Una mirada "desde el púlpito"
*Por Miguel Winazki. El procedimiento es rudimentario y reiterado. Se trata de culpar a los medios.
Es la llave maestra de una tecnología lingüístico-política que opera distribuyendo acusaciones. Aníbal Fernández vituperó una vez más a los diarios que no son oficialistas tras el resultado de las elecciones de la Ciudad. Disparó sus habituales adjetivos contra los medios y les atribuyó la acusación de determinar el resultado electoral. Es interesante analizar la enjundia del jefe de gabinete de ministros para aproximar una idea de lo que es su cosmovisión de la política, de la opinión pública y su visión de lo que son las elecciones mismas, y suscitar un interrogante central. Entre sus sentencias el ministro explicitó su mirada personal sobre la ciudadanía porteña: "Nunca vi a nadie que le importara tan poco un gobierno como al habitante de la Capital", dijo. A la vez calificó de "montonera de votos" a los que llevaron a Filmus al balotaje.
Entonces, ¿Esa "montonera" de votos fue emitida por gente a la que nada le importa su gobierno? Daniel Filmus también atribuyó su performance al hecho de "no tener" a los grandes medios de su lado. Soslayó la perseverancia del inmenso aparato propagandístico oficialista que financiado con el dinero público lo instaló como actor central, excluyente y bondadoso del espacio político capitalino. Diatribas para el resto y dulces palabras para los oficialistas. Esa configuración, autobenevolente para los propios y lapidaria para el resto, cuesta dinero.
Manifiesta una colonización del Estado por un sistema gubernamental comunicacional oneroso y creciente. Los medios que no son oficiales no tienen la obligación de apoyar a un candidato o de refutarlo. Pero los medios oficiales sí tienen la obligación de la imparcialidad.
De todos modos, tanto Fernández como Filmus no probaron en sus dichos lo que connotan y pretenden denotar sus juicios, la "vergonzosa" acción de los diarios que no se les reportan.
Simplemente la maldijeron sin datos, ni evidencias que sustenten sus afirmaciones.
Esa maquinaria distribuidora de hostilidad hacia los que no son oficialistas está sumergida en un elitismo profundo y no disimulado. Fernández como representante del gobierno se instala en un altar, el de las verdades sacrosantas junto con sus compañeros afines, y desde allí como desde un púlpito define lo que está bien y lo que está mal.
Siempre lo que está mal es lo que no ratifica las creencias oficiales y lo que está bien es lo que coincide con esa "elite iluminada" que él acaudilla.
Ese caudillismo vomitador de anatemas -divisionismo y elitismo revestido de populismotiene olor a catecismo barato y masivo y no nos sale gratis. Es caro para todos.