Una pelea que por ahora se va en amagues
*Por Carlos Sacchetto. La presidente Cristina Fernández cree que sólo con proponérselo podrá derrotar a Hugo Moyano y a la vez salir indemne de esa pelea.
El camionero no es un adversario más de los tantos que se ha creado el propio kirchnerismo para confrontar y de ese modo edificar más poder.
Moyano no es Julio Cobos, que fue un aliado valioso con el que Néstor Kirchner sedujo a parte de la oposición, conoció de cerca la trastienda de las decisiones, pero terminó opacado al extremo, a las puertas del destierro político.
Moyano tampoco es comparable al caso de Alberto Fernández, una pieza clave en la construcción del modelo, conocedor de fortalezas y debilidades, que se fue con disgusto del Gobierno y se ha convertido en un comentarista calificado de lo bueno y lo malo del kirchnerismo.
La memoria
A diferencia de los ejemplos de Cobos y Fernández, Moyano tiene poder propio. El que deviene de la representación obrera que ejerce desde un gremio poderoso y desde la CGT, el que acumuló en todos estos años al calor del oficialismo, y fundamentalmente el poder que obtuvo con sus ojos y oídos por compartir la intimidad de los secretos presidenciales.
"El 'Negro' sabe mucho sobre los Kirchner", es la reiterada respuesta de un dirigente de un gremio afín al camionero, cuando se le pregunta en qué terreno cree que se definirá el enfrentamiento con la Presidenta.
La advertencia, que nadie desconoce en el Gobierno, genera dos reacciones entre los funcionarios cristinistas. Por un lado están los que sostienen que se debe arreglar cuanto antes con Moyano para evitar consecuencias desagradables en un momento en que se suman los problemas.
Por el otro, están los que prefieren ir definitivamente al choque confiados en el incuestionable poder y representación popular de los que goza Cristina. Los jóvenes de La Cámpora están entre estos últimos.
Desde la intelectualidad kirchnerista, donde el peronismo es escaso, abonan una ruptura. Ricardo Forster, de Carta Abierta, dijo ayer horas antes de que se reunieran los popes sindicales en la CGT que Moyano "se quedó parado como si nada hubiera pasado entre 1945 y el 2012". Para completar la idea agregó que "el movimiento obrero ya no está en el centro de la discusión política".
La Presidenta, hasta el momento, no ha revelado una actitud que defina la situación. Quienes conocen de cerca lo que Cristina piensa sobre este tema dicen que si lo llama a Moyano para retomar el diálogo, como lo está pidiendo el camionero, eso podría ser interpretado como una debilidad.
Tampoco la jefa de Estado quiere agregar mayores dificultades a su Gobierno declarándole una guerra abierta.
En consecuencia, tanto en el sindicalismo moyanista como en el cristinismo, hay voluntad de producir una distensión y que la sangre no llegue al río. Una fuente oficial muy calificada confió que la Presidenta estaría dispuesta, en un diálogo a solas con Moyano, a pedirle disculpas por no respetar su duelo personal y tratarlo con desconsideración en la reunión anual de la Unión Industrial Argentina, cuando el líder de la CGT se retiró por la muerte de su hijo.
Los amigos de Moyano dicen que esa actitud es un puñal que sigue clavado en su pecho. Pero todos conocemos el inmenso orgullo que hay en la armadura que viste la Presidenta.
Los conflictos
Con inteligencia, el jefe de la CGT ha montado su propio despecho sobre legítimos reclamos de los gremios. Uno de ellos es la discusión salarial en un marco de inflación creciente, alentada por la suba de los precios y por el propio Estado con el ajuste de sus cuentas.
Otro es el mantenimiento del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias. Ningún dirigente sindical, por más cristinista que sea, está dispuesto a que los afiliados de su gremio lo increpen por no defender el poder adquisitivo de sus sueldos.
En el horizonte está latente el incremento de la conflictividad social y no sólo generada por los sectores obreros. El golpe sobre la economía de la clase media se anticipa fuerte y también ha comenzado a merodear en muchas empresas el fantasma de la desocupación.
El cierre de las importaciones y la seria queja del gobierno e industriales de Brasil se dan sobre un marco concreto de disminución de negocios. Y eso siempre tiene consecuencias sobre el empleo.
