Un Estado nada bobo
Los economistas se la pasan peleándose sin decir mucho de qué se trata el eje de la pelea, pero afilando las garras para fijar posiciones. Los políticos también lo hacen, en medio de las típicas chicanas del juego de partidos y candidatos.
En el fondo hay un tema central: qué rol juega el Estado en la construcción de un país, de una sociedad.
Hace un tiempo, los argentinos asistimos a la muerte del Estado como vehículo de gestión.
Había quedado reducido a edificios y oficinas que sólo articulaban decisiones para que los negocios fueran de los poderosos agentes privados y que todo lo malo quedara para que lo sufra el Estado, o sea, los argentinos en su conjunto.
Eran los tiempos del neoliberalismo aprovechándose de un Estado fofo, inerte, ausente, para permitir que los grandes grupos empresarios se quedaran con todo. Menos con las deudas.
Estos, en cambio, son los tiempos de un Estado presente, que motoriza muchas de las acciones cotidianas y que no reniega de su condición de locomotora de las decisiones más importantes de la vida de todos los días, no sólo de las decisiones de la macropolítica.
¿En qué se traduce concretamente este Estado presente en beneficio de los habitantes? Simplemente cuando sus acciones se traducen en que la vida de la gente sea mejor, más simple, o al menos le genere menos incomodidades.
Permítase un ejemplo chiquito, casi insignificante en la vida de un país, para graficar de qué se está hablando.
Hace un tiempo, sacar el DNI iba a ser un gran negocio para una empresa privada. Siemens había sido la elegida y el escándalo de pago de coimas y de un contrato leonino para el país maquilló el verdadero perjuicio que hubiera significado para la gente común.
El precio estipulado para entonces era de unos 30 dólares por DNI, aunque ese convenio infame facultaba a la empresa alemana a aumentar el precio a su antojo. Y debían pagar todos, los que pudieran y los que no.
Esto generaba un inmenso negocio para la empresa, pero también serias dificultades para el acceso a la documentación de los sectores marginales tanto por cuestiones de ingreso como por la accesibilidad a los lugares de documentación.
Hoy, el Estado asumió el desafío.
Es la administración pública, en sus distintas vertientes, la que maneja el sistema, los precios y la modalidad de documentación.
A un precio que no significa pérdida ($35, poco más de 8 dólares), con cientos de centros de atención y con un trámite que no demora más de una hora, mandándole el documento a domicilio en apenas una semana.
Ése es el Estado motor. Ése es el desafío de estos tiempos: poner el aparato estatal para hacerle mejor la vida a la gente. Sea, en este caso, para obtener un documento, o para definir medidas de trascendencia que tienen otro significado.
Vaya apenas un ejemplo para entender estos tiempos.