Una presidente y dos versiones posibles
*Por Joaquín Morales Solá. Los milagros existen sólo para remediar tragedias humanas, no para resolver la política. Descartado de antemano, por lo tanto, el milagro que la derrotada oposición espera ahora para octubre, Cristina Kirchner camina hacia una segura reelección.
Podrán cambiar en los próximos dos meses algunos porcentajes, pero no el resultado final y concreto que le daría al peronismo, por primera vez en la historia, un tercer mandato consecutivo.
Ni Juan Perón ni Carlos Menem se dieron ese lujo político en sus tiem pos de gloria. En la noche del domingo y en la mañana de ayer, Cristina Kirchner se dedicó a defender el voto de los sectores medios de la sociedad, que la apoyaron ampliamente. Una presidenta cordial, consensual y homologable se paró delante de los micrófonos. Hasta aceptó la condición pasajera de las victorias y de las derrotas en la política. Reconoció, en fin, aunque sin decirlo explícitamente, que la derrota es la única perspectiva inevitable, cercana o lejana, de la democracia. Esa certeza nunca había sido admitida antes por el kirchnerismo.
¿Será ésa la Cristina Kirchner que gobernará en los próximos cuatro años? No hay un solo kirchnerismo. De hecho, el ministro más elogiado ayer por la Presidenta (el de Interior, Florencio Randazzo) fue el único funcionario que conservó la compostura en la algarabía dominguera del oficialismo. Pero hay otro kirchnerismo, convencido de que tiene una misión fundacional en la historia nacional, que esa épica sólo admite amigos o enemigos y que éstos merecen la muerte civil. La vertiente fanática del kirchnerismo ocupa no pocos lugares decisivos en la administración.
Si fuera esta última corriente la que prevaleciera, es probable que a la Argentina no kirchnerista (que es la mitad del país) la aguarden épocas de insoportables intolerancias, de arbitrarias persecuciones y de insistentes campañas mediáticas. Eso ya se ha hecho y hay precedentes; no necesita probarse hasta dónde podrían llegar la persecución judicial y las campañas de desprestigio contra los adversarios o críticos. Una de las peores consecuencias de las victorias oficialistas argentinas es que los jueces también quieren formar parte del cortejo de los vencedores.
La Justicia, como un valor social, es también una víctima cuando el republicanismo resulta tan despreciado. En efecto, las corrientes políticas históricamente más republicanas (el radicalismo, el socialismo y la Coalición Cívica) alcanzaron juntas apenas el 25 por ciento de los votos totales del país. El fanatismo político es un elemento incompatible con la República. El kirchnerismo ha tenido, hay que reconocerle, una enorme capacidad para poner en funcionamiento los mecanismos del fanatismo y para despertar los viejos rencores sociales, latentes durante décadas. Ha tenido mucho menos predisposición, y menos ganas, para frecuentar las prácticas republicanas.
ES EL PODER
Es probable que el peronismo descontento con el kirchnerismo, que es gran parte del peronismo, termine detrás de la candidatura de Cristina Kirchner en octubre. Para el peronismo no hay ningún valor político superior al poder electoral. Gobernadores, ex gobernadores e intendentes, que hasta el sábado escribían borradores de documentos críticos hacia la Presidenta, empezaron a guardar lapiceras y papeles para otros momentos. El peronismo es un proyecto de poder, más que un programa ideológico o político, y el poder ahora sólo se lo asegura la reelección de Cristina.
Puede ser, no obstante, que la jefa del gobierno sea consciente de que las mejores reelecciones no aseguran la popularidad permanente. Menem fue reelegido en mayo de 1995, con más votos que en 1989, y poco meses después sufrió una profunda crisis de popularidad, de la que nunca se recuperó. Aquella reelección de Menem fue una reelección forzada, porque la sociedad estaba pendiente de la economía y la oposición no le aseguraba su control. No se puede analizar aún la reelección de Cristina. Sólo después de octubre se sabrá si su reelección será forzada también, obra más del colapso de sus opositores que de sus propios méritos.
¿Dónde estaba Mauricio Macri? ¿Dónde, Julio Cobos? ¿Qué hacía Carlos Reutemann? Cualquiera de ellos hubiera sido mejor candidato que los que compitieron por la oposición anteayer. Macri cayó tumbado por la letanía del peronismo disidente que buscaba, sin encontrarlos, sus genes peronistas. Pero ¿acaso no había sido un útil aliado del peronismo en 2009? Sí, pero entonces no se jugaba la Presidencia. El peronista más cercano a él, Eduardo Duhalde, fue el primero en descartarlo por falta de credenciales partidarias. "No es peronista", explicó para eliminarlo.
Reutemann no conversó más con sus colegas disidentes desde que éstos, algunos viejos perdedores de elecciones provinciales, le pidieron explicaciones por haber concurrido al velatorio de Néstor Kirchner. "No voy a dar explicaciones a estas alturas de mi vida por ir a un velorio", se enojó. Es cierto también que al senador no le gustan las causas perdidas; él venía anticipando, incluso en sus esporádicas declaraciones públicas, que Cristina Kirchner ganará las elecciones de este año. No le gusta la derrota y detesta el desgaste político y personal que significaría un enfrentamiento con el kirchnerismo.
Cobos conoció el esplendor y la caída. Era, con todo, mejor candidato que Ricardo Alfonsín. Había sido gobernador de una provincia importante, Mendoza, y debió tomar cruciales decisiones como vicepresidente de la Nación. Esos antecedentes, y el recuerdo social de aquella madrugada de julio de 2008 cuando balbuceó un voto que condenó al kirchnerismo a su primera derrota política en la declarada guerra contra el campo, lo convertían de hecho en un candidato más sólido que Alfonsín. El radicalismo, en cambio, leyó a la sociedad con la limitada cartografía de los radicales.
Reutemann o Felipe Solá tenían posibilidades de convocar a un acuerdo político o electoral mucho más amplio que el que podía construir Duhalde, que era -y es- casi nulo. Solá vivió con sus ex socios Macri y Francisco de Narváez una situación parecida a la de Reutemann en el peronismo disidente. Nunca lo aceptaron ni lo respetaron como un par. Reutemann y Solá viven ahora más en medio del sosiego del campo que en el furor de la política.
No hay una sola razón para el arrasador triunfo de anteayer de Cristina Kirchner , antesala segura de su reelección en octubre. La oposición hizo su contribución. La economía fue decisiva. Pero ni la oposición será siempre tan ineficiente ni la bonanza económica será eterna. La Presidenta pareció entrever esas reticencias del futuro. El fanatismo está, en cambio, incapacitado para esforzarse en el necesario intento de comprender los inestables movimientos sociales. Es el reino del dogma, por las buenas o por las malas.