Vulnerabilidades
* Por Claudio Zlotnik. El denominado modelo económico tiene agujeros. Muestra vulnerabilidades. Por primera vez desde la crisis 2001-2002, la economía argentina da cuenta de una incipiente escasez de dólares. Una tendencia que este año será difícil de revertir.
Una fuga de capitales que en vez de disminuir se acelera, un abrupto achicamiento del superávit comercial y los pagos de la deuda con las reservas del Banco Central emergen como el mix responsable de la menor cantidad de divisas. Un escenario que podría empeorar si el Gobierno arregla con el Club de París y debe desembolsar un pago en efectivo. De hecho, es muy probable que las reservas registren una caída por primera vez en casi una década.
La fuga de capitales se aceleró en este 2011. Alcanzó los 1.000 millones de dólares durante enero y ese monto se repitió en febrero, en ambos casos por encima de los 650 millones mensuales que huían en la última parte de 2010.
El Gobierno advirtió esta tendencia y la caída de 58% del superávit comercial y tomó algunas decisiones:
-Puso freno al ingreso de productos importados. Las limitaciones incluyen desde automóviles a alimentos, juguetes y artículos de lujo. En principio, la idea de algunos funcionarios es mejorar la balanza, por lo menos, en 1.000 millones de dólares.
-Incrementó la vigilancia a las operaciones de compra de billetes verdes.
Hasta ahora, el superávit comercial alcanzaba para financiar la fuga de capitales pero esa situación cambió. De los 12.000 millones de dólares de superávit del año pasado, la balanza positiva se reducirá a un rango de entre 6.500 a 7.000 millones en 2011. El resultado final dependerá no sólo de la efectividad de las medidas para restringir las importaciones sino también del valor de la soja, el principal rubro de exportación, en los mercados internacionales.
Queda claro que ese superávit no alcanzará para afrontar la salida de capitales, que este año rondará los 12.000 millones de dólares, de acuerdo con las estimaciones de distintos bancos de Wall Street, superior a los 11.400 millones de 2010. Por ahora, la mayor vigilancia sobre el mercado cambiario no sirvió para desalentar la huida. Al contrario, la obsesión oficial no hizo más que elevar el precio del denominado dólar blue (paralelo).
La caída de las reservas podría totalizar 4.500 millones de dólares si el Gobierno, además de abonar 10.000 millones de dólares por vencimientos de la deuda con ahorros en el Central, acuerda con el Club de París y gira otros 3.000 millones este mismo año. Es lo que hasta hace poco evaluaban en el equipo económico: un arreglo a mitad de camino entre lo que reclaman los acreedores y lo propuesto por el ministro Amado Boudou. Si fuera así, de los 52.400 millones actuales, las reservas bajarían a unos 48.000 millones hacia finales de este año.
¿Es grave que eso suceda? ¿Acaso no alcanzarían esos 48.000 millones de dólares para disipar un ataque especulativo contra el peso? La respuesta es que la foto no es preocupante. Pero sí lo es la actual dinámica económico-financiera.
El actual modelo funciona si hay acumulación de divisas. Pero empieza a resquebrajarse si no puede lograrse ese objetivo. En un contexto de inflación alta, los productos importados son cada vez más baratos, y por lo tanto, más tentadores de adquirir y reemplazarlos por la industria nacional. Ese salto importador es lo que daña seriamente el superávit comercial. El mismo Gobierno que busca defender el consumo popular debería preguntarse si en verdad no termina avalando esa inconsistencia macroeconómica cuando evita hablar de la suba de precios.
Lo mismo ocurre con la declamada defensa de las tasas de interés negativas. En lugar de servir para que fluyan las inversiones terminan tentando a los inversores a comprar billetes verdes. Y lo que parece ser un objetivo digno, se transforma en una de las claves para explicar el incremento de la fuga de capitales.
Si los plazos fijos rinden menos de la mitad que la inflación, mientras el Ejecutivo mira imperturbable la suba de los precios, es muy probable que los inversores perciban que el dólar es una verdadera oportunidad de inversión.
Y ahí está el problema. Si el Banco Central pudo detener las corridas financieras de 2008 fue porque existía la certeza de que tenía espalda para ganarle la pulseada a los operadores. Esa visión de solidez resultó clave para que la ola especulativa fuera de corta duración.
