor conciencia, con mayor o menor responsabilidad, con mayor o menor probidad y puede, muchas veces, tener la mirada puesta más en la caja registradora que en la verdad.
Pero las sociedades donde el periodismo independiente fue silenciado han sido invariablemente víctimas de regímenes siniestros, crueles y opresivos. Tal vez la conclusión más importante del escándalo Wikileaks y del debate de lo que la prensa es y debe ser, es lo que la prensa no puede ser: la prensa no puede ser complaciente.