Un maquillaje para ir por la reelección
*Por Eduardo Van Der Kooy. Cristina criticó a los gremios, a los cortes piqueteros, desautorizó la supuesta reforma de la Constitución y dio vía libre a Vargas Llosa en la Feria del Libro. Gestos impensados meses atrás. Busca atraer a votantes de los sectores medios que han sido muy reticentes a los K.
Llama la atención Cristina Fernández. Sus palabras, sus conductas, su temperamento, parecieran distintos a lo que fueron en estos ocho años. Como legisladora, como esposa de Néstor Kirchner o como Presidenta. Estaría empeñada en un esfuerzo, aunque tímido , por aparearse a la realidad.
Resulta difícil todavía desentrañar las verdaderas razones de ese giro supuesto, aunque podría descartarse la hipótesis de una súbita mutación en su forma de pensar. Aquel giro tendría relación, más bien, con un par de necesidades políticas objetivas: la consolidación de su candidatura para octubre; la captación de muchos votos que son renuentes pero imprescindibles para no colocarla en el albur de una segunda vuelta. Más allá de lo que propalan algunos portavoces kirchneristas, las encuestas señalan que con los números de hoy –y una oposición aún vacilante– Cristina debería revalidar su trono en un balotaje.
Todas sus recientes moderaciones públicas enfilarían hacia el electorado de las grandes ciudades donde el kirchnerismo desnudó históricamente sus problemas. ¿No son esos conglomerados, en especial la Capital, los que sufren los flagelos piqueteros? La Presidenta pidió hace semanas que se acabe con esa modalidad de protesta. Nilda Garré, la ministra de Seguridad, usó un lenguaje ingrato para el progresismo K: habló de ser "estricta" con aquellos que alteren los servicios y perjudiquen a los ciudadanos. Entre esa advertencia y aquel desdén con que encaró las ocupaciones de terrenos pasaron apenas tres meses.
Esas mismas franjas sociales se suelen espantar con los excesos . Un exceso fue el escándalo en la agencia estatal de noticias cuando, con motivo del cumpleaños de la Presidenta, divulgó un despacho ofensivo para el buen gusto y la oposición. Otro resultó la confesión de la diputada Diana Conti de su afán por reformar la Constitución para que Cristina –si gana en octubre– sea eterna a partir del 2012. Muy sonoro resultó el del titular de la Biblioteca Nacional, Horacio González, y una legión de intelectuales K que cuestionaron la presencia del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, para la inauguración de la Feria del Libro.
La Presidenta se encargó personalmente de aplacar esos fanatismos.
Algún cerebro maquiavélico podría suponer que las desmesuras habrían sido premeditadas para permitirle a Cristina desempeñar su nuevo papel de componedora. Encajaría a la perfección con el comportamiento espontáneo que detonó el luto en ella y que incidió en el humor social. Ese comportamiento derivó ahora en una herramienta política y electoral. Pero a aquel maquiavelismo no lo ayudan los antecedentes: la desproporción ha sido siempre uno de los sellos kirchneristas.
La diferencia es que hasta la muerte de Kirchner, el matrimonio dejaba hacer y pasar.
El más inquietante de aquella colección de excesos pareció, tal vez, el que involucró a Vargas Llosa. Fue disparado por un núcleo de intelectuales –algunos con pergaminos destacados– que constituyen el soporte teórico-político de lo que plasma ahora Cristina y antes Kirchner. Esos hombres incurrieron en un intento de censura y desnudaron criterios de construcción de pensamiento más acorde con el stalinismo o las pasadas dictaduras latinoamericanas que con un espíritu honestamente democrático.
Puede discreparse con el ideario político de Vargas Llosa. También con su lengua, muchas veces suelta y filosa. Puede no agradar, incluso, su trayectoria de escritor. Y hasta discutirse los méritos de Premio Nobel.
Pero nunca se podría prohibirlo . Menos en un foro, en esencia, cultural donde la política sólo se filtra con intencionalidad.
El kirchnerismo sabe sobre eso .
Si aquel grupo de pensantes despistó como lo hizo, ¿qué podría esperarse de los funcionarios o dirigentes oficiales sometidos a la acción y la presión política cotidiana? En ese cuadro, no parece una casualidad ni un capricho que las caras más visibles del kirchnerismo sean las de Aníbal Fernández, Hugo Moyano, Guillermo Moreno, Héctor Timerman o Amado Boudou.
A veces las desmesuras desbordarían la propia voluntad presidencial. Anécdota reciente: cuando llegó de su último viaje al exterior, Cristina preguntó en Ezeiza – por curiosidad– si las empresas de aviación no nacionales también utilizaban las mangas para el embarque o desembarco. No pasaron 48 horas hasta que el ORSNA –órgano regulador de aeropuertos– dispuso que las mangas fueran reservadas sólo para Aerolíneas Argentinas. Directivos de empresas extranjeras debieron recorrer un laberinto antes de conseguir que la disposición quedara sin efecto. Lo lograron sólo cuando pudieron acceder a la Presidenta.