Es muy probable que el año electoral no traiga novedades para corregir las inconsistencias. Pero cada vez está más claro que el próximo gobierno deberá tomar medidas para salir de la trampa. No vaya a ser que, como en otras épocas, lo que en un momento se muestra apenas como una fragilidad, luego desemboca en una crisis de confianza. Los argentinos sabemos que esas vulnerabilidades se pagan caro.
La fuga de capitales se aceleró en este 2011. Alcanzó los 1.000 millones de dólares durante enero y ese monto se repitió en febrero, en ambos casos por encima de los 650 millones mensuales que huían en la última parte de 2010.
El Gobierno advirtió esta tendencia y la caída de 58% del superávit comercial y tomó algunas decisiones:
-Puso freno al ingreso de productos importados. Las limitaciones incluyen desde automóviles a alimentos, juguetes y artículos de lujo. En principio, la idea de algunos funcionarios es mejorar la balanza, por lo menos, en 1.000 millones de dólares.
-Incrementó la vigilancia a las operaciones de compra de billetes verdes.
Hasta ahora, el superávit comercial alcanzaba para financiar la fuga de capitales pero esa situación cambió. De los 12.000 millones de dólares de superávit del año pasado, la balanza positiva se reducirá a un rango de entre 6.500 a 7.000 millones en 2011. El resultado final dependerá no sólo de la efectividad de las medidas para restringir las importaciones sino también del valor de la soja, el principal rubro de exportación, en los mercados internacionales.
Queda claro que ese superávit no alcanzará para afrontar la salida de capitales, que este año rondará los 12.000 millones de dólares, de acuerdo con las estimaciones de distintos bancos de Wall Street, superior a los 11.400 millones de 2010. Por ahora, la mayor vigilancia sobre el mercado cambiario no sirvió para desalentar la huida. Al contrario, la obsesión oficial no hizo más que elevar el precio del denominado dólar blue (paralelo).
La caída de las reservas podría totalizar 4.500 millones de dólares si el Gobierno, además de abonar 10.000 millones de dólares por vencimientos de la deuda con ahorros en el Central, acuerda con el Club de París y gira otros 3.000 millones este mismo año. Es lo que hasta hace poco evaluaban en el equipo económico: un arreglo a mitad de camino entre lo que reclaman los acreedores y lo propuesto por el ministro Amado Boudou. Si fuera así, de los 52.400 millones actuales, las reservas bajarían a unos 48.000 millones hacia finales de este año.
¿Es grave que eso suceda? ¿Acaso no alcanzarían esos 48.000 millones de dólares para disipar un ataque especulativo contra el peso? La respuesta es que la foto no es preocupante. Pero sí lo es la actual dinámica económico-financiera.
El actual modelo funciona si hay acumulación de divisas. Pero empieza a resquebrajarse si no puede lograrse ese objetivo. En un contexto de inflación alta, los productos importados son cada vez más baratos, y por lo tanto, más tentadores de adquirir y reemplazarlos por la industria nacional. Ese salto importador es lo que daña seriamente el superávit comercial. El mismo Gobierno que busca defender el consumo popular debería preguntarse si en verdad no termina avalando esa inconsistencia macroeconómica cuando evita hablar de la suba de precios.
Lo mismo ocurre con la declamada defensa de las tasas de interés negativas. En lugar de servir para que fluyan las inversiones terminan tentando a los inversores a comprar billetes verdes. Y lo que parece ser un objetivo digno, se transforma en una de las claves para explicar el incremento de la fuga de capitales.
Si los plazos fijos rinden menos de la mitad que la inflación, mientras el Ejecutivo mira imperturbable la suba de los precios, es muy probable que los inversores perciban que el dólar es una verdadera oportunidad de inversión.
Y ahí está el problema. Si el Banco Central pudo detener las corridas financieras de 2008 fue porque existía la certeza de que tenía espalda para ganarle la pulseada a los operadores. Esa visión de solidez resultó clave para que la ola especulativa fuera de corta duración.
Es muy probable que el año electoral no traiga novedades para corregir las inconsistencias. Pero cada vez está más claro que el próximo gobierno deberá tomar medidas para salir de la trampa. No vaya a ser que, como en otras épocas, lo que en un momento se muestra apenas como una fragilidad, luego desemboca en una crisis de confianza. Los argentinos sabemos que esas vulnerabilidades se pagan caro.