Viggo Mortensen: “Cuando un cuento funciona, se termina volviendo universal”
Señala que el guión “buenísimo” de Todos tenemos un plan fue lo que definió su primera participación en el cine local. Y aunque el desafío de los hermanos argentinos no parece sencillo, señala que “más difícil fue hacer de español, como en Alatriste”.
Nota extraída de Página 12
Hijo de padre danés y madre estadounidense, el actor Viggo Mortensen, nacido en Nueva York hace 54 años, vivió entre los 6 y 11 años con su familia en la Argentina. Luego regresó a su tierra natal y con el tiempo se convirtió en uno de los actores más solicitados por la industria cinematográfica hollywoodense y también de otras latitudes, llegando a componer un sinfín de personajes y a participar en películas que dejaron una marca en la historia del cine, como El señor de los anillos. De su estadía en la Argentina le quedó el idioma que habla a la perfección y como un argentino más. No parece un estadounidense haciendo de porteño. Y su pasión más conocida, claro, es el amor por San Lorenzo, que hace unos meses le ocasionó un dolor de cabeza cuando en un aeropuerto de Washington casi terminó detenido, luego de gritar la victoria agónica del equipo de Caruso Lombardi en la batalla por evitar el descenso. Pero Mortensen nunca había actuado en la Argentina ni para un film nacional. Oportunidades tuvo, pero "estaba filmando otras cosas y no podía, o simplemente no me habían gustado los guiones o los que había leído no me parecían para mí", explica a Página/12. "Este guión fue buenísimo", confiesa Mortensen acerca del impacto que le generó la lectura de Todos tenemos un plan, ópera prima de Ana Piterbarg, que llega hoy a la cartelera porteña.
Después de ver la película, la impresión es que no debe haberle resultado tan sencillo componer dos personajes como sucede en el ambicioso thriller –desde todo punto de vista– de Piterbarg. Es que Mortensen personifica a Agustín y a Pedro, hermanos gemelos que siguieron por caminos diferentes. Agustín es un pediatra casado con Claudia (Soledad Villamil), mientras que Pedro se fue a vivir al Tigre, donde practica la apicultura con una colaboradora muy especial llamada Rosa (Sofía Gala) y se codea con una banda criminal comandada por Adrián Ortiz (Daniel Fanego). Agustín siente cierta frustración no explicitada que se corrobora cuando su mujer le propone adoptar un bebé y él da el consentimiento, en un principio, pero luego se arrepiente. Pedro muere y a Agustín, tal vez por esa especie de crisis existencial que atraviesa, no se le ocurre algo más irracional que irse a vivir donde vivía su hermano, adoptar su identidad y tener que lidiar, entonces, con peces gordos. ¿Por qué y para qué? Esa es la pregunta que el film intenta responder.
–Teniendo en cuenta que hay cientos de thrillers que habrá visto y que en algunos ha participado, ¿qué vio de particular en éste?
–Lo que me pareció muy bien pensado y estructurado fueron los cambios de dirección del cuento. Pensás: "Esta película se trata de esto y va a pasar aquello". Y no. O pensás: "Este personaje va a a ser así". Y no: Ana nos sorprende continuamente con estos personajes.
–¿Cuáles son las principales diferencias que encontró entre trabajar en el cine argentino respecto de las superproducciones?
–La cosa cultural que yo conocía, y con la cual me siento cómodo. También la forma de relacionarme y hablar con la gente del equipo. Hay una manera de ser que es diferente a otros países, incluso donde se habla el mismo idioma, como en España, donde son un poco diferentes. Pero más allá de eso, las diferencias no son tan grandes. Yo he rodado en muchos países distintos como Alemania, Inglaterra, España, Nueva Zelanda, Estados Unidos, y lo que siempre marca y decide cómo va a ser la experiencia de rodar con un equipo es el ejemplo que da el director, que es el capitán del barco. En este caso, la jefa, como yo le llamaba a Ana. Y por ser una ópera prima me pareció que hizo un trabajo muy maduro, muy de veterana. Y se relacionó muy bien con todos nosotros. En realidad, nos ayudó a hacer bien el trabajo.
–¿Por qué decidió ser uno de los productores?
–Más que nada para proteger a la directora y su visión. La base del equipo de producción es la que tuvo tanto éxito con El secreto de sus ojos. Pero hay muchos elementos. A veces, sin querer (yo he tenido otras producciones) se puede ir perdiendo el rumbo. Es importante que haya una continuidad de la visión de la directora que sea consistente. Y siendo productor, yo la puedo proteger a ella y ayudar a ser como un hilo conductor por debajo de todo el trabajo que hacen los demás. Como soy parte también del lado artístico, puedo ver los dos lados. Era solamente para respaldar.
