Una nueva hora para Italia
La derrota de Silvio Berlusconi en la primera vuelta de las elecciones regionales y municipales tal vez anticipe el fin de una experiencia neofascista y populista que enemistó a Italia con el mundo.
Piero Basetti, de 82 años, uno de los políticos más destacados de la posguerra italiana, primer presidente de la región de Lombardía después de la restauración democrática, dos veces diputado nacional por la democracia cristiana (entre 1976 y 1982), lo dijo con todas las letras: "Es como la liberación del fascismo en 1945, más o menos después del mismo tiempo: el Duce (Benito Mussolini) duró 20 años; el berlusconismo, 17; era hora".
Sí, era hora de que Italia recuperara sus valores republicanos y democráticos, después de la larga noche de la vergüenza en la que la sumió el pagliaccio (payaso) Silvio Berlusconi, envuelto últimamente en escándalos sexuales y juicios por corrupción de menores, entre otras acusaciones. Italia había perdido el respeto de buena parte del mundo a raíz del largo reinado de este neofascismo revestido con disfraces neoliberales, que nada tenían que ver con los verdaderos principios del liberalismo.
Pues bien, la coalición berlusconiana –ya horadada por insalvables contradicciones internas y por el deterioro progresivo de la imagen del empresario futbolístico y de medios de comunicación, devenido caudillo político populista y demagógico– fue derrotada en las recientes elecciones regionales y comunales realizadas en la península y esa derrota alcanzó proporciones inesperadas en Milán, cuna política de Berlusconi, Turín, Bolonia y otras ciudades importantes del país.
El gobierno de Berlusconi sigue de todos modos en funciones y puede recuperar alguna fuerza en los distritos en los que habrá segunda vuelta. Pero el berlusconismo está muerto, aunque pueda prolongar su agonía por un tiempo más. Así lo han entendido los círculos políticos europeos y la mayoría de los ciudadanos italianos.
Terminó un ciclo y comienza otro, que todos esperan que sea mejor que esta experiencia hoy moribunda.
El mundo entero espera la recuperación política, moral y económica de Italia. También la Argentina, en la cual por lo menos un tercio de sus habitantes es descendiente de inmigrantes italianos. La "pampa gringa" y una buena parte de la industria nacional llevan la impronta de esa influencia inmigratoria, que también tiñe con fuertes trazos nuestra cultura y costumbres; en lo bueno y en lo malo, porque –como bien lo han señalado muchos de nuestros escritores y ensayistas–, los argentinos tienen en su sangre y espíritu lo mejor y lo peor de Italia.
Algunos demagogos argentinos pueden ser comparados con Mussolini o Berlusconi, pero la gran tradición liberal, republicana y democrática italiana, su vocación por el arte, la cultura y la ciencia, forman parte de nuestra identidad como país y como sociedad. A esos valores deberá apelar Italia otra vez, y deberemos imitarlos los argentinos, con nuestra mirada más lúcida.