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Una comunidad inviable

El cordobés es conmovedoramente solidario ante la adversidad del prójimo, pero muchos destruyen todo aquello que haga posible una mejor calidad de su vida como habitantes de la Docta.

En caso de accidentes, incendios, inundaciones, terremotos, derrumbes, colectas solidarias y otros graves percances humanos o naturales, difícilmente exista alguien más dispuesto a colaborar que el habitante de la ciudad de Córdoba. Está siempre listo para ayudar al prójimo que enfrenta alguna desventura.

Ahora bien, solidaridad no implica necesariamente activa conciencia comunitaria. Quien llega por primera vez al hábitat de los cordobeses, se encuentra con una ciudad que sufre un duro asedio, no por enemigos externos sino internos: los propios ciudadanos. No hay institución, servicio, instalación comunitaria que no presente heridas inferidas por la repulsión militante de miles de cordobeses por todo cuanto sea de uso o beneficio común.

Los edificios y equipamientos escolares son escenarios insustituibles para avanzar en la formación en vandalismo, cuyos rudimentos adquirieron cuando criaturas en las plazas de los barrios, donde se aprende a destruir luminarias y juegos infantiles, por caso. Educación que adquieren con el ejemplo de sus progenitores, que transforman a los paseos públicos en dependencias sanitarias para perros. Ni hablar de los baños públicos para seres humanos, museos de inmundicias cuyas creaciones literarias son renovadas infinidad de veces por generación.

Otro importante ámbito para la formación en vandalismo son los taxis y remises, cuyos asientos resultan muy útiles para adquirir dominio del tajeado, que servirá más tarde para concurrir a escuelas y colegios debidamente provistos de navajas y cuchillos de comando. Las empresas de ómnibus pudieron neutralizar a los profesionales del tajo reemplazando los asientos tapizados por butacas de plástico desnudo, cuyos respaldos son utilizados por las jóvenes promesas anticomunitarias como pizarrones que ostentan dibujos que recrean el arte sexual rupestre y leyendas de gran valor testimonial de la fervorosa vocación de las nuevas generaciones por la ciencia y el arte de la reproducción de la especie humana.

Las paredes, sobre todo las de los edificios históricos, museos, colegios, universidades, iglesias y dependencias oficiales son irreemplazables para la escritura de consignas de todo tipo y la pegatina agresiva de carteles que son robustas contribuciones a la contaminación visual.

Es tan acuciante la vocación cordobesa por el muralismo, que muchos parecen estar agazapados en espera de que se seque la pintura de los edificios de uso comunitario para cubrirlos con leyendas plagadas de violencia retórica y convocatorias a marchas y contramarchas, un clásico de nuestras calles, como las cloacas reventadas.

Hubo un tiempo en que el sistema de semáforos era respetado. Por desgracia, progresa de modo promisorio su destrucción y se elimina así uno de los últimos vestigios de esa tenaz conciencia comunitaria que nos enorgulleció por décadas.