–De acuerdo con sus conocimientos de la industria, ¿le parece que es una película que puede llegar a funcionar en Estados Unidos?
–Espero que sí. Nunca se sabe. El secreto de sus ojos no era necesariamente algo que uno dijera: "Esto va a funcionar en Estados Unidos". No se sabe. Es un poco misterioso. Si yo supiera, sería muy rico y un genio, y ya habría hecho un montón de películas con mucho éxito. Pero si se prepara bien el trabajo y se hace una película fiel a la idea inicial, y si esa idea inicial es buena, puede ser una buena oportunidad. Va a ser interesante porque el próximo territorio donde se va a estrenar es España. Aunque es el mismo idioma, es una película muy argentina. Pero cuando un cuento funciona, si vas a lo específico, a los detalles regionales, por más argentinos que sean, el cuento trasciende y más universal es.
–¿Notó algún cambio en la manera de trabajar de los actores argentinos o eso es algo que no depende de la nacionalidad sino de la personalidad de cada uno?
–Yo creo que lo segundo. Depende de cómo es uno como persona, si es responsable, trabajador. Es más bien algo personal. Pero sí es cierto que, en general, todos trabajan de forma distinta. Y lo digo porque he visto acá suficiente teatro y películas argentinas. Yo no díría que hay "una" escuela argentina, pero lo que sí hay es un alto nivel en la formación y en la tradición del trabajo del actor. Y también para los directores y el equipo de cine. Todo funciona bien y a un nivel muy alto comparado con otros países.
–¿Fue complejo componer dos personajes?
–Menos de lo que pensaba. Al final, lo más complicado fue cuando están juntos Pedro y Agustín. Era el tema técnico de hacer de uno interactuando con el otro. Tuvimos que calcular bien. A veces no funcionaba una toma, aunque estaba bien actuada porque, de repente, un personaje entraba en el espacio del otro de una manera que no iba a quedar bien. Ese era el desafío. Lo de hacer la distinción, que, al principio, como actor me preocupaba si iban a parecer personas diferentes, no me resultó tan difícil.
–¿Cómo trabajó esa dualidad del personaje de Agustín que, de algún modo, tiene que hacer lo mismo que hace usted cuando se pone una máscara?
–Sí, lo que hace Agustín, cuando simula ser Pedro, es lo que hace cualquier actor haciendo un personaje. O lo mismo que hago yo, por lo menos, cuando me pongo la ropa y el nombre de otro, sus costumbres, puntos de vista, su lenguaje corporal. Uno está haciendo una mentira, una fabricación. Y eso es lo que intenta hacer Agustín al simular ser Pedro. Pero lo interesante, al igual que un actor al hacer eso, es que el producto final suele ser una mezcla del plan inicial que era hacer de otra persona completamente diferente y algo que es uno. Es una tercera cosa. Y es lo que también le pasa a Agustín. Cuando él hace de Pedro, y se acopla al paisaje y a esa nueva vida, no es ni Pedro ni Agustín.
–¿Coincide en que el tema de la película es la búsqueda de la identidad?
–Sí, creo que es eso y también es encontrar la manera de estar en paz con su pasado. Eso es lo que ocurre con todos los personajes que tienen que aceptar de dónde vinieron y lo más importante: a dónde llegaron. Porque podés planear dónde vas a ir, podés tener ideas, pero eso no lo sabés. Lo único que podés hacer es aceptar lo que sos ahora. Hay una cita interesante con eso de estar en paz con uno mismo, de aceptar de cómo son las cosas, que pertenece a Adolfo Bioy Casares. El dijo: "La vida es difícil. Para estar en paz con uno mismo hay que decir la verdad. Para estar en paz con el prójimo hay que mentir". Y si bien es una generalización, es bastante cierta.
–Si bien usted habla un castellano fluido y vivió varios años aquí, ¿cómo trabajó el lenguaje y los modismos argentinos?
–Fue más fácil que hacer de español, como hice en Alatriste. Por lo que hice, cualquier argentino va a notar que hay matices, diferencias en la manera de hablar de Pedro y de Agustín. Por mucho que intente ser Pedro, Agustín nunca llega a expresarse con el tono, el deje, el vocabulario de Pedro. En ese sentido, Agustín no es tan buen actor. Sus vivencias fueron diferentes. Después de la adolescencia, uno se fue de Buenos Aires y el otro se quedó. Agustín ha estado rodeado de gente de clase media, y Pedro, de gente al margen de la ley. Es otra manera de hablar y un ritmo diferente. Y yo creo que los argentinos perciben eso. Y aunque no se perciba, Pedro tiene un lenguaje corporal y una actitud comparado con Agustín. Y eso sí se va a notar.
