U2: Un relámpago de los ‘90
*Por Claudio Gómez. Voy a echarme algunos lectores en contra. Lo conversé con un amigo y llegué a la conclusión de que hay que decirlo, de que hay que expresarlo, de que no hay peor sapo para tragarse que el que uno puede escupir, acaso equivocadamente.
La verdad es que la movida platense por la llegada de U2 me provocó un flash, un efecto de esos que hacen en las películas cuando el personaje que pierde la memoria va recobrándola en instantáneas que llegan a su mente. Así, recuerda un acontecimiento en particular o una parte de ese acontecimiento, pero no logra comprender en su totalidad. Eso es un flash. Creo que en el cine le dicen flashback. Es como volver por un segundo (o menos que eso) a un recuerdo que no se logra unir a la memoria completa, sólo es una muestra diminuta, microscópica de lo que fue el pasado. A partir de ella no se puede reconstruir el recuerdo (que como dice Borges en una materia hecha de olvido y de memoria), pero la sucesión de esos flashes permiten recobrar lo que hay de esencial en el subconsciente.
Y lo de U2, esa presencia espectacular y artificial en igual grado, movió mi subconsciente. No por los jóvenes o veteranos que realmente adoran la música del grupo irlandés (que sea irlandés hace que me caiga mejor que si fuera inglés) o por los seguidores de este muchacho, Bono, o de sus iniciativas a favor del medioambiente. No, no por ellos. Más que nada por las familias que, sin conocer un solo acorde de la banda se enloquecieron por conseguir una entrada, por hacer larguísimas colas, por ingresar a ese mundo de luces destellantes y fantásticas "porque esto ocurre una sola vez en la vida". ¿En serio? ¿Y? Hay tantas cosas que suceden una sola vez en la vida, que no alcanzarían diez vidas para disfrutarlas en su totalidad. Parece que la noción de espectáculo, en tanto uno existe sólo como espectador, está reñida con todo lo que no tenga luces, que es lo mismo que decir que un espectáculo es lo que tiene luces no es un espectáculo.
La clase media acudió al llamado de las luces con la inversa vehemencia con la que se ausenta de otros episodios culturales menos extranjeros, más nuestros y más edificantes de nuestra esencia.
Esa desesperación por ir con los hijos, parejas que gustan del Mc más que del chori, a compartir una parada bajo la grúa metálica, proeza de tecnología y de los fierros, helada como cualquier garra me retrotajo a los 90. Y, ojo, que quien escribe estuvo en shows como los de Michael Jackson y como los de Madonna (en uno por trabajo y en otro por decisión), pero ya no. Ya no, ya no esa desesperación por compartir las luces, porque sé que me pueden dejar ciego.
Por esos días las críticas inundaron los medios hegemónicos con una arenga antiChávez que apestó a xenofobia.
U2 no ha hecho nada malo. Es su negocio. Está bien, pero ya no compro espejitos de colores ni mato ni muero por una entrada. Prefiero otra puerta.