Un futuro mejor para los jóvenes
Es deber de los gobernantes, pero también de toda la sociedad, propiciar el proceso de integración generacional que está en falta.
Los movimientos juveniles de protesta preocupan seriamente en Europa. La causa determinante es el frustrante desempleo que impide los proyectos de subsistencia y realización personal. Es así como los jóvenes entre 18 y 25 años se encuentran con un presente precario y un futuro sombrío. El problema es agudo y las cifras son elocuentes: en España, la tasa de desocupación en la franja de edad citada alcanza al 43 por ciento y sólo es superada por Letonia; en tanto, en Grecia y en Eslovaquia esa tasa se halla en el 37; en Irlanda e Italia está en el 29%; en Portugal, en el 22; en Francia, en el 20, y en Gran Bretaña, en el 18,3. El promedio en la Unión Europea es del 20,6 por ciento.
La cuestión que se ha planteado obedece a la última crisis financiera que afectó a la sociedad global y que trajo como consecuencia severos tropiezos en la vida económica y recortes presupuestarios en los estados europeos, todo lo cual concurrió a tornar dramático el desempleo. Sobre todo la población juvenil sintió el impacto de las medidas adoptadas para salvar la situación y se ve así ubicada hoy en una zona gris en la cual faltan los puestos de trabajo, o son escasos y provisionales. En esta situación, las sociedades se fracturaron en dos grandes grupos generacionales: los mayores de 40 años, que cuentan con trabajo formal estable y suficientemente remunerado, y los menores, que deben avenirse a postergar sus proyectos personales y aceptar una vida laboral incierta.
La ola de protestas juveniles desencadenada tiene, también, otro factor de estimulación en la cercana rebelión de miles de jóvenes en Egipto y en Túnez, que se movilizaron por cuestiones políticas y económicas, entre ellas el desempleo. Ese antecedente gravita en el ánimo de los movimientos juveniles europeos y genera temores de que se manifiesten con mayores violencias. Se hace necesario hallar soluciones, ya que los jóvenes, por una parte, se sienten injustamente postergados, sin trabajo ni esperanzas de sostener una casa ni formar una familia. Por otra, los que dirigen o gobiernan, así como la generación adulta de los padres, comprenden que es necesario introducir reformas de fondo en la vida socioeconómica para dar su oportunidad a los jóvenes, sin lograrlo hasta hoy.
De tal modo, la generación "ni-ni", como la llamaron ("ni trabajan ni tienen esperanzas"), enfrenta un duro desafío en este tiempo, que posee rasgos comunes con los problemas de otras sociedades juveniles como la nuestra, sin negar lógicamente las diferencias que existen. En 2010 el año 2010 se estimó en nuestro país que alrededor de medio millón eran los desocupados entre 18 y 25 años, y muchos parecían conformarse con ese destino de exclusión. Se sabe que un futuro mejor exige iniciativa, esfuerzo y voluntad de emprender. Aquí, como en Europa, padres y docentes tienen la misión de alentar esas conductas desde la infancia y a través del estudio. En otro plano, es deber de los gobernantes, políticos, dirigentes y ciudadanos la función de promover las acciones necesarias para que el país genere oportunidades de trabajo a quienes posean la capacitación requerida, cimentando un gran proceso de integración generacional.