Hijo de padre danés y madre estadounidense, el actor Viggo Mortensen, nacido en Nueva York hace 54 años, vivió entre los 6 y 11 años con su familia en la Argentina. Luego regresó a su tierra natal y con el tiempo se convirtió en uno de los actores más solicitados por la industria cinematográfica hollywoodense y también de otras latitudes, llegando a componer un sinfín de personajes y a participar en películas que dejaron una marca en la historia del cine, como El señor de los anillos. De su estadía en la Argentina le quedó el idioma que habla a la perfección y como un argentino más. No parece un estadounidense haciendo de porteño. Y su pasión más conocida, claro, es el amor por San Lorenzo, que hace unos meses le ocasionó un dolor de cabeza cuando en un aeropuerto de Washington casi terminó detenido, luego de gritar la victoria agónica del equipo de Caruso Lombardi en la batalla por evitar el descenso. Pero Mortensen nunca había actuado en la Argentina ni para un film nacional. Oportunidades tuvo, pero "estaba filmando otras cosas y no podía, o simplemente no me habían gustado los guiones o los que había leído no me parecían para mí", explica a Página/12. "Este guión fue buenísimo", confiesa Mortensen acerca del impacto que le generó la lectura de Todos tenemos un plan, ópera prima de Ana Piterbarg, que llega hoy a la cartelera porteña.
Después de ver la película, la impresión es que no debe haberle resultado tan sencillo componer dos personajes como sucede en el ambicioso thriller –desde todo punto de vista– de Piterbarg. Es que Mortensen personifica a Agustín y a Pedro, hermanos gemelos que siguieron por caminos diferentes. Agustín es un pediatra casado con Claudia (Soledad Villamil), mientras que Pedro se fue a vivir al Tigre, donde practica la apicultura con una colaboradora muy especial llamada Rosa (Sofía Gala) y se codea con una banda criminal comandada por Adrián Ortiz (Daniel Fanego). Agustín siente cierta frustración no explicitada que se corrobora cuando su mujer le propone adoptar un bebé y él da el consentimiento, en un principio, pero luego se arrepiente. Pedro muere y a Agustín, tal vez por esa especie de crisis existencial que atraviesa, no se le ocurre algo más irracional que irse a vivir donde vivía su hermano, adoptar su identidad y tener que lidiar, entonces, con peces gordos. ¿Por qué y para qué? Esa es la pregunta que el film intenta responder.
–Teniendo en cuenta que hay cientos de thrillers que habrá visto y que en algunos ha participado, ¿qué vio de particular en éste?
–Lo que me pareció muy bien pensado y estructurado fueron los cambios de dirección del cuento. Pensás: "Esta película se trata de esto y va a pasar aquello". Y no. O pensás: "Este personaje va a a ser así". Y no: Ana nos sorprende continuamente con estos personajes.
–¿Cuáles son las principales diferencias que encontró entre trabajar en el cine argentino respecto de las superproducciones?
–La cosa cultural que yo conocía, y con la cual me siento cómodo. También la forma de relacionarme y hablar con la gente del equipo. Hay una manera de ser que es diferente a otros países, incluso donde se habla el mismo idioma, como en España, donde son un poco diferentes. Pero más allá de eso, las diferencias no son tan grandes. Yo he rodado en muchos países distintos como Alemania, Inglaterra, España, Nueva Zelanda, Estados Unidos, y lo que siempre marca y decide cómo va a ser la experiencia de rodar con un equipo es el ejemplo que da el director, que es el capitán del barco. En este caso, la jefa, como yo le llamaba a Ana. Y por ser una ópera prima me pareció que hizo un trabajo muy maduro, muy de veterana. Y se relacionó muy bien con todos nosotros. En realidad, nos ayudó a hacer bien el trabajo.
–¿Por qué decidió ser uno de los productores?
–Más que nada para proteger a la directora y su visión. La base del equipo de producción es la que tuvo tanto éxito con El secreto de sus ojos. Pero hay muchos elementos. A veces, sin querer (yo he tenido otras producciones) se puede ir perdiendo el rumbo. Es importante que haya una continuidad de la visión de la directora que sea consistente. Y siendo productor, yo la puedo proteger a ella y ayudar a ser como un hilo conductor por debajo de todo el trabajo que hacen los demás. Como soy parte también del lado artístico, puedo ver los dos lados. Era solamente para respaldar.
–De acuerdo con sus conocimientos de la industria, ¿le parece que es una película que puede llegar a funcionar en Estados Unidos?
