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Una ola sombría que crece sin parar

* Por Carlos Pagni. Suponer que los datos que WikiLeaks va filtrando a diario en relación con la Argentina obedecen a un orden preestablecido ha de ser, seguro, un prejuicio. O, más aún, el síntoma de una pasable paranoia. Lo más probable es que ese caudal esté brotando de manera caprichosa. Sin embargo, es imposible ignorar que la ola informativa va adquiriendo una creciente intensidad.

Las primeras infidencias eran casi habladurías. Para Sergio Massa, Néstor Kirchner tenía un manejo perverso del poder. Según Alberto Fernández, el Gobierno perdería las elecciones. Mario Blejer cree que Kirchner no sabía de economía. La burocracia de Washington quiso saber qué había de cierto en los rumores sobre la psicología de la Presidenta. La embajadora Vilma Martinez no ve en Mauricio Macri a un dechado de cortesía. Y a la diplomacia norteamericana la política exterior argentina le resulta disparatada. Estas afirmaciones no son novedosas. Lo llamativo es que, pensadas para ser dichas en privado, aparezcan en público.

Ayer, los contenidos cambiaron de condición. Se conocieron cables que reportaban a Washington un panorama muy sombrío, según el cual los Kirchner carecían de vocación para combatir el narcotráfico o el lavado de dinero. Esa deficiencia no se debería a la falta de instrumentos legales sino a la negligencia o a la complicidad con el delito. Se revelan sospechas sobre eventuales operaciones financieras realizadas por el matrimonio en paraísos fiscales. Se identifica al jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, como uno de los responsables de la evolución de esos males. Se consigna la complicidad del kirchnerismo con la industria del juego.

Estas aseveraciones divulgan detalles hasta ahora desconocidos. Fuentes muy autorizadas, a las que se identifica con nombre y apellido, ofrecen datos y describen dinámicas que empeoran mucho el aspecto moral del Gobierno. Los mails de Manuel Vázquez, el asesor de Ricardo Jaime, son escandalosos, pero parecen fragmentos de una novela picaresca al lado de las fisuras estructurales en el combate a delitos complejos que se describen en estos nuevos informes diplomáticos. El mensaje principal de esos textos es que no debe confiarse en la administración argentina en cuestiones relevantes para la seguridad internacional.

Los autores de los reportes tienen derecho a alegar que lo que se dice en ellos no supone un dictamen definitivo de su gobierno. Como hizo Arturo Valenzuela con su denuncia sobre inseguridad jurídica, podrán decir "a mí me lo dijeron". Es un recurso aceptable pero inconsistente. Todos los testimonios relevados van en la misma dirección, que es la de alimentar un juicio negativo. Los diplomáticos saben, igual que los periodistas, que la selección de citas de terceros es una forma de opinar.

Cabe suponer, entonces, que las revelaciones de WikiLeaks alterarán las vinculaciones entre los Estados Unidos y la Argentina. Es uno de los efectos intrínsecos a la infidencia. Ella despoja a la diplomacia de un pecado que presta servicios invalorables a las relaciones internacionales: la hipocresía. Los hechos y conductas que se consignan en los cables no obligaban, mientras eran secretos, a ninguna conducta ulterior. En aras de la prudencia política, las autoridades norteamericanas podían disimular lo que sabían para repetir que "estamos frente a un aliado en la lucha contra el terrorismo, el narcotráfico y el lavado", como dijeron tantos embajadores. El hecho de que se sepa que saben, tal vez impone un cambio de política. Por lo pronto, aquellas declaraciones estarán heridas en su credibilidad.

Las nuevas informaciones desafían uno de los supuestos convencionales de la relación bilateral: que, más allá de algunos desvaríos bolivarianos, los Kirchner eran una garantía para las prioridades de los Estados Unidos en materia de seguridad global. Esa imagen se ha ido invirtiendo en estos días. Los Kirchner no eran tan incondicionales con la América morena -las afirmaciones atribuidas a la Presidenta sobre Evo Morales han sido una sorpresa-, y su alineamiento con los aspectos duros de la política exterior norteamericana está mucho menos que asegurado. Tal vez Cristina Kirchner acaba de descubrir las razones de la demora para recibirla en el Salón Oval.

¿Qué reacción tendrán los gobiernos afectados por esta crisis? Cada texto supone un receptor y eso condiciona su carácter. Un mensaje dirigido a un destinatario único cambia de sentido cuando alcanza a miles de lectores. Este es el efecto central de la operación WikiLeaks. De cuánto comprendan este problema depende el impacto internacional del escándalo. Hillary Clinton contó que uno de los colegas a los que llamó para excusarse no dejó que empezara a hablar: "No me expliques nada. Si supieras las cosas que nosotros escribimos sobre ustedes?", la alivió.

¿Tendrá Cristina Kirchner esa sabiduría? Una de sus innovaciones principales este año fue el intento de tender un puente amistoso con los Estados Unidos. El reemplazo de Jorge Taiana por Héctor Timerman tuvo, entre otras, esa pretensión. Ese empeño se inscribe en un esfuerzo por normalizar el frente externo: negociación con los holdouts, el anuncio de nuevas tratativas con el Club de París, tímido reacercamiento al Fondo Monetario Internacional. La Presidenta tal vez calibre su reacción ante lo que está ocurriendo en relación con este contexto.

Los delatados

Es más fácil prever su respuesta en el frente interno. Los delatados por los cables estarán bastante tiempo sin conseguir una audiencia presidencial. Blejer, Massa, Alberto Fernández, Jorge Brito, deben estar mortificados con esa novedad. Habrá que ver, en cambio, qué sucede con Aníbal Fernández, descripto como un personaje de crónica policial y, a la vez, como el mejor amigo. La relación de Fernández con la Presidenta lleva semanas de congelamiento. Pero sancionarlo ahora sería admitir demasiados pecados oficiales.

La indignación puede conducir a la Presidenta por otro camino. Que las apariencias divergen mucho de la realidad oculta es la hipótesis preferida de cualquier mentalidad conspirativa -o "paranoica", por seguir al Departamento de Estado-. Si Néstor Kirchner viviera, habría corroborado con los cables de la embajada su presunción más antigua: hay un complot en curso. Y hubiera reaccionado con una descomunal cacería para escarmentar a los delatores. En los próximos días se sabrá si su viuda compartía aquel prejuicio y, sobre todo, si está dispuesta a heredarlo también en la terapia.