"Tristeza nao tem fim": Brasil perdió el oro ante México
El conjunto azteca venció al equipo brasileño por 2 a 1 en Wembley y se subió a lo más alto del podio. Oribe Peralta hizo los dos goles del Tri, que por primera vez se colgó la dorada. La Verdeamarela tendrá revancha dentro de cuatro años y en su casa.
México celebró este sábado una proeza y el triunfo más importante de su historia futbolística, al adueñarse del oro olímpico de Londres 2012 que tanto ambicionaba Brasil, al vencerlo 2-1, con dos goles de Oribe Peralta, en el mítico Wembley ante 90.000 espectadores.
El centrodelantero Peralta marcó el primero con un remate rasante a los 30 segundos de partido y amplió de cabeza a los 75 minutos, para recibirse de héroe en las redes, aunque el mérito de la hazaña fue de todo un equipo organizado ante un Brasil en el que decepcionaron sus estrellas, Neymar y Oscar, aunque un potente Hulk (90+1) pudo descontar.
A Brasil le faltaron la magia y el talento de sus individualidades y terminó jugando, en vano, con cuatro delanteros pero incapaz de producir jugadas desequilibrantes.
La Seleçao vivió la desilusión de volver a perder la oportunidad de ganar la medalla de oro olímpica, único trofeo que falta en sus vitrinas.
México hizo la proeza y saltó al Olimpo con el más grande triunfo que jamás haya soñado.
El Tri, como en el lejano Oeste de los westerns, disparó primero y preguntó después cuando el reloj marcaba 30 segundos, una eternidad para el infantil error cometido por Rafael, quien recibe un balón largo a cualquier parte del arquero mexicano José Corona y trata de salir jugando con lujos y amagues.
Muy hermosos los amagues pero deja una pelota corta para Sandro, a quien se la roba Javier Aquino y Peralta, a la manera de los verdugos del área, le clavó el balón en un ángulo bajo imposible atajar para Gabriel.
Hubiese sido sólo una anécdota, un pésimo comienzo, un imponderable, uno de esos baldazos de agua fría que pueden sucederle al más pintado sino hubiesen mediado después la tremenda impotencia de la Seleçao por generar jugadas de gol.
Ordenado y concentrado México, con la pelea sin cuartel de Aquino, un león para luchar por la recuperación de la pelota, encontraba socios en Marco Fabián, Jorge Enriquez, Héctor Herrera y Carlos Salcido. Marca simple y zonal.
Sin ser ultradefensivo, México clausuró los caminos que llevaban a Corona y batalló sin desmayos por cada pelota dividida con aguerrido espíritu, con un Oscar anodino y Neymar desconectado.
Por eso la pelota no le llegaba franca y limpia como en otros partidos a Leandro Damiao para que le pusiera pólvora al remate final.
El único factor de desequilibrio del anodino Brasil de la primera etapa eran los desbordes a todo vapor de Marcelo.
El DT brasileño, Mano Menezes, quemó las naves cuando sacó un volante-lateral rueda de auxilio como Alex Sandro, para sumar otro delantero, Hulk, y a Sandro por el tan postergado Pato. Jugó al mata-mata, como dicen los brasileños.
Oscar y sin el genio de Neymar encendido, Brasil pierde un 80% de generación de juego, es un equipo laxo, vacío, sin magia ni dinamita.
Y cuando quería despertar Neymar, era acorralado por una fuerza de tareas de al menos tres hombres que lo hacían caer en la trampa.
Nada parecía conmover a los zagueros Diego Reyes, siempre atento a los cierres, e Hiram Mier, alternados en sujetar la corpulenta amenaza de área de Damiao.
A Brasil se le pudo venir el mundo encima, si Marco Fabián no fallaba una chilena que pegó en el travesaño y Oribe Peralta no estuviese fuera de juego por apenas un metro cuando mandó el balón a la red en un centro atrás.
