Un vice sumamente costoso
Es por lo menos factible que Amado Boudou siga como vicepresidente de la Nación hasta diciembre del 2015.
El destino del ex "neoliberal" reciclado en adalid del populismo depende por completo de la voluntad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya que, para decirlo de algún modo, es la madre de la criatura. De llegar la presidenta a la conclusión de que cometió un error muy grave al elegirlo para acompañarla en su segundo período en la Casa Rosada y que sería mejor cortar por lo sano, abandonándolo a su suerte, a Boudou no le sería nada fácil mantenerse en el cargo, pero si decide que, a pesar de todo, le convendría más apoyarlo, el vicepresidente tendría una posibilidad de superar las muchas dificultades jurídicas y que le han supuesto sus vínculos con el caso Ciccone. Sea como fuere, a esta altura no cabe duda alguna de que Boudou se ha convertido en una fuente al parecer inagotable de problemas para un gobierno que, por una variedad de motivos, ya estaba a la defensiva y que, si pudiera hacerlo sin tener que pagar un "costo político" muy elevado, no titubearía en echarlo.
Los esfuerzos de Boudou por contraatacar, afirmándose, como suelen hacer los kirchneristas en apuros, víctima de una conspiración monstruosa urdida, cuando no, por el jefe de "la mafia" Héctor Magnetto, el CEO de Clarín, con la colaboración de otros medios periodísticos y el juez federal Daniel Rafecas, además –insinuó sin nombrarlos– del gobernador bonaerense Daniel Scioli y el procurador general de la Nación Esteban Righi, fueron francamente patéticos. Es cierto que quienes no quieren al gobierno de Cristina se han puesto a aprovechar el escándalo del que Boudou es el protagonista, pero desgraciadamente para él cuentan con materia tan abundante que no les ha sido necesario inventar nada; les ha sido más que suficiente llamar la atención a la discrepancia entre su versión de los hechos y lo que se ha verificado.
Si Boudou es víctima de algo, es de su propia insensatez. Pudo haber reaccionado a las primeras denuncias afirmando que sí es amigo del abogado marplatense Alejando Vandenbroele y que no le sorprendería que, debido a dicha relación, prosperaran los negocios de alguien que presuntamente disfrutaba del favor del gobierno, pero que él personalmente no levantó un dedo para ayudarlo. Sin embargo, en lugar de atribuir el mejoramiento rapidísimo de las finanzas de su amigo a la costumbre lamentable de tantos de suponer que sería de su interés congraciarse con funcionarios influyentes, Boudou negó conocer a Vandenbroele, el hombre que, transcendió, pagaba las expensas de su departamento en Puerto Madero. Y para hacer todavía peor la situación en que se encuentra, el vicepresidente optó por defenderse pronunciando una diatriba deshilvanada y farragosa contra una lista larga de personas que según él se han confabulado para "romper el orden constitucional". Incluso para una integrante del gobierno tan leal a Cristina como la ministra de Seguridad Nilda Garré, el intento de Boudou de desprestigiar al juez Rafecas fue inaceptable; dijo sentir "mucho respeto" por un magistrado que en su opinión siempre había obrado de manera "impecable".
En aquella "conferencia de prensa" –en realidad se trataba sólo de un discurso, porque no estuvo permitido formular preguntas– que brindó el jueves pasado, el vicepresidente dijo lo suficiente como para plantear dudas serias sobre su estado psicológico. Por cierto, no parece estar en condiciones de desempeñar su función con el mínimo de eficacia que sería razonable exigirle. Cuando Cristina lo seleccionó, sin consultar con nadie fuera de su muy limitado círculo áulico, para ser su compañero de fórmula en las elecciones de octubre, habrá supuesto que tener a su lado a un político relativamente joven de gustos adolescentes le serviría para fortalecer su gobierno. De ser así, se equivocó. De todos los funcionarios del gobierno nacional, sin excluir al secretario de Comercio Guillermo Moreno, Boudou es el que más ha contribuido a debilitarlo frente a la opinión pública. Por lo demás, todo hace pensar que en los días y semanas próximos seguirá ocasionándole un problema tras otro, privándolo del apoyo y de la autoridad moral que necesitará en una etapa en que tendrá que enfrentar una multitud creciente de desafíos económicos, sociales y políticos.
Los esfuerzos de Boudou por contraatacar, afirmándose, como suelen hacer los kirchneristas en apuros, víctima de una conspiración monstruosa urdida, cuando no, por el jefe de "la mafia" Héctor Magnetto, el CEO de Clarín, con la colaboración de otros medios periodísticos y el juez federal Daniel Rafecas, además –insinuó sin nombrarlos– del gobernador bonaerense Daniel Scioli y el procurador general de la Nación Esteban Righi, fueron francamente patéticos. Es cierto que quienes no quieren al gobierno de Cristina se han puesto a aprovechar el escándalo del que Boudou es el protagonista, pero desgraciadamente para él cuentan con materia tan abundante que no les ha sido necesario inventar nada; les ha sido más que suficiente llamar la atención a la discrepancia entre su versión de los hechos y lo que se ha verificado.
Si Boudou es víctima de algo, es de su propia insensatez. Pudo haber reaccionado a las primeras denuncias afirmando que sí es amigo del abogado marplatense Alejando Vandenbroele y que no le sorprendería que, debido a dicha relación, prosperaran los negocios de alguien que presuntamente disfrutaba del favor del gobierno, pero que él personalmente no levantó un dedo para ayudarlo. Sin embargo, en lugar de atribuir el mejoramiento rapidísimo de las finanzas de su amigo a la costumbre lamentable de tantos de suponer que sería de su interés congraciarse con funcionarios influyentes, Boudou negó conocer a Vandenbroele, el hombre que, transcendió, pagaba las expensas de su departamento en Puerto Madero. Y para hacer todavía peor la situación en que se encuentra, el vicepresidente optó por defenderse pronunciando una diatriba deshilvanada y farragosa contra una lista larga de personas que según él se han confabulado para "romper el orden constitucional". Incluso para una integrante del gobierno tan leal a Cristina como la ministra de Seguridad Nilda Garré, el intento de Boudou de desprestigiar al juez Rafecas fue inaceptable; dijo sentir "mucho respeto" por un magistrado que en su opinión siempre había obrado de manera "impecable".
En aquella "conferencia de prensa" –en realidad se trataba sólo de un discurso, porque no estuvo permitido formular preguntas– que brindó el jueves pasado, el vicepresidente dijo lo suficiente como para plantear dudas serias sobre su estado psicológico. Por cierto, no parece estar en condiciones de desempeñar su función con el mínimo de eficacia que sería razonable exigirle. Cuando Cristina lo seleccionó, sin consultar con nadie fuera de su muy limitado círculo áulico, para ser su compañero de fórmula en las elecciones de octubre, habrá supuesto que tener a su lado a un político relativamente joven de gustos adolescentes le serviría para fortalecer su gobierno. De ser así, se equivocó. De todos los funcionarios del gobierno nacional, sin excluir al secretario de Comercio Guillermo Moreno, Boudou es el que más ha contribuido a debilitarlo frente a la opinión pública. Por lo demás, todo hace pensar que en los días y semanas próximos seguirá ocasionándole un problema tras otro, privándolo del apoyo y de la autoridad moral que necesitará en una etapa en que tendrá que enfrentar una multitud creciente de desafíos económicos, sociales y políticos.