Una afrenta a las Naciones Unidas
*Por Roberto García Moritán. El primer ministro del Reino Unido parece haber descartado las formas diplomáticas para adoptar expresiones victorianas, al intentar hacer con Malvinas lo que en su momento la reina Victoria decidió respecto de Bolivia.
Pretender borrar o ignorar la existencia de la disputa de soberanía o que concluye por el solo hecho de declarar el fin de la historia no parecen ser comportamientos responsables para un país que es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El término utilizado por David Cameron es en definitiva una afrenta a las propias Naciones Unidas al desconocer de manera lisa y llana pedidos expresos de acción diplomática frente a una situación colonial.
El incumplimiento y el rechazo de lo dispuesto por la Asamblea General de las Naciones Unidas o por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas son situaciones que afectan la paz y las seguridades internacionales y contrarios al derecho internacional. No es tolerable que pronunciamientos de Naciones Unidas sobre cuestiones coloniales, la proliferación de armas de destrucción masiva o violaciones a los derechos humanos sean ignorados por Estados que se encuentran involucrados en tales graves situaciones. El comportamiento obstinado de Londres es comparativamente similar, en estilo cuando no en sustancia, al de ciertos Estados ante recientes solicitudes de las Naciones Unidas sobre no proliferación, respeto a los derechos humanos o de mayor apertura democrática.
Asimismo, resulta igualmente desilusionante el interés del Reino Unido de hostigar a la Argentina cuando las políticas de Buenos Aires respecto del archipiélago en disputa han sido puramente en el terreno diplomático y nada permite pensar, en el horizonte inmediato, que esa actitud vaya a cambiar. La pregunta inevitable es por qué, en ese contexto, insiste Londres en provocar en un tema tan sensible. La respuesta puede ser sencillamente ésa, alterar el comportamiento argentino. Si ése fuera el caso, es de esperar que Buenos Aires mantenga la actual estrategia de prudencia que ha cosechado un fuerte apoyo de la comunidad internacional y ha dado un impulso a renovado a su justa reclamación territorial.
Existen numerosos ejemplos de la intención de Londres de irritar a la Argentina. Uno ha sido las acusaciones infundadas sobre riesgos de una acción militar aun cuando la estructura de las fuerzas armadas del país, como de su equipamiento, no ha dado ninguna muestra de alarma. Las adquisiciones y desarrollos nacionales en el área de defensa se han mantenido y se mantienen en lo que se podría calificar como de parámetros indispensables como lo refleja el propio presupuesto de defensa. El comportamiento de Londres, en cambio, ha sido distinto al haber fortalecido recientemente la capacidad militar ofensiva de las islas, incluyendo nuevas unidades navales.
Otro ha sido la cuestión de los cíclicos anuncios de eventuales descubrimientos en materia de hidrocarburos en las aguas circundantes a Malvinas. La información proporcionada es técnicamente confusa, aun de las empresas involucradas y de los mismos informes geológicos, lo que permitiría especular que los anuncios de posibles exploraciones y, sobre todo, de explotación de petróleo tendrían un objetivo más de naturaleza política que comercial.
Ese propósito, como el de las acusaciones en el ámbito militar, parecerían tender al mismo fin que la supuesta misión asignada al príncipe William en Malvinas: irritar para que la Argentina cambie de estrategia.
Actitudes como las señaladas precedentemente confunden, resultan irresponsables y no contribuyen al fomento de la confianza que resulta indispensable cuando existe una disputa de soberanía reconocida.
En particular cuando el Reino Unido mantiene un comportamiento desilusionante al rechazar de plano la continua invitación de la Argentina a la mesa de la negociación diplomática, conforme lo solicitado por Naciones Unidas y, en declaraciones especificas, la mayoría de la comunidad internacional.
Es hora de que el Reino Unido recapacite responsablemente. No sería la mejor decisión dejar de aprovechar la disposición de Buenos Aires a la negociación diplomática y negarse a iniciar un proceso que tienda a poner fin a una disputa colonial que no se condice con las necesidades del mundo actual. Negar, provocar e irritar, sin duda, no son el camino razonable ni sensato para lograr una paz perdurable en el Atlántico Sur.