Valiosas enseñanzas dejó la nueva edición de la Feria del Libro
La clausura ayer en la ciudad de Buenos Aires de la 37ª edición de la Feria Internacional del Libro, que se desarrolló a lo largo de veinte días caracterizados por el alto perfil político que por momentos tuvo la muestra.
Con incremento de ventas y de ingreso de público con respecto al año anterior, sirvió para patentizar una vez más la trascendencia de este encuentro, reconocido en Latinoamérica y el resto del mundo por su importancia cultural.
Pero tal vez antes que ello, esta nueva edición vuelve a dejar como enseñanza que el éxito de la Feria no sucede por obra y gracia de algún golpe de azar, sino que es producto del esfuerzo y capacidad de los organizadores para persistir en el mantenimiento de la iniciativa con un alto nivel de calidad.
De allí que, como ya se dijo en esta columna en años anteriores, convenga señalar y ponderar la constancia que ha demostrado la ciudad de Buenos Aires para mantener la feria como una de sus expresiones de primerísimo rango, desde hace casi cuatro décadas, enfrentando períodos difíciles que acaso podrían haber explicado en algunas oportunidades la eventual intención de suspenderla.
Pero esas dificultades y las reformas que, en el decurso de tantos años, pudieron haberse impulsado -como, por caso, el cambio de predio en 2000 cuando la Feria pasó a funcionar en la Sociedad Rural- no sólo no afectaron la continuidad y el nivel de la muestra sino que la mejoraron, alcanzándose mayor cantidad de expositores y crecientes afluencias de visitantes.
Signada este año por la sobresaliente presencia del flamante Premio Nobel de Literatura, al margen de la polémica que desataron algunos cuestionamientos políticos al escritor peruano, esta verdadera ciudad literaria funcionó nuevamente como un valioso lugar de encuentro entre autores, editores, libreros, distribuidores, educadores, bibliotecarios, científicos y más de 1.200.000 lectores de todo el mundo.
A pesar de que se ve acosado, hace ya varias décadas, por la pujante aparición de los medios audiovisuales y por la generalización de aportes tecnológicos -como las fotocopiadoras primero y, ahora, por el auge de la computación y de internet-, el libro ha logrado sobrevivir y superar estas circunstancias desfavorables.
Asimismo, pese a la evidencia de que el 33 por ciento de nuestra población nunca lee un libro y, también, a las condiciones desventajosas en que operan los editores nacionales para competir frente a los colegas extranjeros, el libro como tal sigue captando el interés de muchísimas personas, no solamente por ser vehículo de información y recreo, sino, acaso fundamentalmente, por ser instrumento de un acto de aprehensión individual que determina la conciencia de los valores del hombre, empezando por la libertad.
De allí la alusión inicial a la Feria como acontecimiento de enorme importancia, porque pese a la vigencia de tantas circunstancias adversas, se sabe que la lectura sólo necesita de un mínimo de promoción. Nuestra ciudad, no sólo en su condición de capital del primer Estado argentino sino atendiendo a sus ricos antecedentes culturales, debiera extraer conclusiones referidas a la posibilidad de impulsar -al menos, con alcance provincial- un encuentro de naturaleza similar al que año tras año se desarrolla en la jurisdicción porteña.