Una marchita inútil, un golpe conjurado
Qué semana gloriosa: pudimos conjurar un nuevo golpe de Estado y con un gran acto celebramos que en Atucha II no pasó nada.
Extraído de La Nación
Por Carlos M. Reymundo Roberts
Qué semana gloriosa: pudimos conjurar un nuevo golpe de Estado y con un gran acto celebramos que en Atucha II no pasó nada. Literalmente no pasó nada, pero inaugurarla por tercera vez, como se pensó en un momento, nos pareció demasiado. Y lo del golpe fue impresionante. Armados con paraguas, los sediciosos se reunieron frente al Congreso y avanzaron por Avenida de Mayo hacia la Casa Rosada, pero conflictos internos y el descenso de la temperatura los hizo desistir del asalto final. Volvió a triunfar la democracia. De todos modos, no podemos cantar victoria. Para los próximos meses se prevén conjuras de plomeros (marzo), médicos (abril), geólogos (mayo) y catequistas (julio). En junio todavía no se anotó nadie.
Los contrastes de ese miércoles no pudieron ser más grandes. En Atucha éramos unos 3000, y en el 18-F, 400.000, pero mientras a la mañana reinaba la alegría, lo de la noche terminó siendo de una tristeza infumable. En Atucha habló Cristina. En el 18-F, nadie. Piumato agarró el micrófono sólo para pedir un minuto de silencio por Nisman. La gente lloraba. Cristina agarró el micrófono y clavó 50 minutos de cadena. La gente aplaudía. En Atucha no tuvimos problemas en mostrar los bondis en los que llevamos a la militancia, mientras que los fiscales los hicieron esconder. Y sí, saben qué: repartimos choripanes. Ellos a la noche a esa pobre gente no le tiraron un hueso. ¿Más contrastes? Los fiscales hicieron empuñar paraguas. Cristina agarró una sombrilla y se fue a disfrutar del sol en Chapadmalal. Su homenaje a Nisman fue marchar por la playa.
Previendo que los medios concentrados iban a desinformar sobre el 18-F, decidí infiltrarme. Estar en las entrañas de un golpe resulta aterrador, pero permite conocer al enemigo. Apenas llegué al Congreso me topé con una señora de 70 años, empapada y con su nieto de la mano. Le pregunté por qué estaba ahí. Su respuesta me puso frente a una proclama destituyente que iba a escuchar muchas veces esa noche: "Vine a rendir un homenaje a Nisman. Quiero que se haga justicia". Sentí pena por ese nietito, contaminado de odio y arrastrado a atentar contra las instituciones de la República.
Hay que decir que los fiscales algunas cosas las organizaron bien. Llevaron familias enteras, lo cual es muy marketinero y permite dividir las tareas en el campo de batalla: los padres van al frente, los abuelos aportan su conocimiento del terreno y los hijos cargan con ímpetu juvenil desde la retaguardia. Además reclutaron gente de distinto origen social y geográfico, porque es espantoso que te digan que el tuyo es un golpe de los countries, o, al contrario, que se te fue la mano con La Matanza. Vi que había muchas personas llegadas del interior y hasta de otros países, como ese italiano al que entrevistaron en la televisión. Eso demuestra que se preocuparon por darle al nuevo gobierno que pensaban instalar una base de sustentación amplia y diversa, con ramificaciones en el exterior. Vi muchos políticos y empresarios, pero también obreros, empleados, amas de casa, desocupados... Me saco el sombrero: en apenas dos o tres semanas lograron enganchar a muchos con promesas de subsidios y planes sociales.
En otras cosas los organizadores la pifiaron mal. A Arroyo Salgado y su hija, la gran atracción de la noche, las metieron entre la gente y casi no se las pudo ver. Las ningunearon: un problema de egos. Y entre los fiscales debe haber pasado lo mismo, porque no se destacaba ninguno. Cristina podría enseñarles cómo se ocupa el primer plano (recordarán el célebre "¡Che, vos, sentate para que los de atrás me puedan ver!") y que el liderazgo no se comparte. Otro error fue haber terminado la marcha en la Plaza de Mayo. Después de todos estos años, la Plaza está asociada a grandes festivales Nac&Pop, a shows gratuitos, a los discursos épicos de Cristina, a pancita llena corazón contento. Cuando todo eso está muy fresco, organizar ahí un post mórtem es medio depre, ¿no? No sé, digo: un acto hueco, frío, sin música, en el que no te dan nada, no te prometen nada... Yo amo el himno, por supuesto. Pero, ¿himno y enseguida desconcentración? Es como que faltó algo. Se ve que nunca siguen los discursos en los patios de la Casa Rosada, con los pibes para la liberación en éxtasis y bañándose en las fuentes.
¿La cartelería? Para mi gusto, lo digo con todo respeto, demasiado Nisman. Exceso de tragedia. A la mañana, en cambio, habrán visto esos globos gigantes que adornaban la ceremonia en Atucha. Decían: ¡Gracias, Cristina! Y la firma: Presidencia de la Nación. Es decir, globos juguetones que hizo poner la señora para agradecerse a sí misma. Un canto a la vida.
Mi marcha junto a las hordas destituyentes me permitió comprobar que, como habíamos advertido, eso también fue un desfile de lo peor de la sociedad. Narcos, fachos, nazis. Sí, nazis en un homenaje a un fiscal judío. Se ve que la única preocupación era el número. Nosotros no descuidamos esos detalles. Los encargados de controlar que no haya indeseables son D'Elía y Esteche.
En fin, no vi ninguna otra cosa para destacar. Así lo puse en mi informe a La Cámpora. Como golpe, una berretada. Como manifestación, atrasó 50 años. Qué bien hizo la señora en escaparse a Chapadmalal. Acá no pasó nada.