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¿Una sucesión entre dos Kirchner?

* Por Carlos Pagni. Quienes anteayer levantaron la vista hacia las galerías del primer piso de la Cámara de Diputados, advirtieron que las que dan al estrado principal estaban clausuradas.

Amado Boudou pidió esos cerramientos para evitar que otra lluvia de billetes con su cara le cayera sobre la cabeza. Julián Domínguez aceptó la sugerencia. Fue un pequeño homenaje.

Cualquiera que sea el resultado de la peripecia judicial del vicepresidente, la prevención que debió tomar en el Congreso opera como una sentencia política: es difícil que alguien incapaz de exponerse a una reunión de legisladores pueda lanzarse a una carrera electoral. Uno de los corolarios del disparatado caso Ciccone es el bloqueo de las pretensiones presidenciales de Boudou. El silencio de Cristina Kirchner a lo largo del escándalo es otro indicio de la fragilidad del vice. Es razonable que la Presidenta esté indignada y que, en alguna medida, se sienta hasta engañada. Sobre todo si se da crédito a la narración de algunos empresarios que estuvieron cerca del rescate de la imprenta. Según esa versión, Boudou aconsejó avanzar sobre Ciccone con la excusa de evitar un desabastecimiento de papel moneda. El Gobierno podría haber recurrido a la impresora Boldt, pero para la Presidenta esa salida era más horrible que quedarse sin billetes. Igual que su esposo, ella estaba convencida de que "Boldt es Duhalde". Y le sobraban argumentos. Antonio Tabanelli, el dueño de Boldt, obtuvo beneficios excepcionales de Eduardo Duhalde: desde la concesión del juego online hasta la del casino de Tigre, con un monopolio de 150 kilómetros a la redonda, que ha impedido al kirchnerista Cristóbal López instalar sus tragamonedas en el norte del conurbano.

La derrota de 2009 fortaleció aquellas presunciones. Los padrones habían sido confeccionados por Boldt. "¿Viste?, todo cierra", se dijeron los Kirchner. Importaba poco que Tabanelli hubiera ya tejido una amistosa relación con Daniel Scioli, candidato en la lista perdedora. Scioli renovó sin licitación las concesiones de Duhalde a Tabanelli, como recordó Boudou hace poco. El vicepresidente lo advirtió -según dicen- por la denuncia que realizó LA NACION el 24 de enero de 2010.

El entonces ministro de Economía -sigue la versión empresarial- habría trabajado sobre las fantasías persecutorias de su jefa explicando que para no quedar a merced de Duhalde había que comprar los billetes en Brasil y, mientras tanto, salvar a Ciccone. Según esta explicación, la Presidenta autorizó a Boudou a interesar a un grupo de empresarios para que se hicieran cargo de esa imprenta. Esta venia echa luz sobre el protagonismo que tuvieron Ricardo Echegaray y Guillermo Moreno en la captura.

Lo que no supuso Cristina Kirchner es que ese "grupo de empresarios" sería el dúo de "Nariga" Núñez Carmona y Alejandro Vandenbroele, el monotributista a quien su despechada esposa caracteriza como "testaferro de Boudou". Tampoco imaginó -insiste esa crónica- que Boudou y sus compinches cometerían un sinfín de desprolijidades: desde pedir favores oficiales por escrito hasta inventar al ignoto "Piluso" Schneider como controlante del fondo que adquiriría Ciccone. Se entiende que la Presidenta esté espantada. Una cosa es el capitalismo de amigos y otra éste, de amigotes.

El rol que, según esta tesis, habría jugado la Presidenta explica la orden de proveer al socio de Boudou un estudio de abogados de confianza. Es el mismo que patrocinó a Claudio Uberti en el affaire de la valija de Antonini Wilson. Es posible que el círculo judicial se haya cerrado con esa contratación. Y que se cumpla el vaticinio de Juan Manuel Abal Medina: la causa Ciccone seguirá los pasos de la causa Skanska. Es decir, más allá de lo que decida el juez Daniel Rafecas, la Cámara Federal sobreseerá a los imputados, sin que el fiscal Germán Moldes ni el titular de la Oficina Anticorrupción, Julio Vitobello, apelen esa absolución. También la profecía de Boudou se habrá cumplido: "Si no fuera ministro, tal vez a estas alturas estaría preso".

Para el futuro político del vicepresidente rigen otras reglas. Con su aislamiento desaparece otro puente entre el empresariado y el palacio. Los hombres de negocios que imaginaron a Boudou como la cabeza de un proyecto de poder apenas si le atienden el teléfono. Su decepción duplica la de la Presidenta: no sólo fracasó su apuesta electoral; algunos perdieron la plata que aportaron para la resurrección de Ciccone. Esos sponsors están entre los que apuestan a que la Casa de Moneda contrate o compre esa imprenta para "mantener la fuente de trabajo".