–Espero que sí. Nunca se sabe. El secreto de sus ojos no era necesariamente algo que uno dijera: "Esto va a funcionar en Estados Unidos". No se sabe. Es un poco misterioso. Si yo supiera, sería muy rico y un genio, y ya habría hecho un montón de películas con mucho éxito. Pero si se prepara bien el trabajo y se hace una película fiel a la idea inicial, y si esa idea inicial es buena, puede ser una buena oportunidad. Va a ser interesante porque el próximo territorio donde se va a estrenar es España. Aunque es el mismo idioma, es una película muy argentina. Pero cuando un cuento funciona, si vas a lo específico, a los detalles regionales, por más argentinos que sean, el cuento trasciende y más universal es.
–¿Notó algún cambio en la manera de trabajar de los actores argentinos o eso es algo que no depende de la nacionalidad sino de la personalidad de cada uno?
–Yo creo que lo segundo. Depende de cómo es uno como persona, si es responsable, trabajador. Es más bien algo personal. Pero sí es cierto que, en general, todos trabajan de forma distinta. Y lo digo porque he visto acá suficiente teatro y películas argentinas. Yo no díría que hay "una" escuela argentina, pero lo que sí hay es un alto nivel en la formación y en la tradición del trabajo del actor. Y también para los directores y el equipo de cine. Todo funciona bien y a un nivel muy alto comparado con otros países.
–¿Fue complejo componer dos personajes?
–Menos de lo que pensaba. Al final, lo más complicado fue cuando están juntos Pedro y Agustín. Era el tema técnico de hacer de uno interactuando con el otro. Tuvimos que calcular bien. A veces no funcionaba una toma, aunque estaba bien actuada porque, de repente, un personaje entraba en el espacio del otro de una manera que no iba a quedar bien. Ese era el desafío. Lo de hacer la distinción, que, al principio, como actor me preocupaba si iban a parecer personas diferentes, no me resultó tan difícil.
–¿Cómo trabajó esa dualidad del personaje de Agustín que, de algún modo, tiene que hacer lo mismo que hace usted cuando se pone una máscara?
–Sí, lo que hace Agustín, cuando simula ser Pedro, es lo que hace cualquier actor haciendo un personaje. O lo mismo que hago yo, por lo menos, cuando me pongo la ropa y el nombre de otro, sus costumbres, puntos de vista, su lenguaje corporal. Uno está haciendo una mentira, una fabricación. Y eso es lo que intenta hacer Agustín al simular ser Pedro. Pero lo interesante, al igual que un actor al hacer eso, es que el producto final suele ser una mezcla del plan inicial que era hacer de otra persona completamente diferente y algo que es uno. Es una tercera cosa. Y es lo que también le pasa a Agustín. Cuando él hace de Pedro, y se acopla al paisaje y a esa nueva vida, no es ni Pedro ni Agustín.
–¿Coincide en que el tema de la película es la búsqueda de la identidad?
–Sí, creo que es eso y también es encontrar la manera de estar en paz con su pasado. Eso es lo que ocurre con todos los personajes que tienen que aceptar de dónde vinieron y lo más importante: a dónde llegaron. Porque podés planear dónde vas a ir, podés tener ideas, pero eso no lo sabés. Lo único que podés hacer es aceptar lo que sos ahora. Hay una cita interesante con eso de estar en paz con uno mismo, de aceptar de cómo son las cosas, que pertenece a Adolfo Bioy Casares. El dijo: "La vida es difícil. Para estar en paz con uno mismo hay que decir la verdad. Para estar en paz con el prójimo hay que mentir". Y si bien es una generalización, es bastante cierta.
–Si bien usted habla un castellano fluido y vivió varios años aquí, ¿cómo trabajó el lenguaje y los modismos argentinos?
–Fue más fácil que hacer de español, como hice en Alatriste. Por lo que hice, cualquier argentino va a notar que hay matices, diferencias en la manera de hablar de Pedro y de Agustín. Por mucho que intente ser Pedro, Agustín nunca llega a expresarse con el tono, el deje, el vocabulario de Pedro. En ese sentido, Agustín no es tan buen actor. Sus vivencias fueron diferentes. Después de la adolescencia, uno se fue de Buenos Aires y el otro se quedó. Agustín ha estado rodeado de gente de clase media, y Pedro, de gente al margen de la ley. Es otra manera de hablar y un ritmo diferente. Y yo creo que los argentinos perciben eso. Y aunque no se perciba, Pedro tiene un lenguaje corporal y una actitud comparado con Agustín. Y eso sí se va a notar.