Tras el silencio, una furiosa tormenta
La política nacional volvió a demostrar que, si de sorprender se trata, siempre hay espacio disponible. La virulencia con la que los actores volvieron a escena después del intervalo es el dato más elocuente de la semana que pasó.
Por Lucrecia Bullrich
Estaba en los cálculos de todos. Un día, la política en su versión cotidiana volvería a ser lo que fue. Retomaría el ritmo entre frenético y ensordecedor que tuvo hasta que la muerte de Néstor Kirchner rompió todos los esquemas y obligó a pisar el freno. Sin embargo, la política nacional volvió a demostrar que, si de sorprender se trata, siempre hay espacio disponible. La virulencia con la que los actores volvieron a escena después del intervalo es el dato más elocuente de la semana que pasó.
Contra todo pronóstico (o no), fue Cristina Kirchner la que reabrió el fuego. La oposición volvió a ser blanco. Los dirigentes que la encarnan, "loros que repiten recetas", según palabras de la propia jefa del Estado.
Como los soldados solícitos que siempre fueron, a la Presidenta se le sumaron Aníbal Fernández y Amado Boudou. Junto con Agustín Rossi asumieron la defensa en un frente fundamental: la aprobación del presupuesto sin demora y tal como fue concebido por el Poder Ejecutivo. Antes de subirse al avión que lo llevó a Seúl con Cristina Kirchner, el jefe del Palacio de Hacienda esbozó la tesis que luego el jefe de Gabinete y el mandamás del kirchnerismo en Diputados repitieron hasta el cansancio. La no aprobación del presupuesto pondría en peligro "el modelo", amenazaría la continuidad de políticas de Estado como la construcción de viviendas y sería una estocada de mal gusto a una Presidenta en duelo.
Debajo de esa pelea asomó la cabeza el ya viejo debate por la subestimación intencional de las metas presupuestarias y las denuncias opositoras sobre su mantenimiento en el tiempo. El botín es tan antiguo como preciado: la posibilidad de gastar millones sin tener que explicarle nada a nadie. En el Senado el kirchnerismo no dio quórum y la oposición fracasó en su intento de limitar los superpoderes. Paradojas al margen, tanto el proyecto que impulsan los bloques enfrentados con la Casa Rosada como el que envió Cristina Kirchner quedaron sin tratar. La discrecionalidad sigue a salvo.
Como si la previa del debate por el presupuesto en Diputados no fuera suficiente, la discusión en el recinto se convirtió en una batalla campal, de esas que se libran con la palabra como arma única. El fantasma de la Banelco (en sus múltiples versiones) volvió a cruzar las bancas del Congreso.
El tratamiento parlamentario del presupuesto quedó opacado por las denuncias. Volvió a hablarse de favores a cambio de votos. Las acusaciones sin nombre chocaron contra la ira oficial. Carrió instaló la imagen de "la Banelco de Cristina". Llamado a jugar el juego que mejor conoce, Aníbal Fernández guapeó: "Si llamar a un diputado es presión, no me conocen. Ojalá tuviera oportunidad de presionar".
El intercambio de "gentilezas" no fue el único saldo de la larga sesión. En el fragor de la lucha, las riñas que hace semanas se cuecen a fuego lento en la oposición quedaron en evidencia. La división entre radicales alfonsinistas y radicales cobistas es vieja, pero esta vez se cristalizó con estruendo en el tirante reemplazo de Oscar Aguad por Ricardo Gil Lavedra en la jefatura del bloque.
En Pro se multiplicaron los pases de factura por lo que, sin vueltas, Federico Pinedo llamó "ausencias inexplicables" en el recinto. Carrió y Pino Solanas acusaron a la UCR de permitir y ser la contraparte de un "nuevo pacto de Olivos". Tal vez empujado por el (¿sorpresivo?) portazo de Reutemann, Solá ya no disimuló sus diferencias con el resto de los justicialistas enfrentados con la Casa Rosada y admitió que el Peronismo Federal está "en crisis". Quedó claro: muerto Kirchner, la oposición no sólo tiene que resolver su orfandad de adversario.
También debe ocuparse de que las divisiones no demuelan sus proyectos de poder.
Una cosa más quedó clara: el esperable cese de hostilidades que impuso la muerte ya es patrimonio del pasado.