Tragedia que desvistió al Gobierno
*Por Eduardo Van Der Kooy. Los viejos problemas irresueltos del kirchnerismo retornan en forma de drama. El sistema de transporte es uno de ellos.
El accidente ferroviario en Once demostró que los K empeoraron la pésima herencia de Menem. Fallas en los controles del Estado y conductas repudiables.
Nunca como ahora la tragedia ferroviaria en la estación Once pareció dejar al descubierto los pies de barro que sostienen al modelo kirchnerista. Los ocho años y pico de Néstor y Cristina Kirchner sirvieron para enterrar la crisis del 2001 y mejorar la condición social, de modo relativo, en base a una economía anclada en el consumo. Ese desenvolvimiento tampoco resultó parejo: los cuatro años del ex presidente fueron globalmente superiores a los de la mandataria actual. Pero ninguno insinuó siquiera soluciones para viejos problemas estructurales que arrastra la Argentina.
El horroroso accidente anunciado, que inundó de pesar a la sociedad, sirvió para corroborar que el desmantelamiento ferroviario ejecutado por Carlos Menem en los 90 fue dejado intacto en los hechos -- no en el relato -- por los Kirchner. Aunque la huella es mas honda: no se podría limitar el problema solo a los trenes; abarca a todo el sistema de transporte. Están a la vista los vaivenes y las pérdidas millonarias de Aerolíneas Argentinas.
Otro sostén que se astilla refiere a la política energética. El gobierno de los Kirchner negó en forma tenaz las advertencias sobre la crisis del sector. Cristina bramó a comienzos de este año, cuando la caja estatal dejó escapar síntomas de agotamiento, por los U$S 9.000 millones gastados en la importación de combustible. El tema energético y el del transporte reconocen un punto en común: el aplastamiento tarifario durante un tiempo excesivo rompió la sustentabilidad de ambos sectores , frenó la inversión y la renovación.
El Gobierno nunca indagó las razones de los problemas en sus propios errores. Solo lo hizo en las responsabilidades ajenas. No puede haber sorpresa por esa conducta. Ni el desgarro del miércoles pasado logró modificarla: el Estado se presentó también como querellante ( perjudicado ) por el accidente. El mismo Estado que debió hacer algo para que no ocurriera. Se podría definir como un desesperado atajo político del kirchnerismo. También, como un comportamiento cínico y desvergonzado .
De todos modos, nunca se advirtió un trato igualitario entre aquellos problemas: las concesiones ferroviarias, salvo el caso de la ex línea Roca, fueron respetadas a rajatabla.
Y corrieron sobre ellas torrentes de subsidios.
Vale una sóla referencia: en enero del 2012 TBA recibió $76,9 millones en ese concepto y recaudó solo $12,7 millones por la venta de pasajes.
Con las petroleras, en cambio, hubo serpenteos y presiones. En especial con Repsol-YPF. Primero se forzó la venta de una parte del paquete accionario español al Grupo Eskenazi, según indicaciones de Kirchner que cumplió Julio De Vido. Ahora que la crisis aprieta, la embestida K es contra sus propios socios. Ya no alcanza con el freno a la distribución de dividendos y el reclamo a la empresa para que traiga dólares del exterior. Tampoco es suficiente con la representación estatal en YPF de Roberto Baratta, un hombre de De Vido. Cristina pretendió meter en una reunión de directorio al vice de Economía, el joven Axel Kicillof. La empresa resistió, hubo acusaciones cruzadas y la intervención de escribanos. Esa relación está quebrada.
Tanto, que la Presidenta ya tendría resuelta la intervención de la empresa .
Hay muchas cosas colocadas en el país patas arriba. El gobierno se queja por la escasez de combustible que negó hasta hace un par de semanas. Y atropella contra Repsol-YPF que posee amplio dominio del mercado. La petrolera pretende importar combustible pero Guillermo Moreno, supersecretario de Comercio, lo impide para que no salgan los dólares que hacen falta. El combustible no aflora espontáneamente de las napas subterráneas, aunque el kirchnerismo parece suponer lo contrario.
En el medio del serio y dramático conflicto que plantean el sistema de transporte y la política energética emerge el Estado . También en esta cuestión los senderos entre el relato kirchnerista y la realidad se bifurcan. Cristina, quizás más que Kirchner, machaca con la recuperación del papel estatal en la economía. Puede aceptarse el carácter asistencialista que cumple ese Estado. También su condición de viga maestra del proyecto político K.
Pero resulta inepto para planificar e ineficiente en la ejecución . Vuelve además a sembrarse de sospechas de corrupción. Quizás es así porque los Kirchner se aferraron al mismo solo con la ambición de construir poder .