Los recortes de subsidios, el ajuste de sueldos en la administración pública, y otras medidas en carpeta, demuestran que más allá de los fuegos de artificio que se disparan en el cielo de la política, el Gobierno se enfrenta con un tremendo desafío: hacer compatible el "relato" de un país idealizado con la compleja realidad que vive la inmensa mayoría de sus habitantes.
Moyano no es Julio Cobos, que fue un aliado valioso con el que Néstor Kirchner sedujo a parte de la oposición, conoció de cerca la trastienda de las decisiones, pero terminó opacado al extremo, a las puertas del destierro político.
Moyano tampoco es comparable al caso de Alberto Fernández, una pieza clave en la construcción del modelo, conocedor de fortalezas y debilidades, que se fue con disgusto del Gobierno y se ha convertido en un comentarista calificado de lo bueno y lo malo del kirchnerismo.
La memoria
A diferencia de los ejemplos de Cobos y Fernández, Moyano tiene poder propio. El que deviene de la representación obrera que ejerce desde un gremio poderoso y desde la CGT, el que acumuló en todos estos años al calor del oficialismo, y fundamentalmente el poder que obtuvo con sus ojos y oídos por compartir la intimidad de los secretos presidenciales.
"El 'Negro' sabe mucho sobre los Kirchner", es la reiterada respuesta de un dirigente de un gremio afín al camionero, cuando se le pregunta en qué terreno cree que se definirá el enfrentamiento con la Presidenta.
La advertencia, que nadie desconoce en el Gobierno, genera dos reacciones entre los funcionarios cristinistas. Por un lado están los que sostienen que se debe arreglar cuanto antes con Moyano para evitar consecuencias desagradables en un momento en que se suman los problemas.
Por el otro, están los que prefieren ir definitivamente al choque confiados en el incuestionable poder y representación popular de los que goza Cristina. Los jóvenes de La Cámpora están entre estos últimos.
Desde la intelectualidad kirchnerista, donde el peronismo es escaso, abonan una ruptura. Ricardo Forster, de Carta Abierta, dijo ayer horas antes de que se reunieran los popes sindicales en la CGT que Moyano "se quedó parado como si nada hubiera pasado entre 1945 y el 2012". Para completar la idea agregó que "el movimiento obrero ya no está en el centro de la discusión política".
La Presidenta, hasta el momento, no ha revelado una actitud que defina la situación. Quienes conocen de cerca lo que Cristina piensa sobre este tema dicen que si lo llama a Moyano para retomar el diálogo, como lo está pidiendo el camionero, eso podría ser interpretado como una debilidad.
Tampoco la jefa de Estado quiere agregar mayores dificultades a su Gobierno declarándole una guerra abierta.
En consecuencia, tanto en el sindicalismo moyanista como en el cristinismo, hay voluntad de producir una distensión y que la sangre no llegue al río. Una fuente oficial muy calificada confió que la Presidenta estaría dispuesta, en un diálogo a solas con Moyano, a pedirle disculpas por no respetar su duelo personal y tratarlo con desconsideración en la reunión anual de la Unión Industrial Argentina, cuando el líder de la CGT se retiró por la muerte de su hijo.
Los amigos de Moyano dicen que esa actitud es un puñal que sigue clavado en su pecho. Pero todos conocemos el inmenso orgullo que hay en la armadura que viste la Presidenta.
Los conflictos
Con inteligencia, el jefe de la CGT ha montado su propio despecho sobre legítimos reclamos de los gremios. Uno de ellos es la discusión salarial en un marco de inflación creciente, alentada por la suba de los precios y por el propio Estado con el ajuste de sus cuentas.
Otro es el mantenimiento del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias. Ningún dirigente sindical, por más cristinista que sea, está dispuesto a que los afiliados de su gremio lo increpen por no defender el poder adquisitivo de sus sueldos.
En el horizonte está latente el incremento de la conflictividad social y no sólo generada por los sectores obreros. El golpe sobre la economía de la clase media se anticipa fuerte y también ha comenzado a merodear en muchas empresas el fantasma de la desocupación.
El cierre de las importaciones y la seria queja del gobierno e industriales de Brasil se dan sobre un marco concreto de disminución de negocios. Y eso siempre tiene consecuencias sobre el empleo.
Los recortes de subsidios, el ajuste de sueldos en la administración pública, y otras medidas en carpeta, demuestran que más allá de los fuegos de artificio que se disparan en el cielo de la política, el Gobierno se enfrenta con un tremendo desafío: hacer compatible el "relato" de un país idealizado con la compleja realidad que vive la inmensa mayoría de sus habitantes.