Una pelea sorpresiva, pero inevitable
*Por Joaquín Morales Solá. Desde Raúl Alfonsín, hace más de dos décadas, ningún otro presidente había llamado hipócrita en público al jefe de la CGT.
Cristina Kirchner no nombró a Hugo Moyano, pero hizo un dibujo retórico inconfundible para señalar al líder de los camioneros y para calificarlo de embustero. Ese combate nuevo y sorpresivo tiene la tensión de una semifinal: por algo, la Presidenta condicionó ayer su candidatura a la reelección a la disciplina del sindicalismo moyanista. "Yo no estoy muerta por volver a ser presidenta", dijo, y contó lo que se murmuraba desde hacía mucho en la cima: la carga solitaria del poder requiere, para ella, de un enorme esfuerzo personal y físico.
Las razones de Cristina Kirchner están expuestas. Nadie puede imaginarse controlando el poder en la Argentina con un dirigente sindical como Moyano, que con sus excitados camiones boicotea, paraliza y desabastece. Moyano tiene también una influencia decisiva sobre otros gremios, sobre todo los del transporte.
Es moyanista, por ejemplo, el insignificante gremio del personal jerárquico de las empresas aéreas que anteayer paralizó a Aerolíneas Argentinas y Austral durante las horas perentorias de la mañana. Funcionarios oficiales señalaron que esos gremialistas quieren más poder en la estructura de esas empresas en manos del Estado, porque sienten que han sido marginados en beneficio de otros sindicatos aeronáuticos.
Más poder. Esa es la primera lección de cualquier manual del moyanismo. Cientos de argentinos esperaron durante muchas horas en Aeroparque mientras se debatía la cuota de poder de los sindicatos. ¿Cuánto falta para que la Presidenta empiece a pagar esas facturas electorales?
Nadie tampoco, ni en su círculo íntimo ni en el kirchnerismo más alejado, se había empecinado antes en replicarle a la Presidenta con tanta tenacidad como los Moyano. Cada palabra de Cristina que aludió al moyanismo en los últimos días mereció una respuesta no de Moyano, por supuesto, sino de alguien que expresaba cabalmente a Moyano. La conflictividad, mandó decir éste, es obra también de los empresarios y del propio gobierno. Pero sólo él firmó un convenio con un aumento salarial del 24 por ciento en el propio despacho presidencial y, pocas semanas después, desabasteció de naftas al país, en reclamo de un plus por encima de aquel incremento.
Hay algo que al kirchnerismo lo saca de quicio: son los duros conflictos sindicales que suelen devastar cada tanto a Santa Cruz. Hace pocos días, Moyano bloqueó los pozos petroleros en protesta por aquel plus, pero el ejemplo cundió y los maestros de esa provincia descubrieron que era mejor sitiar los pozos que cortar las desoladas rutas patagónicas.
El gremio docente de Santa Cruz tiene una larga historia de belicosidad, que ya puso en jaque al kirchnerismo varias veces y lo condenó a la derrota electoral en las últimas elecciones de 2009. Los docentes santacruceños obligaron en su momento al matrimonio Kirchner a abandonar Río Gallegos y refugiarse en el más exclusivo y aislado El Calafate. Es probable que Moyano no tenga nada que ver con los maestros de Santa Cruz, pero fue él quien les indicó un camino que se está tornando inmanejable para la administración nacional. Otra vez está en riesgo la normal provisión de naftas a los surtidores.
Están comprometidos las naftas, el transporte, la disciplina laboral, la tranquilidad social de Santa Cruz y, encima, Moyano reclama un sistema de reparto de ganancias de las empresas. Ningún otro dirigente sindical habría sido tan intocable si Moyano hubiera logrado hacerse con esta última modificación de la distribución de la riqueza. Cristina lo paró en seco: que negocien en las paritarias con cada empresa un sistema de gratificaciones cuando las empresas puedan darlas.
"No todas las empresas están en la misma situación", le contestó a Moyano por los micrófonos, que es las herramienta con la que ellos mejor se comunican. Moyano la adula en sus micrófonos y la trastorna en los hechos, mientras la Presidenta le contesta en los micrófonos de ella a los hechos verdaderos que el otro provoca.
El plan de Moyano consiste en convertirse en imprescindible para el sindicalismo en tiempos electorales, cuando se supone que cualquier disturbio o malestar social puede afectar al que tiene el Gobierno. El criterio del kirchnerismo más rancio es otro: no podría haber un segundo mandato de Cristina Kirchner disputando el poder con Moyano en el amanecer de cada día.
El secretario Legal y Técnico de la presidencia, Carlos Zannini, llegó en los últimos días a conversar con algunas expresiones de los "Gordos" de la CGT e, incluso, con la CGT paralela de Luís Barrionuevo, para juntar adeptos para una eventual operación de derrocamiento anticipado de Moyano como jefe de la central obrera. Los dirigentes gremiales hacen siempre de mensajeros de sus propias desventuras: los enemigos de Moyano le contaron a Moyano que estaban urdiendo su destitución. Por eso, ni él ni sus mejores voceros se callaron ante los empellones verbales de la Presidenta.
Es extraño, pero ayer la Presidenta pareció una candidata presidencial luchando contra uno de los personajes más impopulares de la Argentina. ¿Qué mejor campaña? Matizó esa imagen con la advertencia de que no se muere por seguir siendo presidenta y, de manera implícita, condicionó su candidatura a que el moyanismo se serene. Cristina Kirchner se encontró por fin con la bifurcación que su marido consideraba inevitable, aunque éste no llegó a verla: el poder político y un desmesurado poder sindical son incompatibles. "Son corporaciones y no
sindicatos", le espetó ayer la Presidenta a Moyano. El último presidente que había hecho esa comparación en público fue, en otra notable coincidencia, Raúl Alfonsín.
Es un perfecto eje de campaña para Cristina Kirchner. El problema que tiene (no sólo ella, debe precisarse) es que Moyano parece haber cortado en su vida todos los puentes para una retirada digna. Perseguido por jueces y fiscales que escarban en su patrimonio, la acumulación de poder no es para él sólo una obsesión de raíz casi psicológica; es también la única y relativa garantía de su libertad.