Con Pato en la cancha y Brasil desesperado por hallarse a sí mismo, llegó el tiro del final, el cabezazo de Peralta que liquidó el pleito, pese a que el gol de Hulk le puso suspenso y excitación a los minutos finales.
Todo un símbolo de impotencia fue el cabezazo que erró sobre la hora Oscar.
El centrodelantero Peralta marcó el primero con un remate rasante a los 30 segundos de partido y amplió de cabeza a los 75 minutos, para recibirse de héroe en las redes, aunque el mérito de la hazaña fue de todo un equipo organizado ante un Brasil en el que decepcionaron sus estrellas, Neymar y Oscar, aunque un potente Hulk (90+1) pudo descontar.
A Brasil le faltaron la magia y el talento de sus individualidades y terminó jugando, en vano, con cuatro delanteros pero incapaz de producir jugadas desequilibrantes.
La Seleçao vivió la desilusión de volver a perder la oportunidad de ganar la medalla de oro olímpica, único trofeo que falta en sus vitrinas.
México hizo la proeza y saltó al Olimpo con el más grande triunfo que jamás haya soñado.
El Tri, como en el lejano Oeste de los westerns, disparó primero y preguntó después cuando el reloj marcaba 30 segundos, una eternidad para el infantil error cometido por Rafael, quien recibe un balón largo a cualquier parte del arquero mexicano José Corona y trata de salir jugando con lujos y amagues.
Muy hermosos los amagues pero deja una pelota corta para Sandro, a quien se la roba Javier Aquino y Peralta, a la manera de los verdugos del área, le clavó el balón en un ángulo bajo imposible atajar para Gabriel.
Hubiese sido sólo una anécdota, un pésimo comienzo, un imponderable, uno de esos baldazos de agua fría que pueden sucederle al más pintado sino hubiesen mediado después la tremenda impotencia de la Seleçao por generar jugadas de gol.
Ordenado y concentrado México, con la pelea sin cuartel de Aquino, un león para luchar por la recuperación de la pelota, encontraba socios en Marco Fabián, Jorge Enriquez, Héctor Herrera y Carlos Salcido. Marca simple y zonal.
Sin ser ultradefensivo, México clausuró los caminos que llevaban a Corona y batalló sin desmayos por cada pelota dividida con aguerrido espíritu, con un Oscar anodino y Neymar desconectado.
Por eso la pelota no le llegaba franca y limpia como en otros partidos a Leandro Damiao para que le pusiera pólvora al remate final.
El único factor de desequilibrio del anodino Brasil de la primera etapa eran los desbordes a todo vapor de Marcelo.
El DT brasileño, Mano Menezes, quemó las naves cuando sacó un volante-lateral rueda de auxilio como Alex Sandro, para sumar otro delantero, Hulk, y a Sandro por el tan postergado Pato. Jugó al mata-mata, como dicen los brasileños.
Oscar y sin el genio de Neymar encendido, Brasil pierde un 80% de generación de juego, es un equipo laxo, vacío, sin magia ni dinamita.
Y cuando quería despertar Neymar, era acorralado por una fuerza de tareas de al menos tres hombres que lo hacían caer en la trampa.
Nada parecía conmover a los zagueros Diego Reyes, siempre atento a los cierres, e Hiram Mier, alternados en sujetar la corpulenta amenaza de área de Damiao.
A Brasil se le pudo venir el mundo encima, si Marco Fabián no fallaba una chilena que pegó en el travesaño y Oribe Peralta no estuviese fuera de juego por apenas un metro cuando mandó el balón a la red en un centro atrás.
Con Pato en la cancha y Brasil desesperado por hallarse a sí mismo, llegó el tiro del final, el cabezazo de Peralta que liquidó el pleito, pese a que el gol de Hulk le puso suspenso y excitación a los minutos finales.
Todo un símbolo de impotencia fue el cabezazo que erró sobre la hora Oscar.