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Violencia doméstica creciente

La sociedad debe encarar con prontitud el desarrollo de programas de prevención de conductas violentas familares.

Entre las múltiples formas que adopta la violencia, todas ellas igualmente deleznables y condenables, la llamada violencia doméstica ha adquirido recientemente triste relevancia a partir de la difusión de distintos episodios de ribetes trágicos que terminaron con la pérdida de vidas humanas.

A estas alturas, nadie duda ya de que por cada caso aparentemente aislado que se hace conocido en los medios hay cientos de otros que silenciosamente nos remiten a una ?preocupante realidad. La Oficina de Violencia Doméstica, creada por la Corte Suprema de Justicia para atemperar los efectos de dispersión jurisdiccional y facilitar la unificación de criterios, brinda capacitación e información de manera periódica. El último informe, difundido en septiembre pasado, destaca que en los últimos dos años los casos denunciados aumentaron un 35 por ciento. También da cuenta de que el 80 por ciento corresponde a episodios de violencia dentro de relaciones vigentes o pasadas de pareja, sea que se trate de cónyuges, concubinos o novios. En el 66 por ciento de los casos denunciados, las víctimas son mujeres que acuden a dejar constancia del hecho y, en un 85 por ciento, hacen responsables a hombres.

Las cifras son por demás alarmantes y distinguen entre violencia psicológica, física, económica y sexual al tiempo que evalúan también el nivel de riesgo que corren las víctimas.

En este escenario, todos los esfuerzos que se realicen para concientizar y capacitar a los afectados y a los agentes sociales que pueden contribuir para reducir los alcances de esta problemática serán siempre insuficientes. Se trata de una compleja cuestión, con origen en una multiplicidad de factores.

El desarrollo de programas de prevención contribuye a modificar la percepción de esta clase de violencia que de ninguna manera debe reservarse al ámbito de lo exclusivamente privado. Existen incluso muchas canciones popularizadas entre los adolescentes cuyas letras parecen incitar a la violencia doméstica instalándola en la cultura juvenil casi distraídamente, lo cual hace que todos aquellos esfuerzos por erradicar el flagelo que constituye este tipo de violencia caigan por tierra, cuando algo que debería repudiarse se disfraza de cotidianeidad.

Es menester ser conscientes de estas cuestiones y agudizar el sentido crítico de nuestros jóvenes en este campo, como en tantos otros, para que los metamensajes no se instalen en ellos desaprensivamente. Convocamos a padres, maestros, guías y a todos quienes acompañan a los jóvenes en su crecimiento a que aborden estos temas en sus ámbitos de acción y generen espacios de debate y reflexión.

Profundizar en estas cuestiones y ayudarlos a desarrollar posturas críticas frente a su cada día más compleja realidad cultural debiera ser parte de la formación que los adultos brindemos a nuestros hijos..