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Videla muerto, y la hipocresía de la amnesia colectiva

Memoria no me falta, tampoco cultivo odios porque es un veneno que contamina al que lo destila. Alguna vez tenía que contar esta historia, ahora es el momento indicado.

Por Jorge D. Boimvaser

@boimvaser

info@boimvaser.com.ar


Marzo de 1976. Yo era delegado gremial en el diario "La Opinión", todos sabían a mi alrededor que mi militancia era en el PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo). Tuve un incidente feo cuando en 1974 me crucé con Héctor Timerman (actual Canciller), y el entonces jovencito me susurró en un pasillo: "Zurdo de mierda". Le tiré un cachetazo que apenas lo rozó, pero fue corriendo a decírselo a su papá.

Timerman me llamó (al tipo no le gustaban los sindicalistas que peleaban por mejoras en las condiciones laborales) y me dijo que "con la familia no". Todo quedó ahí. Cuarenta años después me doy cuenta que la violencia no es camino para lograr nada, pero entonces tenía algo mas que 20 años y la gesta del Che Guevara nos movilizaba a quienes queríamos un mundo mejor.

Después del golpe de Videla y su gente, la sociedad estaba feliz que llegara alguien a poner orden en medio del caos de Isabel y López Rega.

Jacobo Timerman me llamó nuevamente y me pidió que renunciara, que el diario me pagaría una indemnización buena, pero él sabía –me lo dijo-, que venía una etapa de represión durísima y que yo figuraba en la lista de los tipos que serían detenidos-desaparecidos. Se lo dijeron los propios militares.

Me fui justo a tiempo, porque después llegarían los uniformados en un camión de transporte de caudales a buscarme a la sede de Reconquista 585 y yo ya no estaba. El vehículo siguió hasta la calle Alsina, antigua sede de El Cronista Comercial, y secuestró a un compañero y amigo del alma, el negrito Demarchi. Nunca volvió a saberse nada de él.

Cuando me profugué, fui a encontrarme con un compañero de militancia, el poeta Miguel Ángel Bustos, en ese entonces periodista en la revista "7 Días". Le pedí que se rajara pronto porque se venía la noche más oscura. Me lo había predicho Jacobo Timerman. Pero Bustos no quería dejar a su mujer y su pequeño hijo. Lo secuestraron pocos días después y dicen los testigos que lo sacaron de su casa envuelto en frazadas de las cuáles chorreaba sangre. Lo habían torturado en su propia vivienda antes de llevárselo.

Comencé a tocar timbres pidiendo algún lugar donde pasar las noches frías y crueles. Periodistas que hoy abogan por los derechos humanos me cerraban la puerta en la cara diciendo que nosotros (los militantes de organizaciones revolucionarias), habíamos sido los culpables que se produjera el golpe de Estado.

Algún dirigente del radicalismo de entonces pensaba igual, como mi ex compañero en La Opinión, Leopoldo Moreau.

En un encuentro casual con otro colega y amigo, Enrique Raab, me contó que quería hacer una revista porque el Proceso tenía los días contados (un delirio en ese entonces, pero el hombre tenía su visión errónea del momento). Fue a Casa de Gobierno de la mano de un político que congeniaba con la dictadura, le dijo al Secretario de Medios de Videla del proyecto, era una forma de pedirle autorización. El General que lo atendió (se supo años después), pidió informes de Raab, le consultó a Videla y éste respondió: "No quiero ni revistas dudosas ni a ese periodista que para colmo es homosexual". Lo secuestraron y el final que te imaginas.

Puedo contar varias historias similares pero no vale hacerlo.

El recuerdo fatídico de aquel tiempo es la cantidad de políticos y periodistas que negaban entonces que hubiera represión, tortura y desaparecidos.

Videla viajó a Chile y un periodista de la revista "Somos" (ya inexistente) se abrazó orgulloso al dictador transandino Augusto Pinochet. La foto casualmente se hizo folleto y empapeló hace poco tiempo las inmediaciones de Radio Nacional, pues el interventor kirchnerista actual es aquel mismo hombre de prensa que tanto defendió al Proceso. Se llama Enrique Vázquez.

Parecía un crítico de la dictadura con sus columnas en la revista "Humor", pero otro periodista muy lúcido –Tom Luppo- me decía: "Caricaturizar a los genocidas es darles una fachada que tienen los humanos, es hacerlos menos crueles de lo que son".

Mi memoria exenta de odio es la breve síntesis de lo que estás leyendo. Ahora cuando los genocidas están fuera de la posibilidad de retorno es fácil denostarlos y hablar pestes de Videla.

Pero muchos de los actuales parlanchines fueron la pata político-periodística que precisó la dictadura para su siniestro raid. Y hoy se rasgan las vestiduras como si todos hubieran sido anti videlistas de la primera hora.

No me lo contó nadie, lo viví en cuerpo y alma propia.