El Gobierno invirtió miles de millones en subsidios a las concesionarias de los ferrocarriles pero los servicios empeoraron . En el área metropolitana, en todas las líneas, se transportan menos pasajeros que en 1999. No existió ninguna fiscalizacion estatal, más allá de promesas. Se crearon dos organismos con ese fin (Adif y Sofse) que murieron en la letra. La Comisión Bicameral del Congreso de seguimiento de las privatizadas nunca logró que el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, fuera a dar explicaciones sobre su responsabilidad en el control del sistema ferroviario. Schiavi anunció que concurrirá al Congreso cuando se lo pidan. Debieron pasar 51 muertos y 700 heridos.
Semejante desorden se convirtió en suelo fértil para irregularidades y hechos de corrupción. No fueron tampoco ajenos a ellos los gremios del sector. Lo demostró el asesinato del militante del PO Mariano Ferreyra, ocurrido en octubre del 2010, que reclamaba por la efectivización de empleados tercerizados por empresas de los mismos sindicalistas ferroviarios.
Ricardo Jaime, el ex secretario de Transporte, sobrelleva una pila de denuncias. Una de ellas lo liga con la adquisición de vagones en España y Portugal, de los cuales sólo el 20% pudo ponerse a funcionar . El resto se está arruinando en galpones ferroviarios. Pero el mismo día de la tragedia en Once, el juez Norberto Oyarbide consideró inválidos como pruebas de ese y otros supuestos negociados una cadena de mails secuestrados de la computadora de uno de sus socios.
La maraña del poder pareciera envolverlo todo .
A menos de tres meses de haber asumido, Cristina está obligada a afrontar los problemas irresueltos de los ciclos precedentes.
Ese desafío no tiene aún respuesta porque la economía ha dejado de ser un soporte impenetrable y la política permanece ausente. La política se circunscribe a Moreno y el supersecretario, aparte de manejar la economía a su antojo, eclipsa al resto. Amado Boudou, el vice, Hernán Lorenzino, el ministro de Economía, Débora Giorgi y De Vido podrían dar testimonio. Esa inercia indujo a un ministro K a confesar con crudeza y desaliento: "Somos un gabinete que mira cómo un loco (Moreno) nos lleva a chocar contra una pared" .
Moreno ha crucificado a Boudou. El supersecretario está convencido que una trama oscura se oculta en la denuncia de connivencia del vice con una empresa, Ciccone Calcográfica, cuyo dueño sería un testaferro suyo. Ciccone había cerrado un preacuerdo con el Estado para imprimir billetes de moneda nacional por U$S50 millones. Idéntica impresión atesoran Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta, y Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. Boudou es conciente del desgaste que ese affaire -- y ciertas suntuosidades, como el arreglo de su oficina en el Senado -- le provoca entre los K y el cristinismo. La Presidenta no ha dicho nada todavía pero un movimiento en un organismo de control podría tomarse como señal: la llegada del camporista Rodrigo Cuesta a la sindicatura adjunta de la Sigen para vigilar a su titular, Daniel Reposo, un hombre de Boudou.
Nilda Garré parece todavía inmune a esa sucesión de desgracias. Aunque tiene las suyas. De nuevo los interrogante sobre el Estado al cual el kirchnerismo pone en el centro de la escena. ¿No debe ser, acaso, garante de la seguridad? ¿No debe tener también control sobre sus fuerzas, policiales, de seguridad y militares? Ninguna de las cuestiones ligadas al delito se atenuaron estos años.
Es cierto que Garré lleva poco más de doce meses como ministra de Seguridad. Pero antes lo fue de Defensa. Y aparecerían indicios sobre algún vínculo entre Gendarmería y el Ejército por el espionaje interno de las protestas sociales que fue denunciado . Garré negó la existencia de ese espionaje. Al hacerlo evidenció que hace una semana, cuando salió a replicar la denuncia, no sabía nada sobre el tema. Tampoco terminó de aclarar varias cosas: por qué razón las tareas del Proyecto X se realizan en Campo de Mayo, una dependencia del Ejército ; qué fue lo que pasó con el interrogatorio que hicieron gendarmes camuflados de los dirigentes que reclamaron en 2009 en Kraft.
Dirigentes de la oposición señalan un intercambio de información frecuente entre el comandante general de Gendarmería, Héctor Schenone y el general Jesús Milani, subjefe del Estado Mayor del Ejército a cargo de la dirección de Inteligencia de esa fuerza. Milani es un militar de confianza de la ministra de Seguridad.
Garré, como Cristina, se suele defender apelando a la historia. Exalta la política de derechos humanos del kirchnerismo y su lucha contra la impunidad. Omite, en cambio, otra faceta: también este ciclo de los Kirchner estuvo -- está -- plagado de prácticas impuras.
