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Urgencias y prioridades

Algunas decisiones de los gobiernos nacionales y provinciales son poco comprensibles en un contexto en el que la economía y la salud deben ser prioridades.

Desde el momento en el que arribó el coronavirus en nuestro país, se planteó una falsa dicotomía entre la salud y la economía, en la cual una de los dos debía prevalecer sobre la otra indefectiblemente y por lo que, como no podría ser de otra manera, no podía atenderse a la una y la otra al mismo tiempo.

En principio, todas las acciones se dirigieron a controlar que no se desborde el sistema de salud, dejando de lado la economía. Se logró. Luego, se empezó a ver que la economía podía desmoronarse y comenzó a ser parte de las discusiones cotidianas, con más y más aperturas. Poco a poco se está recuperando, golpeada fuertemente por la pandemia y no tan solo por la cuarentena.

Pero pronto comenzaron a surgir diferentes sucesos que desgastaron la credibilidad y la asertividad del Gobierno, y que se acentuaron en estos últimos días.

¿Era necesario impulsar el debate de una reforma judicial, cuando hoy la prioridad tiene que estar en la economía y en la salud? En este sentido, hubiese sido más importante discutir un impuesto a la riqueza, aunque ello no resta que también debería haber algunos gestos similares de funcionarios públicos.

¿Por qué la velocidad con la que se trata la reforma judicial –que bien podría funcionar para el tiempo postpandemia, vale decir- no es la misma que la velocidad con la que llegan a los barrios las ayudas a los merenderos y comedores o el auxilio del IFE, que cada vez se posterga más y que hace que miles de personas solo tengan de ingreso 10 mil pesos cada dos meses?

¿Por qué fueron esenciales desde un principio los famosos de los medios de comunicación, que hoy en día se convirtieron en partícipes de una nueva línea de contagios por doquier, mientras que muchos protocolos de trabajo fueron aceptados recién después del primer trimestre de cuarentena?

¿Por qué en el peor momento de la pandemia la comunicación oficial se vuelve menos entendible y con tantos puntos oscuros sin entender, con un insólito contrapunto acerca de las reuniones sociales, con el peligro que eso conlleva para la formación de aglomeraciones en los espacios públicos?

¿Por qué esta vez, en la que se necesitaba dar precisión de estos nuevos permisos y autorizaciones –en especial en la Ciudad-, no se realizó un anuncio en cadena nacional que deje las cosas más o menos clara, en vez de utilizar las redes sociales, a la cual no todos tienen acceso? ¿Acaso se rompió la unión que se quería mostrar entre el trío Alberto Fernández – Axel Kicillof – Horacio Rodríguez Larreta?

¿Por qué llaman a todos a tener que usar el barbijo mientras ellos, los gobernantes, se muestran sin él en muchas de las reuniones de trabajo?

Las idas y vueltas en la comunicación, los puntos no claros, las pequeñas secuencias y las discusiones casi fuera de tiempo solo logran restarle credibilidad a los dichos de los funcionarios de cualquier rango, sin contar también que tampoco existe una oposición responsable en nuestro país, que busca rédito político de cualquier paso en falso y convoca a marchas con múltiples consignas que pueden ser válidas pero que terminan perdiéndose entre insólitos argumentos de antivacunas y no creyentes del coronavirus.

Está bien que el Gobierno comience a delinear el plan postpandemia, pero que no gaste energía en discusiones alejadas de la crisis económica y sanitaria del presente. No es momento de entrar en el barro político. Todavía los estragos de la pandemia no pasaron, y parece que estamos en el peor momento. Hay que seguir cuidándose. Y eso incluye a todos, no solo a los ciudadanos de a pie.

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