Unas primarias enredadas
* Por Natalio R. Botana. Aunque no caigamos del todo en la cuenta, apenas diez días nos separan de las elecciones primarias del 14 de agosto.
El enredo está a la vista: lo que debía haber sido una oportunidad interesante para dirimir entre dos o más pretendientes el premio de una candidatura presidencial, se ha convertido en un inesperado torneo con candidaturas ya decididas previamente. De aquí la ignorancia y confusión de la ciudadanía junto con las gruesas dificultades de implementación señaladas por la Justicia. Estas consecuencias no queridas, de acuerdo con las intenciones de esa ley, acarrean un enredo adicional en la provincia de Buenos Aires.
En este magno distrito, donde coinciden los comicios presidenciales con los provinciales, está enterrada la caja negra capaz de poner en evidencia aquello que está en juego. Tanto en agosto como en octubre, el electorado bonaerense podría ratificar la hipótesis de una victoria inevitable de la Presidenta o bien abrir la posibilidad de que alguien sobresalga en el abanico opositor.
Sobre ese dilema planea un comportamiento que, según apuntamos hace un par de semanas, adopta una orientación negativa y otra positiva. ¿Qué importó más en la ciudad de Buenos Aires y en Santa Fe (y tal vez el próximo domingo en Córdoba), votar a favor de un candidato local o votar en contra de la Presidenta, con cuya figura se identificaron, respectivamente, Daniel Filmus y Agustín Rossi?
No será fácil respaldar esta hipótesis con indicadores empíricos que destaquen cuál de estos dos componentes al cabo prevalece. Convendría advertir, sin embargo, que los fragmentos dispersos de las oposiciones convergen al menos en un punto en el cual todos dicen que no a las pretensiones reeleccionistas. Por donde se lo mire, se trata de un vínculo negativo. A partir de ese punto de apoyo, los caminos se bifurcan en busca de un voto positivo que consagre a un candidato opositor.
Estos itinerarios divergentes resaltan más si dividimos a la oposición en dos campos. En el primero, son candidatos presidenciales Ricardo Alfonsín, Hermes Binner y Elisa Carrió, los referentes del acuerdo cívico y social de hace apenas dos años, con una apertura en la provincia de Buenos Aires hacia un actor -Francisco de Narváez- que en 2009 se había encolumnado en el otro campo. ¿Era posible en ese año augurar una dispersión semejante? En un lapso tan corto, la única que, hasta el momento, se llevó los laureles de la victoria fue la crisis de representación. No había entonces mayores obstáculos para concebir unos comicios internos en los cuales esos tres protagonistas compitieran en elecciones primarias.
Tal espíritu habría permitido conformar el escenario propio (y habitual) de regímenes democráticos más maduros que el nuestro, aunque la ley guillotina de estas primarias hubiera impedido un flexible armado de fórmulas presidenciales, como por ejemplo, se efectúa en Uruguay (el ganador en las primarias obtiene la candidatura presidencial y el que le sigue la de vicepresidente). En realidad, al lado de este rígido condicionamiento, es preciso poner sobre la mesa los efectos de este vértigo faccionalista que, desde hace por lo menos una década, está desarticulando la representación política de una porción de la ciudadanía que oscila entre el 50 y el 60 por ciento.
El segundo campo tiene menos candidatos. Son dos justicialistas históricos -Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá- y un senador de fuerte presencia, Carlos Reutemann, apartado por decisión propia de la contienda dentro del peronismo. De nuevo, no se entiende esta diáspora de candidatos que, al igual que los del primer campo, buscan atraer los votos ya emitidos en la ciudad de Buenos Aires, en Santa Fe con la irrupción de Miguel Del Sel, y en Córdoba, superada la prueba electoral del domingo. Cada cual con su propio candidato: el triunfo de De la Sota podría beneficiar a Eduardo Duhalde, el de Luis Juez respaldará a Hermes Binner y el de Oscar Aguad a Ricardo Alfonsín.
En todo caso, el papel de los políticos influyentes, en una democracia donde la conducta de la ciudadanía es autónoma, es muy diferente del de los grandes electores en las repúblicas oligárquicas de antaño con voto restringido. Esto explicaría la actitud de un líder exitoso como Mauricio Macri. Decidirá después del 14 de agosto, tal vez sobre un tablero en el cual, según encuestas confiables, podrían sobresalir Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde.
No sólo las adscripciones personales dividen los campos de la oposición. También operan las referencias a valores. En el primer campo, los candidatos buscan combinar una necesaria reivindicación de principios republicanos y de condena a la corrupción con una visión del desarrollo sustentable, en cuanto a la estabilidad monetaria, a la mayor inversión, a la práctica honrada del federalismo y a la distribución más equitativa del ingreso.
El segundo campo, que sin duda comparte esos objetivos desarrollistas, encarna además una oferta de corte conservador popular, que pretende abarcar a los de arriba y a los de abajo, y no elude plantear con más énfasis, de cara a la inseguridad y a la criminalidad, la exigencia de defender la ley y el orden.
En cada campo, hacia dentro y hacia fuera, hay vasos comunicantes que no han llegado todavía a servir de vehículo para plasmar políticas de Estado y acuerdos explícitos de gobernabilidad. Esta demora podría recuperarse a medida que la ciudadanía vaya identificando en la campaña electoral puntos de coincidencia y propuestas de trabajo en conjunto.
Visto con esta perspectiva, y dejando de lado otros candidatos presidenciales que no gravitan tanto (debido acaso a la ausencia de Fernando Pino Solanas), el conjunto de las oposiciones es como un sistema político con diferentes variantes en cuanto a las tradiciones ideológicas y a los intereses en juego. El problema es que sólo captura la mitad el espectro electoral; el otro sector, mucho más unificado en cuanto a su liderazgo es, obviamente, el del Frente para la Victoria.
Este esquema verticalista no elimina tensiones y divisiones. El oficialismo configura un frente multifacético de ideólogos, políticos, cuadros juveniles incorporados al Estado, sindicalistas y jefes de movimientos sociales: un mundo abigarrado bajo una candidatura que, hasta prueba en contrario, nadie discute abiertamente. Son fuerzas diversas que, por un lado, enarbolan las consignas de la confrontación permanente contra los enemigos del "modelo" y, por otro, enuncian el discurso moderado de Daniel Scioli. Hay pues estilos para todos, de jacobinos y conciliadores, en estado puro o combinados como resulta de la conformación de la fórmula Scioli-Mariotto.
Por ahora, esta amalgama es útil para captar sufragios que, por sus inclinaciones, van desde el centro hasta la izquierda populista. ¿Qué factores podrían erosionar esa masa de votos, en particular en la provincia de Buenos Aires? Se están insinuando al respecto dos movimientos: el que intenta erosionar el apoyo del aparato sindical y de los intendentes en los nutridos cordones del Gran Buenos Aires, y el que, por otra parte, esgrime el sector rural movilizado desde hace tres años; en contra de lo que señalaban algunas encuestas, la pampa gringa gravitó con su voto en la provincia de Santa Fe de manera homogénea. Fue, en este sentido, una expresión del descontento con el oficialismo que podría repetirse en Córdoba y en tierras bonaerenses.
Veremos dentro de diez días si el panorama se despeja o se enreda todavía más. © La Nacion