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Un contestatario insólito

Se podía haber creído que el catálogo de las demandas de reivindicaciones, aquí en Catamarca, se agotaba con las que casi todos los días se oyen gritar frente a la Casa de Gobierno y se leen en las pancartas que estos manifestantes levantan como si se tratara de banderas.

Por este siempre caliente espacio pasan cada uno a su tiempo, los docentes, los trabajadores de la salud, los no docentes provinciales, los cesanteados por el "Proceso", los sin techo, los que piden asistencia social, los que procuran justicia para las víctimas de accidentes viales, los homosexuales que reclaman ser reconocidos como ciudadanos plenos, los defensores del medio ambiente, los policías que requieren salarios dignos.

En todos estos casos se trata de grupos, en ocasiones numerosos, que multiplican su envergadura con la típica percusión contestataria y el estruendo de sus bombas.

Pero mientras esta protesta transcurría con una regularidad que la ha vuelto familiar, había estado ocurriendo que un comprovinciano que ahora tiene 19 años ha estado librando, junto con su madre una solitaria lucha por la obtención de su identidad, del documento que determina que alguien existe y que tiene derechos civiles y políticos.

Lo que podría esperarse en países estragados por la guerra o por desbordes naturales extremos, había estado sucediendo en esta ciudad y sin que hubiese conocimiento público de ello.

El caso resulta estremecedor. Un niño nació el 15 de noviembre de 1992 en el viejo Hospital San Juan Bautista, pero, como refirió su madre, "en el hospital se perdió el libro de partos de ese año y no hay de dónde sacar un certificado de nacido vivo", de modo que no le fue posible a su madre inscribirlo en la escuela secundaria porque carece del DNI, ni tampoco incorporarse en el mercado laboral, por el mismo motivo.

El peregrinar por las oficinas logró que la causa llegara al Juzgado de Familia. En el Registro Civil respondieron que por haberse vencido los plazos, la continuidad del trámite depende de una autorización Judicial expresa. El Juzgado se ha manifestado dispuesto a conceder la autorización, pero sólo después que se presente el ADN del causante y de su progenitora. Por su parte, el Hospital argumentó que no puede hacer frente al pago de esos estudios, cuyo precio es 2.000 pesos. Y la misma respuesta, según dice la madre de este indocumentado, encontró en los organismos provinciales, nacionales y municipales a los que recurrió con la esperanza de salir de la situación. Ella misma se confiesa imposibilitada de asumir el pago de esa suma. En consecuencia, hay un joven catamarqueño, digno de una novela de Kafka, que anda por este mundo en la oscuridad de quien no puede esperar que los demás lo reconozcan como un ser de la realidad, semejante a todos, digno del afecto, y de la apertura que le permita educarse, trabajar y desenvolverse, participar en la vida política como elector y candidato, en fin, como ser íntegro y sujeto de todos los derechos de sus congéneres.

Por otra parte, no puede dejar de pensarse que los 2.000 pesos necesarios para superar este drama absurdo son una insignificancia para el Hospital, que no carece de responsabilidad y que diariamente debe financiar la asistencia de los numerosos accidentados de tránsito cuyo tratamiento implica sumas elevadísimas, según han hecho público sus autoridades en incontables declaraciones a la prensa. Este joven sin documento es, también, un accidentado, pero de una falencia institucional que lo excluye de toda culpa.

Increíble. Un joven catamarqueño de 19 años no puede salir de su condición de indocumentado y vive, por ello, una triste historia de marginalidad.