Extorsiones y espionajes contra propios y enemigos.
Nunca como ahora la tragedia ferroviaria en la estación Once pareció dejar al descubierto los pies de barro que sostienen al modelo kirchnerista. Los ocho años y pico de Néstor y Cristina Kirchner sirvieron para enterrar la crisis del 2001 y mejorar la condición social, de modo relativo, en base a una economía anclada en el consumo. Ese desenvolvimiento tampoco resultó parejo: los cuatro años del ex presidente fueron globalmente superiores a los de la mandataria actual. Pero ninguno insinuó siquiera soluciones para viejos problemas estructurales que arrastra la Argentina.
El horroroso accidente anunciado, que inundó de pesar a la sociedad, sirvió para corroborar que el desmantelamiento ferroviario ejecutado por Carlos Menem en los 90 fue dejado intacto en los hechos -- no en el relato -- por los Kirchner. Aunque la huella es mas honda: no se podría limitar el problema solo a los trenes; abarca a todo el sistema de transporte. Están a la vista los vaivenes y las pérdidas millonarias de Aerolíneas Argentinas.
Otro sostén que se astilla refiere a la política energética. El gobierno de los Kirchner negó en forma tenaz las advertencias sobre la crisis del sector. Cristina bramó a comienzos de este año, cuando la caja estatal dejó escapar síntomas de agotamiento, por los U$S 9.000 millones gastados en la importación de combustible. El tema energético y el del transporte reconocen un punto en común: el aplastamiento tarifario durante un tiempo excesivo rompió la sustentabilidad de ambos sectores , frenó la inversión y la renovación.
El Gobierno nunca indagó las razones de los problemas en sus propios errores. Solo lo hizo en las responsabilidades ajenas. No puede haber sorpresa por esa conducta. Ni el desgarro del miércoles pasado logró modificarla: el Estado se presentó también como querellante ( perjudicado ) por el accidente. El mismo Estado que debió hacer algo para que no ocurriera. Se podría definir como un desesperado atajo político del kirchnerismo. También, como un comportamiento cínico y desvergonzado .
De todos modos, nunca se advirtió un trato igualitario entre aquellos problemas: las concesiones ferroviarias, salvo el caso de la ex línea Roca, fueron respetadas a rajatabla.
Y corrieron sobre ellas torrentes de subsidios.
Vale una sóla referencia: en enero del 2012 TBA recibió $76,9 millones en ese concepto y recaudó solo $12,7 millones por la venta de pasajes.
Con las petroleras, en cambio, hubo serpenteos y presiones. En especial con Repsol-YPF. Primero se forzó la venta de una parte del paquete accionario español al Grupo Eskenazi, según indicaciones de Kirchner que cumplió Julio De Vido. Ahora que la crisis aprieta, la embestida K es contra sus propios socios. Ya no alcanza con el freno a la distribución de dividendos y el reclamo a la empresa para que traiga dólares del exterior. Tampoco es suficiente con la representación estatal en YPF de Roberto Baratta, un hombre de De Vido. Cristina pretendió meter en una reunión de directorio al vice de Economía, el joven Axel Kicillof. La empresa resistió, hubo acusaciones cruzadas y la intervención de escribanos. Esa relación está quebrada.
Tanto, que la Presidenta ya tendría resuelta la intervención de la empresa .
Hay muchas cosas colocadas en el país patas arriba. El gobierno se queja por la escasez de combustible que negó hasta hace un par de semanas. Y atropella contra Repsol-YPF que posee amplio dominio del mercado. La petrolera pretende importar combustible pero Guillermo Moreno, supersecretario de Comercio, lo impide para que no salgan los dólares que hacen falta. El combustible no aflora espontáneamente de las napas subterráneas, aunque el kirchnerismo parece suponer lo contrario.
En el medio del serio y dramático conflicto que plantean el sistema de transporte y la política energética emerge el Estado . También en esta cuestión los senderos entre el relato kirchnerista y la realidad se bifurcan. Cristina, quizás más que Kirchner, machaca con la recuperación del papel estatal en la economía. Puede aceptarse el carácter asistencialista que cumple ese Estado. También su condición de viga maestra del proyecto político K.
Pero resulta inepto para planificar e ineficiente en la ejecución . Vuelve además a sembrarse de sospechas de corrupción. Quizás es así porque los Kirchner se aferraron al mismo solo con la ambición de construir poder .
