Venezuela: el "chavismo", entre el régimen y el mito
*Por Marcelo Cantelmi. El vacío que deja la muerte de Hugo Chávez permitirá ver más de cerca su contradictorio legado: alta movilización social y tensiones crecientes dentro de la estructura de poder.
Nota extraída del diario Clarín.
La proyección y el tamaño del ciclo que concluye necesariamente con la muerte de Hugo Chávez es el eje hoy de las tensiones que cruzan Venezuela, no tan lejos de los funerales y el notablemente masivo apoyo popular al líder desaparecido.
No es igual si se trata de una etapa que transcurre o del final de toda la experiencia. Este debate no es menor en sus efectos. Sólo basta ver cómo ha influido el líder bolivariano en la región y la nutrida delegación de funcionarios que casi todo el mundo depositó en Caracas para despedirlo. Para sus críticos, incluso los menos duros, el modelo que Chávez construyó a lo largo de estos 14 años, ubicado en un Gulag ideológico indeterminado entre el socialismo y el capitalismo clásico, se irá a la tumba con el líder bolivariano. Según esa perspectiva, comenzará entonces algo nuevo y diferente con efectos en todo el espacio sudamericano y, particularmente, en el Caribe por el vínculo paternalista enhebrado con Cuba.
Esa visión se contradice con la noción fundacional y por lo tanto intangible que le adjudican al régimen los seguidores del chavismo. Se lo advierte incluso hoy con formas simbólicas exageradas como la decisión de embalsamar su cuerpo y exhibirlo insepulto hasta el fin de los tiempos. Se diría que la idea de perpetuidad que persiguió la gestión de este paracaidista militar y muchos de sus imitadores, reaparece de ese modo intentando vencer hasta a la muerte. Pero son medidas que obedecen a la preocupación más pedestre de sus herederos, obligados a aferrarse al mito frente a un súbito desamparo que no fue previsto. El hiperpresidencialismo -casi monárquico- chavista, que instauró una democracia imperial y adelgazó las formas republicanas, dejó con su ausencia un desierto de cuyo tamaño parece dar cuenta la precariedad que apenas disimula su sucesor elegido, Nicolás Maduro.
Parecen existir en este proceso rasgos en pequeño de la deriva final de la Unión Soviética. No sólo se notan en los estilos semejantes de aquella rigidez dogmática para procesar la información e instaurar los liderazgos; en los vínculos con las masas y el discurso de gesta. La comparación aparece también en la descomposición también ideológica que por detrás de la escenografía triunfalista atravesó a la versión comunista soviética hasta su colapso cuando la economía del gigante se rompía de modo inevitable. Una deriva que se exhibió luego obscena con el asalto del poder y sus aledaños por parte de una tropa de dirigentes que se travistieron rápidamente para repartirse la caja.
No hay dudas de la fidelidad real de Chávez a su idea de mejorar la situación de los sectores más postergados, que mostró la fuerte reducción de la pobreza, un proceso que con igual magnitud pero menos estridencia también llevaron adelante Ricardo Lagos en Chile o Lula da Silva en Brasil.
Pero, al igual que en la URSS, Chávez trastabilló ideológicamente por fuera de su retórica que enarbolaba para cambiar el mundo pero que se ciñó a un recetario de un populismo por momentos rudimentario. Es para las páginas de un anecdotario del absurdo cuando el bolivariano proclamó la necesidad de crear una Quinta Internacional socialista en relevo de la actual Cuarta y sus anteriores. Lo hizo en una insólita reunión a fines de 2009 en Caracas en la que compartieron asientos representantes del comunismo chino, del PT de Lula, el peronismo de los Kirchner y el PRI mexicano.
Ese barullo apenas disimuló la deuda del chavismo con el desarrollo de su país, que hubiera consolidado sus ideas por encima de su liderazgo y por fuera de una etapa que la historia puede acabar por desjerarquizar. Al igual que en la postrera era soviética, una brigada de oportunistas que se enriquecieron en las sombras del modelo están alistados para subir los últimos escalones del poder. No son recién llegados. Parte de las debilidades del modelo fue el entendimiento de que no era posible desactivar esa corrupción.
Es por ese trasfondo que no hay cómo ocultar las tensiones dentro del vértice chavista, donde Maduro balbuceará los primeros pasos de su presidencia conviviendo con dirigentes con fuerte autonomía como Diosdado Cabello, un aliado, es cierto, pero que a la vez que titular del Parlamento influye en el Ejército, el partido oficialista y el mercado negro, donde chapalea la denominada "boliburguesía".
Esas rivalidades no significan que no haya un equilibrio que se pueda mantener.
Pero hay datos que refuerzan las dudas. El presidente muerto designó antes de su última operación no a un general sino a un marino de lealtad granítica en el Ministerio de Defensa, es decir al frente de las fuerzas militares que han sido un tronco esencial en su experimento de poder. Esa decisión nació de la desconfianza que le despertaba la reacción de los mandos del Ejército, incómodos por el crecimiento de la presencia militar cubana en Venezuela que custodia los acuerdos petroleros que han logrado mantener a flote a la isla comunista.
Cabello, ex teniente retirado del Ejército, integra esa vereda imprevisible que en opinión de analistas críticos, espera su momento aunque hay mucho aun por delante. Existe un elemento clave sobre este legislador que también promueve controversias: es el único dirigente de la estructura gobernante que desafió la autoridad de Chávez al rechazar la orden para presentarse como candidato a una gobernación en los comicios estaduales de diciembre último. Cabello se cuidó de rifar su estratégico sitio de poder, el tercero en la línea sucesoria pero es una cuestión no concluida . Ese litigio y esa presencia está en la base del enredo que se ha armado forzando la Constitución para instaurar a Maduro en un sitio que la mitad del país considera que no le corresponde como presidente encargado y a la vez candidato para las inminentes elecciones.
La evolución de este cuadro tan complejo está ligada al manejo que el gobierno, sin su líder, haga de sus desafíos inmediatos. En particular si logra que las bases se mantengan verticales como mostraron en estas horas de duelo y acepten pasivas los ajustes que se vienen.
Es lo menos que el régimen le exigirá al mito para intentar evitar que la historia, como en Rusia, de vuelta la página. Quizá sea demasiado pedir.