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¡¡¡Vieja, por qué no me mandaste a inglés!!!

Maquillarme, a esta altura de mis años, es una mezcla de orfebrería del medioevo, con chapa, masillado y pintura.

Una tarea laboriosa, paciente y prolija, tres adjetivos que le van bien a mi cara pero nada tienen que ver con mi persona. Por eso soy clienta de fierro cuando una publicidad me vende algo que no se patine mofletes abajo, a media tarde (rímel baratito), o que me asegure que a la noche no tendré el delineador del ojo en la rodilla. Víctima soy entonces de cuanta estafa se promociona, siempre en pos del viejo sueño, pintarme una sola vez por mes. Y los mejores productos, como se sabe, con cepo o sin él, vienen  de los EE.UU.

 

La aventura de comprar

Leo que han sacado un lápiz maravilloso con una publicidad  ingeniosa que dice más o menos axial: "Que él te recuerde por tus besos pero no por tu pintura", y se ve a una joven chupeteando a un mozo. Siempre guiada por la fantasía de que una pintura me dure para siempre (y también, ¿por qué no?, de cruzarme con el mozo y chupetearlo yo también) me lanzo a una perfumería a comprar el producto que, por supuesto, es importado.

Con cara de culo ambas vendedoras (se aúnan para que les salga más impresionante) me informan que: a) no hay lápiz probador; b) no hay el color que busco; c) que lleve cualquiera total, el no joven no me chupeteará nunca. Me deprimo tanto que ni siquiera me enojo, apenas si les deseo que algún día su terso cutis se ponga como el mío. Idea muy malvada pero, como les va a ocurrir, me reconforta.

Un traductor please

Con el lápiz recién comprado en la cartera entro en la peluquería, otro martirio al que me someto una vez por mes. Lo desenvuelvo y adentro aparece un manual de instrucciones como para navegar a ciegas por Urano. Levanto la vista y con voz estrangulada, pregunto en derredor: "¿Alguien sabe inglés?". Una dama chorreante de tintura pero muy altanera me contesta: -"¿Inglés técnico?". No me gustan las mujeres que conservan aires de reina en tan penosa situación. Consulto con mi peluquero, en verdad tiene un inglés mucho más dudoso que el mío, con la diferencia de que el suyo es un inglés de Acasusso y el mío es un inglés de Córdoba... Ignorante pero voluntarioso lee el prospecto durante un largo rato para resumir: "Acá dice que esto no se pone en los anteojos". "¿¡Pero cómo carajo si es un lápiz de labio?!",  respondo; y me comienzo a volver loca. Mi peluquero no se rinde: "Aquí dice glasses que quiere decir anteojos". "¿Estás seguro que glasses no era vasos?", insisto yo.

Dudamos un rato al unísono y seguimos tratando de descifrar las instrucciones. A fuerza de tesón y gran imaginación dedujimos que el producto no debe usarse si: a) si uno tiene piel sensible, b) sin haberlo probado en una zona del cuerpo, c) si sos alérgica al agujero de ozono, d) si tuvo hepatitis antes de los seis años o después de los noventa, e) si padece resfriados con frecuencia, f) si tenemos alguna prótesis de siliconas, g) si hay una muela en malas condiciones, h) si se practica el sexo oral o escrito...

Luego de interpretado lo anterior pasamos al rubro de las contraindicaciones. Por ejemplo: no hay que comerlo, no hay que pisarlo junto al puré de los niños, es nocivo para las plantas y los animales del hogar, aplicado en zonas incorrectas da infarto y después de diez mil años de uso, cáncer.

La lista nos insumió buena parte de la tarde para llegar a conclusiones penosas: o los yanquis son muy boludos, o tienen tanto miedo a los juicios que lo único que les falta poner es "por las dudas no lo use". Algo de posible hay en estas dos conclusiones, aunque es más probable que nuestro desconocimiento del inglés haya limitado nuestra comprensión del mundo.

Además el lápiz resultó una birria, cuesta el doble que uno común, se corre como manteca al sol y el tono es un asco. A lo mejor todo esto decía en las instrucciones que tradujimos mal. Vieja, esté donde estés, te insisto: me sobran unas clases de danza española y me falta el inglés. Te perdono porque a mis hijo tampoco les enseñé chino.