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Un nuevo capítulo en la batalla cultural del cristinismo

Cristina Kirchner condenó el atentado terrorista contra la revista francesa Charlie Hebdo y eludió toda referencia a la libertad de prensa.

Extraído de La Nación

Por Fernando Laborda

No debería sorprender la frialdad del comunicado oficial con el cual el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner condenó el atentado terrorista contra la revista francesa Charlie Hebdo, en el que eludió toda referencia a la libertad de prensa y de expresión, eje central del atroz ataque que sacudió a París y al mundo democrático. Pronunciarse en reivindicación de la libertad de prensa hubiese puesto de manifiesto una hipocresía y una contradicción con la batalla cultural que el kirchnerismo dice encarnar y con la misma épica insulsa que en los últimos días llevó a la Presidente a utilizar su cuenta en Twitter para identificar a periodistas críticos como meros voceros de fondos buitre, o a dirigentes y funcionarios del partido gobernante a practicar el bullying contra Daniel Scioli por su simple asistencia a la inauguración de un evento cultural del Grupo Clarín.

La posición del gobierno nacional ante el significado del acto terrorista contra la redacción del semanario francés se vio fortalecida con las declaraciones de la concejala kirchnerista y decana de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, Florencia Saintout, en el programa 6,7,8. Consideró que "decir que es un atentado a la libertad de expresión es un reduccionismo interesado", además de "absolutamente funcional a todos los proyectos de derecha que quieren un mundo para muy pocos".

Más allá de la admiración o los cuestionamientos que su estilo pueda provocar, la publicación satírica Charlie Hebdo no se detenía ante nada a la hora de ofender. Ha sido el arquetipo de la burla ante lo supuestamente sagrado. Fue y seguramente seguirá siendo la irreverencia misma, pero también un símbolo vivo de la libertad de opinión.

El propio presidente de Francia, François Hollande, que no pocas veces fue blanco de las burlas de Charlie Hebdo, fue más que enfático cuando catalogó la masacre terrorista como un ataque "contra la libertad de expresión", que es el "espíritu de la República". De manera similar se refirió al episodio la mayoría de los mandatarios democráticos, incluida la brasileña Dilma Rousseff.

Las comparaciones suelen resultar odiosas, pero a veces dicen mucho. Para los extremistas islámicos, un periodista que cuestiona su visión fundamentalista es equivalente a una fuerza militar de ocupación. En Cuba, los disidentes del castrismo reciben el mote de "gusanos". En la Venezuela chavista, se los llama "pitiyanquis", "majunches", "oligarcas de pacotilla" o "golpistas" a secas. En la Argentina, los opositores reciben el nombre de "gorilas" o "destituyentes", al tiempo que los periodistas indóciles ante el gobierno kirchnerista son tildados de "voceros de los poderes concentrados", como si hubiera un poder más concentrado que el de la fracción gobernante.

Las semejanzas entre el kirchnerismo y el chavismo son notorias. Aunque, en materia de colonización del Poder Judicial, Venezuela nos gana por varios cuerpos. Recientemente, el parlamento de este país eligió 12 jueces del Tribunal Supremo por una mayoría simple ligada al chavismo.

La batalla cultural K abrió en los últimos días otro capítulo con las furibundas críticas a Scioli, tras su presencia en un stand del Grupo Clarín en Mar del Plata. Desde el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, con su línea divisoria de aguas ("O están de este lado o están del otro lado", dijo), hasta el mandatario entrerriano, Sergio Urribarri ("Scioli ya definió a qué espacio pertenece y no da garantías de defender los logros del Gobierno", puntualizó), y el titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez ("No se puede estar bien con Dios y con el diablo", afirmó), embistieron contra el gobernador bonaerense. El principal rival de Scioli en la contienda por la candidatura presidencial del oficialismo, Florencio Randazzo, no se quedó atrás: "Scioli no es la expresión genuina de este proyecto político nacional y popular. Es el candidato de Clarín en la primaria del Frente para la Victoria". La discusión sobre los alineamientos políticos en torno a un grupo periodístico dio cuenta de lo paupérrimo del debate actual.

Frente a los embates, Scioli no se apartó de su tradicional actitud no confrontativa. La desmedida ?reacción contra su presencia en un evento cultural, después de todo, le ha permitido tomar cierta distancia del kirchnerismo, sin renegar de su proyecto, y le proveyó un margen de independencia y diferenciación respecto del Gobierno.

En el sciolismo se conjetura que, aun cuando las diferencias de estilos sean grandes, Cristina Kirchner aceptará, tarde o temprano, que el gobernador bonaerense es el único que puede garantizarle al Frente para la Victoria una buena elección en octubre y un importante número de diputados nacionales.

Cerca de Randazzo -el único precandidato oficialista que, junto con Scioli, crece en la consideración de la opinión pública por su alta exposición en el área de Transporte-, se especula con que la Presidente nunca se inclinará por su principal competidor y con que, si logra subir en las encuestas, próximos a las primarias abiertas (PASO) de agosto, tal vez logre el apoyo explícito de la primera mandataria y, con ello, el favor del grueso del electorado kirchnerista.

En el camino hacia las PASO, Scioli nunca hará campaña en contra del gobierno nacional. Sin embargo, las diferencias que se advierten entre él y la Presidenta son más que estéticas. Santiago Montoya, precandidato a gobernador bonaerense que aspira a contar con la venia definitiva de Scioli, aportó una visión significativa al respecto: "Daniel se siente tan seguro de sus convicciones que puede reunirse con Clarín o jugar un partido de fútbol con Mauricio Macri. Para llegar al desarrollo, hay que pensar en una sola Argentina, que incluya a todos los sectores". Tal premisa se ubica en las antípodas del relato kirchnerista.

¿Qué hará la Presidenta de cara a las PASO? Como primera medida, esperar hasta último momento. Si aspira a llegar al 10 de diciembre con pleno poder político, no podrá darse el lujo de avalar la precandidatura de alguien que pueda resultar derrotado. Por eso no habría que descartar que aliente la competencia interna entre todos los postulantes, no sin antes reservarse para su dominio las listas de legisladores nacionales. Se potenciaría así, con las diferentes alternativas de candidatos, el caudal electoral de su fuerza política y se forzaría al ganador de la primaria a buscar el apoyo de sus rivales y del Gobierno para las elecciones generales.

En segundo lugar, Cristina buscaría imponer, además de listas únicas de diputados nacionales en los grandes distritos, una figura para la gobernación bonaerense ideológicamente afín al cristinismo y, eventualmente, un compañero de fórmula para Scioli que le brinde confianza. La condición menos digerible para el actual mandatario de Buenos Aires es otra y pasará por la imposición de un programa de gobierno, que quien llegue a la presidencia de la Nación por el Frente para la Victoria debería comprometerse a cumplir. Tal programa sería aprobado por la militancia kirchnerista, bajo la batuta de Cristina.

La gran duda que arrastrará el sciolismo hasta octubre, en caso de que se imponga en las PASO del oficialismo, es si con esa marcación personal por parte de la Presidente, Scioli será capaz de captar a la mayoría de votantes independientes necesaria para llegar al 45% en una primera vuelta electoral o superar el 50% en un eventual ballottage. El riesgo lo enfatizó el dirigente Julio Bárbaro, cuando señaló que "nadie puede llegar al poder de rodillas", y advirtió que el gobernador bonaerense podría terminar siendo "prisionero de su propio personaje".