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Traumática charla con mi plomero sobre kirchnerismo

Enrique, 50 y pico de años, laburador, honesto, cero politizado, me contó que, como no le pasaba desde hacía tiempo, estaba con mucho menos trabajo.

Extraído de La Nación

Por Carlos M. Reymundo Roberts

Jamás pensé que una amable charla con mi plomero, mate de por medio, iba a terminar en una experiencia tan traumática. Enrique, 50 y pico de años, laburador, honesto, cero politizado, me contó que, como no le pasaba desde hacía tiempo, estaba con mucho menos trabajo. Le expliqué que seguramente la causa era que en la Argentina de los Kirchner se están fabricando unas cañerías nacionales y populares que son una maravilla. Se le escapó una carcajada. "No, señor: los caños se siguen rompiendo, y además yo hago otros trabajitos, pero ahora lo piensan tres veces antes de llamarme. Tratan de hacer los arreglos ellos mismos." Le pregunté si no estaría cobrando un poquito caro. Me contestó que, al contrario, para no perder clientes hacía meses que no aumentaba.

"¡La gente no tiene guita, señor!" Sin dejar de mirarlo, evalué la situación. Sus palabras, sus gestos.

Enseguida entendí lo que estaba pasando. Enrique, mi fiel plomero, mi compañero de mate, se había pasado a la oposición. Alguien le había comido la cabeza. Lo perdimos. Ya era un buitre.

-Si no recuerdo mal, Enrique, usted votó a Cristina.

-Claro, y antes a Néstor. En casa somos peronistas de toda la vida, vio. Pero esto se ha puesto jodido, jefe. No me va a creer: por primera vez en mi vida salí a comprar dólares.

(Acababa de confirmarlo: estaba en presencia de un especulador; igual, yo seguí en lo mío, seguí con mi relato.)

-Sinceramente, no sé si la gente hace bien en comprar un billete que se pone verde tan rápido. Téngale fe al peso. ¡Haga Patria: apueste a nuestra moneda!

-Mire, yo de esto no sé nada, pero con los pesos cada vez puedo comprar menos cosas. Todos me dicen que me pase al dólar. Mi mujer me tiene loco. Lo mismo mi hijo. "Papá, avisame cuando vayas a la cueva que te doy mi plata".

-Usted lo dijo, Enrique: eso es una cueva. ¿Sabe por qué se llama así?

-Me imagino: porque es un refugio. El que quiere cuidar su plata se refugia ahí.

-¡No! Quiere decir que es un lugar escondido, un negocio ilegal.

-Bueno, no tan escondido porque lo encuentra todo el mundo. Cada día tengo que hacer una cola más larga.

(Seguimos tomando mate, y maldije que ese termo no se acabara más. Lo del dólar me había puesto muy mal. Lo único que faltaba es que Enrique me hablara del contado con liqui. Pero no. Invirtió los términos de la conversación y empezó a preguntar él.)

-Dígame, señor: ¿por qué Cristina discursea tanto? Cada vez que prendemos la televisión está ella.

-Es que tiene muchas cosas para decirnos. Y sabe que usted y su familia, como tantas otras, ponen la televisión para verla.

-Al principio, sí. A mi señora le gustaba porque Cristina siempre tiene pilcha nueva. Y muy buena pilcha, eh. Ahora, cuando aparece, apagamos. ¿Vio que siempre está enojada?

-La enojan los enemigos del país.

-Entonces estamos llenos de enemigos [dijo esto y largó una risotada, a lo que contesté con mi peor cara de traste]. El otro día vi que se estaba peleando con los alemanes. ¿No es raro? Los alemanes son gente seria, ¿no?

-¡No! Son terribles. Dijeron que no pagamos las deudas. ¿A quién le cree: a los alemanes o a nuestra presidenta?

-Señor, si se lo digo no me va a convidar más mate.

-Enrique, me parece que usted está consumiendo mucha prensa opositora.

-No se crea. En casa el consumo está para atrás. No hay guita.

-Por no escuchar a la señora se pierde muchas cosas. La semana pasada promulgó el nuevo Código Civil. Fue un momento histórico.

-Ah, sí, vimos un ratito. Hasta que lo mostraron a Boudou. Con mi señora decíamos: qué raro que para presentar un Código lo lleven a Boudou... ¡Y cómo se reía! Se ve que los códigos le causan mucha gracia.

-Es un tipo optimista. Los argentinos estamos optimistas. Nos merecíamos un gobierno así.

-Sí, lo tenemos merecido.

-Confíe, Enrique. Aunque hay problemitas, vamos a salir adelante.

-Señor, yo salgo cada vez menos.

-No me diga eso. De última, siempre está la posibilidad de pedir un plan social. No será una fortuna, pero es platita segura. Tengo buenos contactos en el Gobierno y puedo conseguirle algo.

-Ah, ¿usted conoce a los del Gobierno? Le pido que les agradezca porque mi hija, que está en blanco, todos los meses va y compra dólares al precio oficial en el banco, camina 50 metros hasta una cueva y los vende mucho más caros. Lo mismo el marido. Es una ayuda. Por favor, señor, dígales a sus amigos que eso está muy bien, que no lo cambien.

Pobre Cristina. Tanto laburo, tanto discurso, tanto sembrar y a la hora de la cosecha te aparece un Enrique. Con plomeros así no se puede hacer una revolución.