Viviendas para evitar el éxodo rural
Por carencia de servicios, y especialmente de viviendas, continúa el éxodo de familias rurales hacia los alrededores de la ciudad. La dirigencia política debe enfrentar de una vez por todas esta crítica situación que concentra la población y a la vez, genera aún más pobreza.
Se trata de un tema repetido a lo largo de los años y que todos conocen pero muy pocos se han preocupado por solucionarlo. La carencia de viviendas con la suficiente comodidad en el campo y en la zona rural, más la falta de trabajo, son las principales razones que generan el éxodo de la gente hacia zonas más densamente pobladas; pero, ante la falta de posibilidades para insertarse laboralmente también en la ciudad, terminan sumándose a la cantidad de villas inestables que se han multiplicado en los alrededores urbanos.
En reciente nota periodística, un empresario de la zona Este recordaba que en la década del 50, en la cátedra de Geografía Económica de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNCuyo, el profesor Juan Draghi Lucero enseñaba que era imprescindible dotar a las viviendas rurales de las mayores comodidades posibles, como medio para evitar que los habitantes de esas zonas se trasladen a la periferia de las ciudades.
Dos aspectos surgen después de esa afirmación: la primera, que Draghi Lucero fue un verdadero visionario, en razón de que las villas que se levantaron en la zona oeste -el barrio San Martín, por ejemplo- comenzaron a surgir en los primeros años de la década del 60. La segunda, que a pesar de conocer el problema, los gobiernos que se sucedieron hicieron muy poco para solucionarlo y se dedicaron a multiplicar los planes de erradicación de villas.
Un joven que vive en su modesta vivienda rural, sin electricidad -sin heladera, radio o televisión-, sin agua corriente, soporta el traslado a una vivienda precaria en la periferia de las zonas urbanas, porque de alguna manera podrá acceder a servicios de los que careció toda su vida. Acostumbrado a la precariedad del rancho de adobe con techo de caña y barro, soportará la nueva vivienda que será igual de incómoda, pero en la que no tendrá que iluminarse con velas o lámparas a querosén y podrá conservar los alimentos en una heladera. Tendrá acceso más rápido a los servicios de salud, de educación, al deporte y al esparcimiento.
Pero esas ventajas individuales se deterioran por el entorno social y paralelamente se dificulta la disposición de mano de obra en la zona rural, produciéndose un proceso de envejecimiento de los que se quedan y no son reemplazados por su propia descendencia; asegurando así que la capacitación que esas personas habían heredado de sus padres y abuelos se perderá ya que, podar, arar, manejar un tractor o hacer un injerto, de poco les servirá en su nuevo entorno.
Es por eso que en estos momentos las empresas deben reclutar obreros en las zonas periféricas de los conglomerados urbanos con el consiguiente aumento de costos, al tener que transportar y asegurar a esas personas que antes residían en las zonas donde ahora son requeridas; a lo que se suma la falta de cosechadores tanto en la vendimia como en la recolección de aceitunas.
El cuadro de situación es claro y concreto y nadie puede aducir desconocimiento del tema. Es hora de que la dirigencia política comience a priorizar las necesidades y dejar de lado los intereses electorales. De lo contrario, de continuar la actual situación, los problemas en el campo -y en los alrededores de la ciudad- se seguirán profundizando.