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Visitantes no gratos para la Fiesta del Poncho

Sería totalmente irresponsable, porque no hay aquí una tradición en esa materia, imaginar a la gobernadora electa haciendo un prolijo estudio de las desventuras que debió sortear su antecesor en los largos días de la gestión brizuelista, con la hipotética intención de tomar nota de las piedras contra las que no deberá tropezar mientras dure el poder cuya llegada está prevista para el 10 de diciembre.

Si a pesar de que algún asesor pudiese advertirle que el trabajo, más que probablemente, no tendría sentido, porque no está escrito que todo el mundo deba saltar por encima de unas mismas brasas; si no obstante ello, prosiguiera con su empeño, descubriría que tal vez debiera empezar a pensar que tendría que mudar de vivienda, de modo que esté lejos de toda dependencia de la Administración provincial, lugares que, según parece, serán, cada vez más, focos de descontento de asalariados, de lavas tan molestas como las del volcán Puyehue, que tanto sufrimiento está causando a los compatriotas patagónicos.

Por lo menos -podrían admitir esos asesores-, la distancia habría que ponerla en relación con los contestatarios de la salud, a quienes nada les cuesta cruzar la calle que separa el Hospital San Juan Bautista de la residencia particular del todavía jefe político de la provincia para efectuar escraches de concurrencia proletaria asegurada.

Pero la estrategia escrachadora puede afiebrar a cualquiera de las células gubernamentales, todas potencialmente inflamables, por lo que será bueno conseguir ya mismo la cartografía última de la Ciudad para identificar los puntos críticos y huir de ellos como de la peste.
El escrache es una novísima forma de manifestarse contra la cabeza de un gobierno, pero no sólo por esa condición, sino, incluso, por el carácter de ciudadano, de persona que tiene un ámbito privado protegido por la Constitución y las leyes y conformado por una familia, un vecindario y una intimidad tan respetable como la de todos. Esa expresión de una confusión mental que ya no es capaz de distinguir los planos está en vías de convertirse en una nueva arma del arsenal sindical, cosa que será inevitable en cuanto demuestre mayor eficacia que las que se han usado hasta ahora.

No fue la de ayer la primera de las movilizaciones de las organizaciones de los trabajadores de la salud ante las propias puertas de la casa de Gobernador, y nada permite estar seguros de que no habrá otras en el futuro, y después cuando el sillón de Avellaneda y Tula ya no esté ocupado por el mandatario de ahora. Y, siguiendo la línea, tampoco puede afirmarse que esta nueva forma de la agitación proletaria no será exclusiva de quienes la introdujeron en la provincia, sino que será expediente común de todos los sectores asalariados.

Pero la información indica que estos escraches que se denominan manifestaciones con evidente intención eufemística alcanzarán formas más agudas mañana, cuando se inaugure la Fiesta del Poncho y el Gobernador y su equipo estén en el Predio Ferial junto a la multitud que suele congregarse en la oportunidad. Allí se oirá la voz de la protesta, que más allá de las razones que pudieran inspirarla, constituirá una intromisión inoportuna y desafinada.

Las movilizaciones de protesta de los trabajadores de la salud prometen empañar la inauguración de la nueva edición de la Fiesta Nacional del Poncho.