Una compulsa electoral inédita
Lo verdaderamente serio de las elecciones es su carácter de condicionante de la suerte común futura. De condicionante que pone en la mano de cada ciudadano la oportunidad de fijar el rumbo, una facultad en verdad asombrosa, pues la suerte humana impresiona con frecuencia como un acontecer que se impone desde fuera.
En verdad, está tan cargada de sentido, cada votación, que merece no menor atención que otros graves hechos de la vida, como la elección de la profesión, la determinación de la pareja y no muchos más, por más que se observase que la participación electoral no implica consecuencias para toda la vida, sino para períodos breves, después de los cuales la ocasión de modificar el voto está al alcance de todos. Pero nadie ignora que la cadena de realidades derivadas de una definición electoral no se interrumpe necesariamente con cada elección. Sigue su curso, claro que con otros matices y con otras compatibilizaciones que tanto pueden mantener, como acelerar o retardar los procesos saludables o perjudiciales. Y estas decisiones electorales afectan no sólo al ciudadano que vota, sino al conjunto de la sociedad, frente a la cual la responsabilidad del elector es infinita. De algún modo, el ciudadano colorea con su voto la historia total de su país y de su provincia, un detalle que no pasará inadvertido en el gran juicio que, según las religiones más prestigiosas, distinguirá alguna vez a los buenos de los malos.
En esta línea de pensamiento, en las elecciones primarias, una novedad en la praxis cívica de los argentinos, que se está desarrollando hoy, podría verse un recurso destinado a asegurar que la participación popular sea más decantada, menos impulsiva, más reflexiva, menos personalista y más motivada por las direcciones conceptuales y doctrinarias de las fuerzas que compiten. Y que la vida de los partidos supere el vaciamiento doctrinario y las hegemonías personales o sectoriales que los han desviado de su originario rol de crisoles de la participación democrática y sumido en la desintegración, muchos de ellos, y, en alguna medida, todos.
Por cierto, hay fuertes expectativas en relación con el grado de entusiasmo con que se votará hoy. El hecho de que son éstas las primeras "primarias" de la Argentina y las advertencias que esta vez han arreciado con respecto a la obligatoriedad del voto dan a entender cierta desconfianza de que los votantes no asignen importancia a unos comicios en que por primera vez no votarán a candidatos sino a pre-candidatos y piensen que la elección "en serio" será la de octubre, de la que surgirán el nuevo presidente o presidenta de la República y los nuevos representantes del Congreso de la Nación.
Sin duda, la compulsa electoral de hoy no es la misma de siempre. Y seguramente su originalidad en materia de consecuencias será más perceptible cuando la vida partidaria se reconstituya y sean los partidos laboratorios democráticos en que la participación sea fervorosa y generadora de personalidades y pensamiento de pluralidad y robustez dignas del sistema republicano.
Hay que apostar a una democracia más auténtica y provechosa que la que se ha conocido hasta ahora. Tal ideal no será regalo de nadie, sino realidad amasada por los propios argentinos. Lo de hoy podría ser un primer paso.
Por primera vez los argentinos votan hoy en elecciones primarias, una "estación" deseablemente optimizadora de los comicios generales de octubre.