DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

Una pesadilla europea

Ante el asesinato de un rabino y tres niños a la entrada de un colegio judío en el sur de Francia muchos procuraban convencerse de que el responsable era un neonazi blanco...

...  en guerra contra "las minorías", ya que poco antes el mismo sujeto había matado a tres paracaidistas de origen magrebí y caribeño.

Fue una expresión de deseos: el asesino resultó ser no un racista blanco sino un islamista, Mohammed Merah, un personaje que se había entrenado en bases yihadistas en Afganistán y Pakistán. Con todo, la voluntad de tantos de atribuir la matanza a un racista blanco hasta que la evidencia mostrara lo contrario puede entenderse. En Europa, sobre todo en Francia, la relación de los demás con la creciente comunidad musulmana es un tema tan explosivo que muy pocos se atreven a aludir a las dificultades por temor a agravarlas todavía más pero, a pesar de todos los esfuerzos de los políticos e intelectuales por minimizarlas, siguen produciéndose episodios, como el protagonizado por Merah, que los obligan a tomarlas en serio.

Cuando un mandatario europeo habla de los problemas del "multiculturalismo" se refiere exclusivamente a los planteados por el islam militante, puesto que los antillanos, los africanos no musulmanes, chinos, hindúes, vietnamitas y latinoamericanos conviven tranquilamente con los "nativos". El año pasado, la canciller alemana Angela Merkel, el primer ministro británico David Cameron y el presidente francés Nicolas Sarkozy reconocieron que el multiculturalismo había fracasado, lo que motivó protestas airadas por parte de los resueltos a hacer creer que sólo era cuestión de la resistencia de la mayoría a adaptarse a la presencia de minorías de tradiciones distintas.

Así y todo, el que un fanático islamista haya mantenido a Francia en vilo durante varios días, dando pie a la movilización de una cantidad impresionante de policías y soldados de elite, se debió a la sensación de que los enfrentamientos violentos son virtualmente inevitables. De haber sido cuestión de un asesino serial común, el impacto hubiera sido mucho menor, pero desde el comienzo todos entendían que detrás de la matanza frente al colegio judío que siguió a la muerte de militares de una unidad que había formado parte de la coalición de la OTAN en Afganistán se encontraba el islam militante. Aun cuando, para alivio de los optimistas, hubiera resultado que el asesino era un neonazi, las muertes se habrían vinculado con el conflicto latente entre los aproximadamente seis millones de musulmanes que viven en Francia y el resto de la población.

Como ya es habitual en estas ocasiones, Sarkozy se afirmó en contra del "extremismo", no de los musulmanes, aunque hasta ahora no ha vacilado en aprovechar por fines electorales la "islamofobia" que se ha difundido en su país y en otras partes de Europa. La dirigente derechista Marine Le Pen fue menos diplomática: acusó a Sarkozy de permitir que los islamistas se adueñen de suburbios enteros, aludiendo así a las más de 700 "zonas urbanas sensibles" en las que la policía no quiere entrar a menos que cuente con una escolta militar. En dichas zonas jóvenes que, con razón o sin ella, se creen víctimas de discriminación religiosa o étnica a menudo se sienten atraídos por predicadores de corrientes islamistas que proclaman la supremacía de su propia fe y, sobre la base de citas coránicas, les aseguran que es su deber librar una guerra total contra quienes se resistan a someterse.

Por fortuna, escasean los dispuestos a actuar como Merah, pero hay suficientes como para sembrar el miedo. Asimismo, gracias a internet, a los "predicadores del odio" anatematizados por Sarkozy les es fácil comunicarse con individuos sueltos que no integran ninguna organización o "célula" y por lo tanto pueden mantenerse ocultos, preparándose sigilosamente para cometer actos terroristas. Identificarlos a tiempo es, desde luego, sumamente difícil en sociedades libres en que los servicios de inteligencia tienen que acatar leyes de privacidad que les impiden vigilar a todos como harían en países de tradiciones autoritarias. Nadie sabe cuántos yihadistas como Merah hay en Europa, pero aunque sólo se trate de un centenar están en condiciones de provocar incidentes que harían todavía más ardua la integración de la minoría musulmana a la comunidad de la que, bien que mal, forma parte.