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Tus hijos, ¿ya se fueron de casa?

Los hijos varones dejaban el hogar para casarse o para irse a estudiar a otro lado en caso de inconvenientes geográficos.

En nuestras épocas, los hijos varones dejaban el hogar para casarse. O para irse a estudiar a otro lado en caso de inconvenientes geográficos. Las hijas lo hacíamos solo para casarnos. Algunas, joyas de una diadema materna, no se iban jamás. Hoy las criaturas abandonan el barco en cuanto pueden, y parten hacia destinos innoble: los muy guachitos simplemente quieren vivir solos. Cuando una trata de revisar por qué un hijo está por propinarnos esa puñalada trapera mira con cierto rigor hacia atrás y allí nos vemos Los llevamos en la panza, les dimos la teta, les cambiamos los pañales, les cuidamos las anginas, planchamos sus delantales, controlamos sus deberes, les hicimos de comer y pusimos todo nuestro empeño en que se abrigaran, estudiaran, no tuvieran malas compañías, no fumaran marihuana ni contrajeran enfermedades demasiado infectocontagiosas. No solo hemos hecho todo eso,  si no que además llegada la adolescencia  cuando se ponen bravíos se lo recordamos cien veces por día y, frente a una crisis, unas ochocientas veces más. Además las madres nos ponemos machacantes. Nos irrita que el lugar natural para dejar una prenda usada sea el suelo. Que jamás avisen a qué hora van a volver. Que consideren que son grandes a los veinte años ( aun cuando tengan las patas peludas) que no nos hagan confidencias y que terminen por no dirigirnos la palabra. No existe la santa que jamás  los haya puteado por tanto destrato.¿Por qué se querrán ir los desalmaditos?

El día que te lo avisan

                                             

Ocurre en cualquier maldito momento.  Ni siquiera durante una pelea donde se lo podría poner a cuenta de un exabrupto.  En las familias latinas en las que nos enrolamos, una pelea da para cualquier cosa, comenzando por esta madre que grita: ¡¡¡te voy a matar!!!.  Cuando en realidad todos saben que tengo dilemas de conciencia para aplastar un alacrán nadando en mi sopa.  Ese era el momento justo para decirlo.  Muy por el contrario, estos sádicos de corazón de piedra explican con toda claridad en una sobremesa cualquiera, que tienen pensado irse en cuanto puedan porque quieren ser "independientes".  Así fue como a mí me lo dijeron. Supongo que hubo después más argumentos, pero no los pude retener porque estaba atravesando el único infarto de ojos abiertos y expresión inmutable que registre la historia de la medicina.

Fue producto de dos fuerzas opuestas: querer retorcerle el graznate y procurar parecer piola.  Me incliné por la "piolitud"  (Tanta lectura sobre la adolescencia siempre nos lleva a la ruina). Con expresión de madre absolutamente liberada me limité a mentir: "Me parece muy bien, sólo que para ser independiente hay que poder mantenerte solo. Cuando lo consigas, por mí no hay problemas".  La prueba mas rotunda de la inexistencia de la justicia divina fue que el cielo no se abrió y ningún rayo me redujo a cenizas por semejante hipocresía. Cabe aclarar que quien me hacía el planteo era mi hija mujer de veinte años, quien trabajaba conmigo en la radio.  Mientras le sacudía mi "comprensión" me juraba que en su puta vida, si de mí dependía -y precisamente dependía de mí- iba a poder "mantenerse sola".  De allí en más me convertí en el patrón más sátrapa del mundo.  No solo jamás le aumenté un peso, sino que en cuanto podía le bajaba el sueldo.  Pese a mis escrupulosas maniobras, tal vez pidiendo en las esquinas llegó el momento en que había juntado dinero. ¡lloremos hermanos!. Continuará.