DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Viajar solo: pros y contras de una opción distinta para las vacaciones

Formas particulares de disfrutar uno de los mayores placeres de la vida. Una experiencia en la que el desafío es llevarse bien con uno mismo.

Un viaje no consiste sólo en el desplazamiento de un cuerpo hacia "otro lugar". Puede suceder que la mente se ancle en un territorio, por tensiones o problemas personales, el cuerpo se suba a un avión, y deje la consciencia donde quiere o puede estar en ese momento. Un viaje no puede dejar de ser introspectivo.

Las vacaciones son el pequeño recreo que, en muchos casos, hace que valga la pena todo el resto del año. Uno no recuerda con exactitud si el colectivo funcionaba con frecuencia regular ese miércoles  de agosto, pero sí sabe con certeza que el desayuno del hotel cerca de la playa consistía en una serie de alimentos que, en la cotidianeidad, no consumimos ni pensamos consumir. Cada detalle se graba en la piedra de nuestra memoria y más tarde lo llamamos recuerdo.

Las vacaciones, dependiendo de las posibilidades particulares, pueden no ser estrictamente vacaciones. Podemos llamarlas año sabático, viaje espiritual, necesidad de desconexión del mundo, viaje de negocios, escapada desesperada de la familia o, sencillamente, el sueño de toda la vida. El denominador común de todas estas categorías es el placer. Por viaje de negocios, entiéndase excusa.

La planificación de un viaje depende exclusivamente de dos puntos: el destino y el nivel de obsesión de quien organiza el proyecto. Es indispensable conocer mínimamente las condiciones del sitio a visitar, de modo tal que se pueda construir una noción de cómo administrar el dinero a disposición. Igualmente, resulta útil hacerse de información sobre los puntos de interés del lugar. Sin embargo, planificar cada detalle puede ser contraproducente: nunca se sabe con exactitud qué nos depara cada rincón. Y, en parte, esa es una de las razones que nos impulsan a viajar. 

Descubrir algo nuevo, algo impensado, algo que no puede mostrarnos el Street view de Google.

Viajar, en algunas culturas, es sinónimo de estatus social. Apoyados sobre esta perspectiva, no son pocos los que deciden recorrer distintos puntos del mundo para sacar fotos de monumentos que no entienden ni aprecian, pero que les servirán de credenciales ante sus pares. Las pruebas de que estuvieron allí. Las redes sociales son tristes amigas de esta tendencia. Dale "No me gusta".

En las antípodas de este pensamiento se ubica el típico viaje que involucra todos los sentidos y hace pensar en que conectarse con las nuevas tecnologías se considera pecado: cada minuto es invalorable, y pasarse el tiempo mirando una pantalla o esperando el comentario de nuestros 1400 amigos de Facebook no puede ser menos que un desperdicio de tiempo.

Viajar solo,  por otro lado, es aguantarse viajar con uno mismo. En realidad, durante estas experiencias, nos vemos constantemente empujados a la socialización. No hay quien, durante estas situaciones, se muestre reacio a compartir su historia, a menos que la timidez le juegue una mala pasada. Nunca estamos literalmente solos, a menos que así lo deseemos.

Ahora bien, no es lo mismo recorrer una calle que sólo creíamos que existía en nuestros sueños observando cada detalle, deteniéndonos y fijando la vista donde sea atraída; que hacerlo conversando con otras personas. Hay momentos en los que resulta necesario encontrarse solo ante la obra de arte de la cultura, para abarcarla en su totalidad, o al menos en la totalidad que nos permiten nuestros sentidos. Esa experiencia se disfruta de otra manera si el diálogo es con uno mismo. Si la distracción se convierte en inspiración. Si la esperanza de vernos allí, solos ante nuestros sueños, se tiñe de otras sensaciones igual de positivas. Si la realidad, al menos durante ese recreo, se vuelve más amena.

Viajar solo es llevarse el cuerpo y la consciencia hacia un punto de encuentro con: otras personas similares a nosotros, nosotros mismos y, por supuesto, aquellos lugares que anhelamos conocer. El único miedo que hay que tener es el de disfrutar demasiado. La realidad siempre nos está esperando a la vuelta.