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Una decisiva e inusual acumulación de poder

Por Carlos Sacchetto* El poder en la Argentina actual no está en el Estado ni en el gobierno ni en el partido de gobierno. Está exclusivamente en la cabeza de una sola persona: la Presidente de la Nación.

Pocas veces como hoy, la acción política en la Argentina ha quedado concentrada en una sola persona. A cuatro semanas de la elección presidencial del 23 de octubre y fuera de una devaluada campaña proselitista que casi por compromiso realizan todos los candidatos, Cristina Fernández de Kirchner no solamente acumula un inmenso poder sino que lo ejerce a su arbitrio. Los demás, como desde una tribuna, se limitan a mirar.

A esta situación la padecen sus opositores pero también sus más cercanos colaboradores. Hay un ejemplo que muestra esa realidad: nadie en el Gobierno conoce quiénes serán los elegidos para acompañarla a partir de diciembre, cuando comience su segundo período presidencial. "El único que puede saber algo, además de Cristina es (Carlos) Zannini; pero sólo saberlo, porque las decisiones son únicamente de ella". Quien esto dice, con especial pedido de reserva de la fuente, es nada menos que uno de los miembros del gabinete.

Más poder

Hay ministros que no competirán por cargos de legisladores y quieren quedarse en el Gobierno, pero están desorientados. Recargan sus agendas y se muestran hiperactivos para exhibir eficiencia y voluntad de trabajo a la Presidenta. Son los que en cada acto que realiza Cristina no se cansan de aplaudir y festejar sus ironías, a la vez que esperan ansiosos una palabrita de elogio que los mencione y que ella va suministrando en cuentagotas.

Así como los nombres del nuevo equipo sólo danzan en la cabeza de la Presidenta, algo similar sucede con los proyectos a impulsar al calor del próximo triunfo electoral. El kirchnerismo está trabajando con intensidad en aquellas zonas del país donde los números han sido menores al promedio logrado por Cristina en las primarias de agosto. Todos los medios son válidos para eso. Obras públicas, subsidios, electrodomésticos y otros incentivos a los punteros y militantes, para que en octubre la fórmula oficial supere el 52 por ciento de los votos. Nada indica que no lo vaya a lograr.

Otro sector que se muestra como hipnotizado por el poder presidencial es el de las entidades empresarias. Han tenidos gestos claros de apoyo al Gobierno y eso no solamente está relacionado con la actividad económica y el buen momento que atraviesan. Hay admiración política hacia la Presidenta. Dos dirigentes industriales coinciden en los motivos de esa admiración: "Es cierto que hay un clima propicio para los negocios, pero también nos satisface mucho la forma en que ella domina al sindicalismo".

Tradicionalmente enfrentados en duras discusiones con los gremios, los empresarios relatan de qué manera Cristina acalló las quejas sindicales en la última negociación del salario mínimo. Cuentan que el sector empresario concurrió a la reunión del Consejo del Salario con una propuesta de aumento del 19 por ciento, pero íntimamente resignados a cerrar en un 30 por ciento. Cuando llegaron, el ministro de Trabajo les anticipó que el jefe de la CGT, Hugo Moyano, pediría un aumento del 41 por ciento pero luego de los tironeos acostumbrados estaba dispuesto a firmar por el 27 por ciento.

Sin discusión

Cuando las partes habían arrimado en torno al 30 por ciento, la Presidenta llamó y ordenó que firmaran por el 25 por ciento y que no se discutieran las asignaciones familiares porque ella lo decidiría y haría personalmente el anuncio. Moyano y sus acompañantes rumiaron su protesta, pero firmaron. "¿Se da cuenta? Para nosotros ese freno al sindicalismo es muy importante", se entusiasman esos empresarios que fueron testigos directos del episodio.

En este mismo sector se insiste en que los planes de Cristina para el próximo período contemplan avanzar sobre el control de las obras sociales. Aunque la versión apareció semanas atrás y fue desmentida, se insiste en que la idea es que sea el Estado el que administre un gran "sistema de salud para todos" que incluya obras sociales y prepagas. Una caja multimillonaria que, de pasar a manos oficiales, cambiaría de raíz el funcionamiento de los sindicatos. "Los gremios van a patalear pero con el refuerzo de poder que le darán las urnas, Cristina los va a enfrentar", se sostiene en los despachos de algunos ejecutivos importantes.

Fue el dictador Juan Carlos Onganía quien en 1970, para congraciarse con el sindicalismo peronista de Augusto Vandor, dio a los sindicatos la cobertura de salud de los trabajadores. Eso convirtió a los dirigentes en empresarios de la salud y fortaleció a los sindicatos. Nadie piensa que la estatización de esos dineros será sin conflicto, pero tampoco se animan a afirmar que en la voluntad de la Presidenta sea una idea descabellada y que no tenga intenciones de concretarla.

La pelea con los sindicatos y la resolución de la propia interna que ya está explícita en el kirchnerismo, serán dos problemas surgidos de su propio seno que el Gobierno deberá enfrentar a partir de diciembre.