Una plegaria y buena fe: los recursos de la Justicia argentina para resolver crímenes
Inseguridad y Justicia son sinónimos de reclamo. Son palabras que suelen ir acompañadas de la frase: "Acá podés hacer lo que quieras y nunca pasa nada".
Inseguridad y Justicia son, en Argentina, sinónimos de reclamo. También son dos palabras que, cuando aparecen en una conversación cotidiana, suelen ir acompañadas de la frase: "Acá podés hacer lo que quieras y nunca pasa nada". Lejos de caer en el escepticismo y en la visión puramente negativa, desde la redacción de un diario que presta atención y cobertura a gran cantidad de casos policiales, un comunicador intenta poner en palabras hechos y versiones confusas, con la intención de informar y con la esperanza de entender. Lo cierto es que estos hechos, precisamente, logran, de alguna manera, menguar las buenas expectativas con respecto a este tipo de historias.
El conmovedor caso de Nicole Sessarego Borquez, la estudiante chilena asesinada en la puerta de su casa, le dejó a esta redacción un mensaje que costará revertir. Hasta el día en el que Roberto Azcona decidió entregar a su propio hijo, los investigadores del caso no tenían absolutamente ningún indicio de la existencia de Lucas. Los videos del por entonces supuesto asesino comenzaron a circular por los medios. Milagros reconoció a su hermano en las grabaciones "por su forma de caminar" y a raíz de este indicio decidió preguntarle si él había cometido el crimen. Horas más tarde, la propia joven y su padre llevaban a perturbado asesino a una comisaría. El recurso de la Justicia, en este caso, consistió en apelar a la buena fe de una familia.
Algunos podrán retrucar que, en realidad, los encargados de resolver el caso utilizaron los videos para dar con el culpable de alguna manera y que la forma en que se terminó produciendo el desenlace era una de las posibilidades a tener en cuenta. En ese caso, el "recurso" de la Justicia, no sería la buena fue, sino las grabaciones y los medios de difusión para darlas a conocer. Pero lo cierto es que, apostar a que un padre entregue a su propio hijo a raíz de un video de seguridad no termina de constituirse como un método que brinde grandes garantías a la sociedad. Más aún si se tiene en cuenta lo cuestionada que fue la actitud del Roberto Azcona, el padre de Lucas.
Seamos desmesuradamente optimistas por unos momentos y pensemos que tanto las filmaciones como su difusión son un excelente recurso para atrapar a delincuentes y asesinos. Intentemos creer que el peso de estos recursos es tan efectivo que hasta los propios malvivientes comienzan a recapacitar su forma de vida, ante la inminencia de estas pruebas irrefutables, que invariablemente harán fracasar todos sus intentos por perpetrar un crimen. En esta utopía, ¿qué sucedería en caso de no contar ni siquiera con una cámara de seguridad?, ¿cuál sería, en tal situación, el recurso de nuestra Justicia?
Este sábado, precisamente, Cristian Ángel, un colectivero de 32 años, decidió entregarse en una comisaría de Caleta Olivia para confesar que él era el responsable de la muerte de Rita Bejerano, una docente de 48. El cuerpo de la mujer había aparecido en un descampado el 10 de noviembre pasado. Diecinueve días más tarde, el hombre se apareció acompañado por un amigo y un hermano. La Justicia lo recibió con sorpresa: no había ni detenidos ni sospechosos claros en el caso.
La culpa. El remordimiento. Las creencias religiosas. Esos son los verdaderos recursos de la Justicia argentina. Lo dicen Melina Romero, Candela Rodríguez, Ángeles Rawson. Y no sólo ellas.
Rocío Girat, a quien su padre violó entre los 13 y los 17 años, nos cuenta con su caso que, incluso con todas las pruebas presentadas, lo que se consiguió es que al hombre le dieran 14 años de prisión domiciliaria, a pesar de no tener ningún justificativo para acceder a tal beneficio. Sí, por violar a su propia hija por más de cuatro años
Lamentablemente, también nos dejan su mensaje las víctimas del Maestro Amor, quienes nos gritan desde el ridículo de la realidad que el pervertido fue condenado a sólo 14 años por haber abusado sexualmente de seis menores. Las penas, por supuesto, se pueden reducir.
No podemos hablar desde el punto de vista de un especialista, que seguramente contaría con copiosos argumentos para justificar y hasta pintar de manera elegante estos hechos. Simplemente podemos intentar expresarnos desde el sentido común. Y esa perspectiva, al menos a mí, me dice que estamos desamparados.