Los herederos de Boudou, con Hernán Lorenzino a la cabeza, también perdieron un padrino. La normalización financiera que alentaban está más lejos que nunca de cumplirse. Las relaciones con el mercado de crédito seguirán siendo casi clandestinas. (A propósito: varios fondos del exterior se disponen esta semana a comprar a tres bancos amigos del Gobierno sumas significativas de Bonar 2018, un papel que rinde 9%, emitido por el Tesoro en noviembre, y comprado por la Anses; lo extraño es que en la Anses juran que no venden.)

Devaluado Boudou, y marginado Julio De Vido, el empresariado debe resignarse al verdugo Guillermo Moreno, quien aterroriza a la pusilánime burguesía nacional con un plan de retiro voluntario, que ya le propuso a Ignacio de Mendiguren.

Con el eclipse de Boudou tomaron alas las ilusiones de Nilda Garré. Igual que el vicepresidente, ella imaginó que Cristina Kirchner podría negarse a forzar la reelección. Y que, como Lula da Silva, engendraría un heredero. El sueño Nilda-Dilma, que anidó durante semanas en la izquierda oficialista, duró lo que una bengala. Garré cometió varios errores que llevaron a la intervención del Ministerio de Seguridad. La Casa Rosada destacó allí a Sergio Berni, médico, militar y, sobre todo, pingüino. Berni no sólo es un auditor de Garré. Es el límite de otro soldado, el general César Milani, segundo jefe del Ejército y encargado de Inteligencia de esa fuerza, cuya influencia sobre Garré nunca agradó a la Presidenta.

El cerco que la pingüinera tendió en torno de la ministra de Seguridad se completó la semana pasada: la Justicia delegó la investigación de las tareas de espionaje interno de la Gendarmería -el controvertido Proyecto X- en la Secretaría de Inteligencia (SI). Demasiada ventaja para Francisco Larcher, el mandamás de la SI, a quien Garré se había propuesto desplazar.

Si Garré disfrutó con el resbalón de Boudou, Daniel Scioli festeja el repliegue de Garré. Al gobernador las encuestas le siguen sonriendo. Pero sus chances presidenciales transitan por un estrechísimo desfiladero: necesita que a Cristina Kirchner no le vaya tan bien como para forzar otro mandato o elegir a un delfín ni tan mal que lo arrastre en la caída.

Las hostilidades de Garré, a las que se vino prestando el vicegobernador Gabriel Mariotto, apuntaron a las ostensibles aberraciones de la política de seguridad de Scioli. ¿Las alentó Cristina Kirchner? ¿O son la forma en que la izquierda oficialista pretende condicionar a la Presidenta en la selección de un sucesor? Imposible discernirlo.

Por ahora la Casa Rosada prefiere controlar a Scioli con el cuentagotas fiscal, más que con las denuncias contra la gestión de seguridad, casi siempre razonables. No es una mala estrategia. La Argentina está otra vez ante una crisis de las cuentas públicas y las provincias dependen cada vez más de la Nación. Hasta ultrakirchneristas como Sergio Urribarri o Jorge Capitanich pasan angustias. Scioli se mira en esos espejos y tiembla.

¿Hay un genio oculto que organiza desgracias para los que se atreven a soñar un mundo sin la Presidenta? La obsesión kirchnerista por el control total de todo hace que esa alucinación parezca verosímil. Aunque, si se observan las improvisaciones del Gobierno en otros campos, habría que atribuir las alzas y bajas a la casualidad. Importa poco. Lo cierto es que, en un par de semanas, la corte fue redimensionada y quienes levantaron la cabeza han tenido su escarmiento.

Los Kirchner siguen sin tener más proyecto que los Kirchner. Cuando evalúa candidaturas para la próxima elección, la Presidenta piensa en su hijo y su cuñada. Calcula el movimiento de esas piezas y se ensueña con grandes mutaciones. Ya emprendió la modificación del Código Civil, que la hizo sentirse Napoleón. Ahora se prepara para ser Michel Foucault: el juez de la Corte Raúl Zaffaroni ofreció a los presidentes de bloque de la oposición reformar de común acuerdo el Código Penal. ¿Son los ejercicios preliminares de un debate constitucional? La pregunta es prematura. Pero hay algo misterioso en Zaffaroni, y no es la pretensión de una reforma. Es la vocación por el consenso.