Universidad y militancia política
Diversas actitudes de preferencias partidarias explícitas, asumidas en los últimos tiempos por buena parte de los rectores de las universidades nacionales, hacen necesario discernir con claridad entre la persona que enuncia su militancia, de la institución que representa, pero -lamentablemente- muchas veces esa distinción es por demás confusa.
Si hay un lugar institucional por excelencia para la libre y completa circulación de todas las ideas, ésa es precisamente la universidad, la academia, todas las estructuras de educación superior donde los jóvenes establecen una relación definitivamente madura con el conocimiento para, a partir de allí, encarar las actividades prácticas de la vida cotidiana.
Es precisamente desde la universidad, de donde salen la mayor cantidad de los futuros dirigentes, los encargados de conducir y de dar un rumbo a la sociedad, desde todos los puntos de vista: el político, el económico, el social o el cultural.
Es por esto que estamos explicando que el debate de todas las teorías, de todas las ideologías, de todos los pensamientos, es misión ineludible e irrenunciable de toda universidad que se precie de tal, pero teniendo siempre como mira esencial que el método de tal debate es el pluralismo y el objetivo del mismo es la búsqueda de la verdad.
Estas cuestiones salen a la luz en un momento particular en que el gobierno nacional, frente a las últimas elecciones, solicitó la adhesión a sus listas partidarias y a sus políticas, de las principales autoridades académicas de las universidades nacionales, particularmente la de sus rectores. Si bien se sostuvo que la firma en el apoyo partidario que expresaban los rectores era a título personal, en la práctica diferenciar un rol socialmente tan significativo de la persona que coyunturalmente lo ocupa, se torna muy difícil no sólo de deslindar institucionalmente sino para poder explicar a la opinión pública que una cosa no lleva a la otra.
A eso se agrega que muchos rectores agregaron, al apoyo "personal" a determinadas políticas partidarias, la explícita aclaración de lo mucho que este gobierno nacional había hecho por sus respectivas casas académicas.
Así como es enteramente lícito -y casi siempre auspicioso- que todos los miembros de la comunidad universitaria puedan hacer valer libremente sus ideas y opciones políticas y/o ideológicas, tanto en sus expresiones teóricas como en sus prácticas concretas, del mismo modo es muy importante que las autoridades de tan eminentes sitios del pensamiento conserven la mayor objetividad posible para que todas las alternativas puedan tener la misma cabida y el mismo sitio.
Ello no significa que los principales dirigentes académicos o administrativos de la universidad no puedan tener sus propias ideas políticas, pero sí significa que son ellos quienes más esfuerzo deben hacer a fin de separarlas de su actividad profesional, para ser -precisamente- garantes de que bajo su conducción todas las ideas serán posibles y bienvenidas.
No se trata sólo de firmas en solicitadas partidarias sino también de actos partidarios realizados en las universidades. Bienvenidos también todos ellos, pero igual de bienvenida la razonable prescindencia de decanos y rectores en la propagandización directa o indirecta de los mismos que a veces puede manifestarse con apoyos económicos explícitos y otras con declaraciones de simpatía hacia las opciones políticas preferidas por la persona que ocupa el cargo; nuevamente, la diferenciación entre institución permanente y ocupante coyuntural se hace prácticamente imposible de separar.
Así como la Justicia es la última defensa de los derechos individuales y sociales, la Universidad es la última defensa del pensamiento libre que, para desarrollarse en plenitud, requiere elevarse por encima de la falta de compromiso público, pero también ser capaz de trascender el compromiso meramente partidario.