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Una angustia de otro tiempo

*Por Héctor M. Guyot. La angustia ya no es lo que era. Me refiero a la angustia provocada por la insoportable densidad del ser, esa que irrumpe cuando la conciencia trata de conciliar, sin trucos y sin éxito, la precariedad de lo que somos con el anhelo de una dimensión metafísica que le otorgue sentido a la vida que llevamos.

Hoy, cualquier inoportuna nostalgia de absolutos y hasta cualquier cosquilleo de insatisfacción se apaga sumariamente con un frasco de pastillas, un paseo por el shopping , el bombardeo constante de información o el eficaz narcótico que ofrecen las omnipresentes pantallas (fijas o portátiles), que tienen la virtud de recordarnos en cada estímulo que la vida es juego, espectáculo, chispa, ligereza. Hoy la levedad es una obligación. Y, como se sabe, de allí a la felicidad hay un solo paso.

Tal vez por eso, el modo en que, tras su muerte, la figura de Ernesto Sabato ganó la atención y el espacio de los medios me produjo un curioso extrañamiento. Bastaba con las fotos: la mirada reconcentrada tras las gafas, la preocupación inscripta en el ceño fruncido y la boca apretada trazan la imagen de un hombre torturado, que sufre con lo que ven sus ojos o con aquello que descubre cuando lanza la sonda hacia adentro. Esa carga, por supuesto, está presente en sus novelas, que en estos días fueron recordadas en textos -como éste- escritos desde esta nueva versión de la realidad, la indolora, en la que los signos de angustia ya no confieren nobleza de carácter y hasta son mal vistos. Sabato permanecía recluido en su casa de Santos Lugares, olvidado, cuando su muerte física lo ubicó de nuevo en escena: el eco perdido de un mundo que fue. La muerte del escritor llegó con un curioso delay , y esa burla al tiempo, ese volver al futuro, quizás haya sido su última travesura. Quienes lo conocieron dicen que, en las grietas de su severidad, se permitía un humor muy mordaz.

Como buen heredero del romanticismo alemán, Sabato prefirió la noche al día, el sueño a la vigilia, el pensamiento mágico al lógico. Venía de la ciencia, que abandonó pronto, horrorizado por la deshumanización que traía aparejada la idolatría de la razón práctica. Y tomó las armas para luchar contra eso. De manera explícita, y en su tono apocalíptico, lo hizo con ensayos como Hombres y engranajes . Pero también con sus novelas. Sobre héroes y tumbas llegó en el momento justo. Publicada en 1961, reflejó y alimentó el espíritu de la época, en la que fermentaba una reacción contra la idea de progreso atado al avance de la técnica. Tiempos de existencialismo, de rescate de las filosofías de Oriente, de revuelta beat que germinaría, años después, en el hippismo y hasta en Mayo del 68. El viejo combate entre Dioniso y Apolo. No creo que Hombres y engranajes o Sobre héroes y tumbas hayan pasado de moda. Desde el principio de los tiempos, las sociedades se debaten y oscilan entre uno y otro polo. Y lo mismo el corazón del hombre, que tal vez no cambie con las modas.

Lo que está pasado de moda, dicen otros, es su estilo recargado, ampuloso, alegórico. Es una opinión, vale. Sin embargo, este dictamen es repetido como un lugar común que aceptan incluso quienes no lo leyeron. Pero no es raro. Hoy suelen tenerse en alta estima los juegos formales, los malabares del idioma o el mero ingenio, y nada más lejos de Sabato, que consideraba la literatura como un sacerdocio que no debía contaminarse siquiera con el ejercicio paralelo del periodismo.

Tal vez, Sabato quedó preso del personaje que creó o que lo llevaron a crear. No hay duda de que fue "conflictuado, inestable, depresivo", como lo definió su esposa Matilde. Sin embargo, aun así, no excluía la posibilidad de redención. En un libro de conversaciones con Carlos Catania, Sabato dice, citando a Sartre, que la angustia es la prueba emocional de la existencia de la nada. "Pero si le damos valor ontológico a un sentimiento -agrega enseguida-, ¿por qué no dárselo a otro sentimiento fundamental del hombre: la esperanza? ¿No sería la prueba de la existencia de Algo?"

Lo más parecido a la esperanza en la obra de Sabato lo encontré al final de Sobre héroes y tumbas , que leí durante el secundario y releí a los 21 en Recife, Brasil. Llevaba meses viajando fuera del país y sentía nostalgia. Por eso compré la novela cuando la encontré por casualidad en una librería de viejo. Sin nada que hacer, la terminé en un par de días. Me fascinó como la primera vez. Y, como la primera vez, el clima sórdido y opresivo había llegado hasta el límite de lo tolerable cuando al final, ya rumbo al Sur, Martín y el camionero Bucich se detienen a orinar en la noche de la pampa, bajo un cielo estrellado, ante el silencio de la inmensidad. Algo habrá allá adelante. Algo habrá.