Un héroe del lado gris del fútbol actual
* Por Pablo Alabarces. Martín Palermo parece un milagro: pero no en el sentido que le ha dado la prensa, estentóreamente, en los últimos días de su carrera. Lo milagroso es que un jugador torpe, sin grandes dotes, se haya transformado en un ídolo de estas aparentes dimensiones.
No tiene los rasgos de los grandes héroes deportivos: no hay ascenso social o fidelidad a una sola camiseta , por más que la de Boca sea decisiva; no hay grandes hazañas en soledad , como el gol de Maradona; no hay rasgos técnicos increíbles , sino más bien su carencia.
Inclusive, sus desempeños con la Selección nacional han bordeado lo ridículo -los tres penales errados en un mismo partido serán siempre inolvidables-, y sin embargo su gol contra Perú en eliminatorias y contra Grecia en el Mundial se destacan como grandes hazañas -a pesar de ser apenas grandes rebotes. Finalmente, otro rasgo de los héroes deportivos nacionales suele ser el reconocimiento internacional: sin embargo, la carrera de Palermo en España fue una serie de fracasos y lesiones -alguna, grotesca.
Lo que decide y explica esta idolatría exacerbada es lo mismo que la provoca: Palermo es un fenómeno sólo entendible en estos veinte años de relaciones tortuosas entre medios y fútbol en la Argentina . Dos décadas en las que todo el deporte se vio organizado en torno de las decisiones mediáticas y una primera consecuencia fue la sujeción a una lógica de la ganancia, a su vez regida por una retórica del espectáculo.
De allí, una serie de rasgos que dominaron estos años y que lo seguirán haciendo: el river-boquismo como concentració n, el dinero de la televisión rigiendo el negocio, los empresarios reemplazando a los dirigentes sociales -los años Palermo son años macristas-, la explosión de los futbolistas de elite como actores melodramáticos. En esta configuración, no hacen falta grandes jugadores, sino actores esmerados: Palermo cumplía con creces esa condición, atento a que los colores de sus flequillos eran más importantes que la torpeza de sus movimientos o a que la difusión estruendosa de sus devaneos sentimentales -e incluso de sus tragedias personales- también alimentaba su valoración. La última convocatoria a la Selección fue la prueba final de este panorama: ningún entrenador responsable podía convocar a un jugador semi retirado y en decadencia para jugar un Mundial, si no era por razones narrativas y dramáticas (es decir, no deportivas ).
Por supuesto que los ídolos deportivos no pueden fabricarse por completo : la condición insoslayable del deporte es que el héroe debe responder con un cuerpo real y en movimiento. La proeza deportiva, o un rendimiento regular, no pueden fingirse -no mientras los jugadores en los estadios no sean suplantados por sus representaciones digitalizadas. Por eso es que un relato increíble -el rubio alto y torpe que deviene héroe futbolístico- precisa algo real para volverse posible: por ejemplo, la cantidad inverosímil de goles que ha convertido este muchacho. Aunque la estadística pretende transformar un juego colectivo en puro resultado individual -el gol deja de ser resultado de un esfuerzo grupal para volverse un logro personal.
Palermo -o el ruido palermitano- nos señala esas direcciones: tanto la decadencia del fútbol como lo fácil que resulta inventar un héroe donde sólo hay una buena imagen.