Ese episodio podría servir para explicar otra incursión de Cristina. En el discurso en el Congreso también se ocupó de mechar una crítica a los gremios. Pero no refirió a Moyano ni a su alianza con la CGT. Cuestionó a los sindicatos que con sus medidas de fuerza toman de "rehenes a los usuarios" y les pidió "prácticas diferentes" . Pudo suponerse que aludía a los ferroviarios. Quizá también: pero el origen de su enojo estuvo en la actualidad de los gremios aeronáuticos que, de forma constante, trastornan el funcionamiento de Ezeiza y de Aeroparque.
El mayor problema allí continúa siendo Aerolíneas. La empresa parece una verdadera caja desfondada : el Estado gastó entre 2008 y 2010 inclusive $ 6.492 millones y dispone para este año de un presupuesto de $ 2.781 millones. Esa es sólo una faceta del problema. La empresa no debe presentar balances ni rendir cuentas porque la Justicia aún no terminó de dictaminar sobre su expropiación y estatización. En suma, jurídicamente no es ni del Estado ni privada. Un híbrido.
La oposición ha reclamado en el Congreso que se ajuste a normas y controles establecidos en la Ley de Administración Financiera y los Sistemas del Sector Público Nacional. Pero el kirchnerismo ha bloqueado siempre esos reclamos. Esa oposición sospecha que parte de aquellos fondos estarían destinados al financiamiento de la política K . Sobre todo de La Cámpora, que hizo buen pie en la cúpula de Aerolíneas.
¿La Presidenta conoce todo eso? Nadie lo sabe . Sí existe constancia de su fastidio con los gremios aeronáuticos. En especial, con la Asociación de Pilotos de Lineas Aéreas (APLA) cuya cabeza es Jorge Perez Tamayo. Un piloto educado en Nueva York, que vuela el avión presidencial en los viajes al exterior. A Cristina ya no le caía bien cuando transportaba al ex presidente.
Perez Tamayo maneja a los comandantes de Aerolíneas y fue quien dispuso un paro a los pocos días de la muerte de Kirchner. La Presidenta, por ese gesto, le habría bajado el pulgar.
Pero el hombre sigue ahí.
El desorden del tráfico aéreo malquista también a los habitantes de las grandes ciudades. Por eso el ojo presidencial enfocado en el problema. La inflación y la inseguridad golpean a todos, sin distinción. Pero Cristina omitió el primer tema y abordó el segundo en el Congreso con una mirada parcial. Insistió, como lo había hecho Garré, en que descendió la tasa de criminalidad en el país. Fuentes confiables señalaron que esa estadística proviene del Sistema Nacional de Información Criminal. Pero que los datos actualizados se extenderían sólo hasta el 2008 .
Las cifras se contrapondrían, además, con lo que indican estudios privados sobre criminalidad. En ellos se consigna que la tasa de homicidios cada 100 mil habitantes habría crecido entre el 2006-2008 de 5,3% a 5,8%. En Buenos Aires el salto de esa tasa habría sido, en igual período, de 5,4% a 6,9%.
Las precisiones y las verdades parecerían importar poco. Interesó siempre, sobre todo, el relato e interesa ahora también en el Gobierno la percepción social de aquellos sectores que le han dado la espalda. ¿Cómo hablar de combatir la inseguridad y estar, a la vez, en una puja política y pública con Daniel Scioli? Cristina se cuidó bien de no despertar ninguna polémica con el gobernador cuando habló en el Congreso. Garré blanqueó una tregua al afirmar que se trabaja en coincidencia con Buenos Aires. Scioli necesitaba esa tregua porque está atenazado entre la presión del Gobierno y el enojo de los intendentes del conurbano que le reclaman coraje para enfrentar la treta de los K con las colectoras.
El gobernador debería saber que no hay tregua eterna.
Cristina no se olvida de otros viejos enemigos. Apenas tiró un puñado de críticas al campo, pero no más. Aspira a recuperar algo del casi millón de votos que perdió del sector en el 2009. Borró, además, de su discurso el malestar con los medios de comunicación. Pero los medios que no le son afines siguen sometidos, bajo cuerda, a todo tipo de extorsión . Muchos periodistas también: Joaquín Morales Solá, de La Nación , debió explicar a la Justicia una historia inverosímil de la épocas de la dictadura pergeñada en alguna oficina de Inteligencia. Tampoco se han escuchado últimamente referencias de la Presidenta a los jueces y a la Corte Suprema, pese a que tragó con sabor agrio el fallo demorado que exige al Gobierno repartir la publicidad oficial con más ecuanimidad.
Todas aquellas omisiones no reflejarían en Cristina un cambio sincero, ni una vuelta de hoja en la historia del pasado reciente.
El pasado es siempre el presente en el ideario kirchnerista .