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Una relación nada fácil

Aunque la presidente Cristina Fernández de Kirchner procuró amortiguar el impacto de su ofensiva contra los gremios, a los que pidió no "boicotear a la Argentina", al utilizar la misma palabra para criticar a empresarios que "ganan formidables sumas de dinero y no las reinvierten en la Argentina", es evidente que la relación del gobierno con el sindicalismo ha entrado en una etapa peligrosa en que cualquier malentendido podría tener repercusiones negativas.

A diferencia del empresariado, que está acostumbrado a ser blanco de dardos nacionalistas, los líderes sindicales, como los militares, son proclives a considerarse los guardianes de las esencias patrias y por lo tanto no podrán aceptar que nadie, ni siquiera una presidenta de trayectoria peronista, insinúe que están obrando en contra de los intereses del país. Fue con toda seguridad por esta razón que el jefe de la CGT, Hugo Moyano, reaccionó indirectamente frente a la embestida de Cristina solidarizándose enseguida con APTA, el gremio aeronáutico que tantos dolores de cabeza está provocando, lo que sorprendió al gobierno que había apostado a que, por motivos vinculados con las internas sindicales, el camionero asumiría una postura neutral ante el conflicto que ya ha perjudicado a miles de pasajeros de Aerolíneas Argentinas. De ser así, se equivocó; lo mismo que otros jefes gremiales, Moyano es de mentalidad corporativa y por lo tanto cree que siempre hay que cerrar filas en torno de cualquier sindicalista que se ve en apuros, de ahí el apoyo al líder de APTA, Ricardo Cirielli, aun cuando sea cuestión de un adversario.

Hace menos de tres semanas Cristina vio aumentar de manera espectacular su capital político merced a su triunfo contundente en las elecciones presidenciales, pero ya se habrá dado cuenta de que tendrá que manejarlo con mucho cuidado. Por cierto, no es lo suficientemente grande como para permitirle librar una larga batalla contra el sindicalismo peronista sin correr graves riesgos, puesto que de multiplicarse los conflictos como el que esporádicamente paraliza a Aerolíneas no tardaría en formarse nuevamente un "clima de crispación" parecido a aquel que hace un par de años contribuyó a la derrota del oficialismo en las elecciones legislativas. Asimismo, aunque no es ningún secreto que la imagen pública de Moyano es sumamente mala y que son muchos los sindicalistas que quisieran desplazarlo de la jefatura de la CGT, no le convendría en absoluto al gobierno subestimar su capacidad para resistirse a los intentos de obligarlo a dar un paso al costado.

De difundirse la impresión de que el gobierno se ha propuesto debilitar el sindicalismo peronista por entender que, como dijo Cristina, está "boicoteando" el país y es reacio a "comprender que no hay mejor manera de defender a los trabajadores que cuidar la fuente de trabajo", o sea dejar de impulsar paros o reclamar aumentos salariales exagerados, a Moyano no le resultaría del todo difícil convencer a los demás dirigentes de la necesidad de oponerse frontalmente a las exigencias oficiales, ya que de lo contrario todos perderían.

Desgraciadamente para la presidenta, abundan los motivos para prever que en los meses próximos le tocará someter a una serie de ajustes el "modelo" que, insiste, defenderá sin permitir que "nada ni nadie nos desvíe" del rumbo elegido y que en consecuencia necesitará contar con la buena voluntad de aquellos sindicalistas que se afirman comprometidos con el proyecto kirchnerista. Para conseguirla, atribuirá los problemas locales a la grave crisis económica que está agitando al resto del mundo y que, según parece, ya está afectando a China, de suerte que desde su punto de vista es lógico dar por descontado que ocasionar problemas al "modelo" equivale a "boicotear a la Argentina", pero sería con toda seguridad un error táctico de su parte incluir a los sindicalistas entre los presuntos enemigos del país.

Si bien es tradicional que los peronistas hablen como si en su opinión no hubiera ninguna diferencia entre sus propios intereses y los de la Argentina, el que Cristina haya empleado el arma verbal así supuesta contra sindicalistas que se creen sus dueños auténticos plantea el riesgo de que los amonestados opten por contestarle de forma igualmente hiriente, lo que no la ayudaría a mantener tranquilo el frente laboral.