Una presión insoportable
* Por Joaquín Morales Solá. Hace pocas semanas, Pablo Moyano dijo lo que su padre no puede decir: Néstor Kirchner era, para los Moyano, mejor que Cristina. "Es mejor para nosotros hablar con un hombre que con una mujer", explicó, exhibiendo una notable pátina de machismo.
Esa frontal sinceridad, que la Presidenta recibió, dicen, con reprimida furia, precedió al acto del 1º de Mayo, en el que Hugo Moyano la proclamó candidata a la reelección por su cuenta y riesgo. Cristina Kirchner escuchó esos halagos, otra vez, como una presión insoportable de parte de un profesional de la presión.
Moyano notó la distancia presidencial, el frío de un gesto o de una mirada. Decidió, entonces, pegar donde más le podía doler al Gobierno y dejó sin naftas a la clase media adicta a las naftas. En un país donde la mayoría de los autos llevan un solo pasajero (consecuencia también del desastroso sistema de transporte público que el kirchnerismo contribuyó a empeorar), no hay peor noticia que la que da cuenta del cierre virtual de las estaciones de servicio.
La escasez de naftas refresca en la memoria colectiva, además, los peores momentos históricos de desgobierno. Innumerables argentinos se vieron condenados, entre la noche del domingo y la mañana de ayer, a prescindir de sus autos. Moyano estaba detrás de ese boicot.
En ese debate curvado y a la distancia que suelen entablar la Presidenta y Moyano, Cristina Kirchner lo reprendió ayer al jefe de los camioneros de la peor manera: le dijo que necesita más de su solidaridad activa y no tanto de bellas y embusteras palabras de sumisión y acatamiento. Esto es: precisa más que haya naftas en los surtidores antes que la proclamación de una candidatura que es, para ella, una decisión personal, política y familiar, en la que Moyano no tiene nada que hacer ni que decir.
Moyano amontona sus propias cuentas con la Presidenta: ella no fue a su acto político en la avenida 9 de Julio y, para peor, lo obligó a iniciar el diálogo social acompañado por 34 dirigentes cegetistas. Moyano pensaba ir a ese encuentro presidencial acompañado sólo por sus incondicionales, pero la Presidenta le hizo saber que quería verse con toda la conducción de la central obrera.
Moyano entendió que lo trataban como a uno más cuando lo agitaban las versiones de una operación oficial para reemplazarlo por Gerardo Martínez, el histórico líder de los trabajadores de la construcción (Uocra) y el que más enfrentó a Moyano; compiten entre ellos hasta en el nivel de violencia que cada uno de esos poderosos gremios puede producir.
Marketing electoral
El discurso presidencial de ayer fue también una operación de marketing electoral perfectamente planificada.
Enfrentarse a Moyano tiene sus réditos ante amplios sectores de la clase media, sobre todo cuando el reto se debió a la escasez de nafta. Moyano sigue siendo uno de los dirigentes más impopulares para los sectores medios, que lo entrevén como un hombre con una voracidad de poder infinita e imperecedera.
Se mezclaron la necesidad y lo simpático: la Presidenta siempre intuye que detrás de los escándalos sociales de Moyano se esconde un desafío al poder del kirchnerismo. El mapa genético del kirchnerismo siente aversión hacia cualquiera que aspira a tener tanto o más poder que el liderazgo político gobernante.
Cristina Kirchner se muestra como una viuda doliente en público y mucho menos agresiva que en tiempos en que vivía su esposo.
Los sectores populares, que conforman el grueso de sus adherentes, también se pondrán de su lado si ella se muestra como una mujer presionada por un sindicalista ambicioso e irrespetuoso. Cualquier especialista en imagen política sabe quién es el ganador y quién el perdedor cuando se enfrentan en público una mujer y un hombre. El resultado es mucho más propicio para ella cuando se trata, además, de una mujer que cuida hasta la estética de su viudez. Digan lo que digan, Cristina Kirchner camina derecho hacia la candidatura a la reelección, tal como lo anticipó, a pesar de la Presidenta, el propio Moyano.
Inverosímil
Es una pelea a veces inverosímil. Moyano nunca hubiera sido lo que es sin la protección del kirchnerismo. Con cualquier otro gobierno, el jefe cegetista ya habría sido, por lo menos, indagado por alguno de los tres jueces que lo investigan por supuestos hechos de corrupción.
El actual poder político, económico y gremial del secretario general de la CGT (inédito en su tamaño en la historia del sindicalismo argentino) es también una obra del matrimonio que accedió al poder en mayo de 2003. Hace ocho años, Moyano estaba a la defensiva y ni siquiera podía caminar tranquilo por el espacio público. Esa sociedad entre los Kirchner y los Moyano existió y existe, pero el oficialismo apuesta siempre a la desmemoria de una sociedad con demasiadas preocupaciones como para ocuparse del origen de las cosas políticas.
El oficialismo no carece de contradicciones. El senador Daniel Filmus justificaba ayer la protesta de estudiantes del colegio Carlos Pellegrini casi en el mismo momento en que la Presidenta se enojaba con Moyano por el desabastecimiento de las naftas. ¿Por qué los estudiantes pueden parar un colegio y cortar las calles, porque no les gusta el método para seleccionar docentes, y Moyano no debería dejar sin naftas a la sociedad por una cuestión salarial? Las palabras de Filmus fueron especialmente graves porque provenían de un ex ministro de Educación de este gobierno y, tal vez, de su candidato a jefe de gobierno de la Capital.
Es cierto, debe reconocerse, que el estilo Moyano ya hizo escuela en todas partes: en sindicalistas, en estudiantes y hasta en profesionales. Esa política del hecho consumado sentencia a cualquier gobierno a terminar homologando decisiones que han tomado otros en su lugar. El marketing electoral puede tener buenos efectos en una sociedad muchas veces superficial, pero eso no resuelve el conflicto de fondo: es el poder el que termina mostrando su relativa existencia.