El Gobierno invirtió miles de millones en subsidios a las concesionarias de los ferrocarriles pero los servicios empeoraron . En el área metropolitana, en todas las líneas, se transportan menos pasajeros que en 1999. No existió ninguna fiscalizacion estatal, más allá de promesas. Se crearon dos organismos con ese fin (Adif y Sofse) que murieron en la letra. La Comisión Bicameral del Congreso de seguimiento de las privatizadas nunca logró que el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, fuera a dar explicaciones sobre su responsabilidad en el control del sistema ferroviario. Schiavi anunció que concurrirá al Congreso cuando se lo pidan. Debieron pasar 51 muertos y 700 heridos.
Semejante desorden se convirtió en suelo fértil para irregularidades y hechos de corrupción. No fueron tampoco ajenos a ellos los gremios del sector. Lo demostró el asesinato del militante del PO Mariano Ferreyra, ocurrido en octubre del 2010, que reclamaba por la efectivización de empleados tercerizados por empresas de los mismos sindicalistas ferroviarios.
Ricardo Jaime, el ex secretario de Transporte, sobrelleva una pila de denuncias. Una de ellas lo liga con la adquisición de vagones en España y Portugal, de los cuales sólo el 20% pudo ponerse a funcionar . El resto se está arruinando en galpones ferroviarios. Pero el mismo día de la tragedia en Once, el juez Norberto Oyarbide consideró inválidos como pruebas de ese y otros supuestos negociados una cadena de mails secuestrados de la computadora de uno de sus socios.
La maraña del poder pareciera envolverlo todo .
A menos de tres meses de haber asumido, Cristina está obligada a afrontar los problemas irresueltos de los ciclos precedentes.
Ese desafío no tiene aún respuesta porque la economía ha dejado de ser un soporte impenetrable y la política permanece ausente. La política se circunscribe a Moreno y el supersecretario, aparte de manejar la economía a su antojo, eclipsa al resto. Amado Boudou, el vice, Hernán Lorenzino, el ministro de Economía, Débora Giorgi y De Vido podrían dar testimonio. Esa inercia indujo a un ministro K a confesar con crudeza y desaliento: "Somos un gabinete que mira cómo un loco (Moreno) nos lleva a chocar contra una pared" .
Moreno ha crucificado a Boudou. El supersecretario está convencido que una trama oscura se oculta en la denuncia de connivencia del vice con una empresa, Ciccone Calcográfica, cuyo dueño sería un testaferro suyo. Ciccone había cerrado un preacuerdo con el Estado para imprimir billetes de moneda nacional por U$S50 millones. Idéntica impresión atesoran Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta, y Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. Boudou es conciente del desgaste que ese affaire -- y ciertas suntuosidades, como el arreglo de su oficina en el Senado -- le provoca entre los K y el cristinismo. La Presidenta no ha dicho nada todavía pero un movimiento en un organismo de control podría tomarse como señal: la llegada del camporista Rodrigo Cuesta a la sindicatura adjunta de la Sigen para vigilar a su titular, Daniel Reposo, un hombre de Boudou.
Nilda Garré parece todavía inmune a esa sucesión de desgracias. Aunque tiene las suyas. De nuevo los interrogante sobre el Estado al cual el kirchnerismo pone en el centro de la escena. ¿No debe ser, acaso, garante de la seguridad? ¿No debe tener también control sobre sus fuerzas, policiales, de seguridad y militares? Ninguna de las cuestiones ligadas al delito se atenuaron estos años.
Es cierto que Garré lleva poco más de doce meses como ministra de Seguridad. Pero antes lo fue de Defensa. Y aparecerían indicios sobre algún vínculo entre Gendarmería y el Ejército por el espionaje interno de las protestas sociales que fue denunciado . Garré negó la existencia de ese espionaje. Al hacerlo evidenció que hace una semana, cuando salió a replicar la denuncia, no sabía nada sobre el tema. Tampoco terminó de aclarar varias cosas: por qué razón las tareas del Proyecto X se realizan en Campo de Mayo, una dependencia del Ejército ; qué fue lo que pasó con el interrogatorio que hicieron gendarmes camuflados de los dirigentes que reclamaron en 2009 en Kraft.
Dirigentes de la oposición señalan un intercambio de información frecuente entre el comandante general de Gendarmería, Héctor Schenone y el general Jesús Milani, subjefe del Estado Mayor del Ejército a cargo de la dirección de Inteligencia de esa fuerza. Milani es un militar de confianza de la ministra de Seguridad.
Garré, como Cristina, se suele defender apelando a la historia. Exalta la política de derechos humanos del kirchnerismo y su lucha contra la impunidad. Omite, en cambio, otra faceta: también este ciclo de los Kirchner estuvo -- está -- plagado de prácticas impuras.
Extorsiones y espionajes contra propios y enemigos.