Tormentas causadas por el color verde
*Por Rodolfo Terragno Consenso para evitar, además de fuga de capitales, quiebras, desempleo, disminución de ingresos públicos y deuda.
No se los puede comprar sin permiso del Gran Hermano. Aun con su venia, las adquisiciones tienen un límite estrecho. De tanto en tanto, unos gendarmes vigilan las casas donde se los vende. En los bancos se los consigue pero (aunque no es seguro) dicen que, en caso de agolparse los compradores, algunos terminarán en los juzgados penales.
Se trata de unos papeles verdes.
Quienes los hayan acopiado no deben sentirse a salvo. Sobre todo si pretenden llevarlo extramuros. Unos perros de fino olfato husmean los autos de quienes van a cruzar el río. Si los sabuesos sienten el olor a poder que tienen esos papeles, el portador se verá en dificultades.
La tenencia de dólares hace presumir irregularidad.
Hay un afán oficial de atesorarlos. Para evitar que emigren, desde el poder se imponen prohibiciones de girar a otros países y una larga lista de efectos que no se pueden traer de fuera.
¿Es todo esto un devaneo? ¿Obedece, como se comenta, a los antojos de un extravagante Secretario de Comercio? No.
Las medidas serán reprochables, pero no les falta lógica.
Todo parte de una ecuación: Inflación + retraso cambiario = fuga de divisas.
Quienes viven de ingresos fijos quieren proteger su poder de compra. Como la inflación en dólares va detrás de la inflación en pesos, conjeturan que – teniendo billetes verdes y cambiándolos a medida que necesiten – harán que el salario no encoja tanto . Quienes pueden ahorrar, piensan que hoy esos papeles están baratos y mañana estarán caros. Comprándolos ya, presumen, sus ahorros germinarán .
Enfrentado a situación semejante, todo gobierno debe, como mínimo, mitigar efectos . Los gobernantes que puedan y quieran achicarán el gasto público sin lastimar en demasía a los más débiles. Para aquellos que tengan el agua al cuello, no habrá alternativa: el ajuste de urgencia es siempre indiscriminado. Estarán los que busquen un "pacto social" para moderar las demandas salariales. Otros querrán imponer, por ley o por decreto, límites al alza de sueldos. Algunos acorralarán a quienes especulen, o se crea que especulan, con las divisas. Otros, más radicales, pondrán control de cambios. Habrá los que coarten el comercio exterior. Los más violentos hasta podrían estatizarlo.
No hay, para este mal, medicina eficaz. Y todas los que se prescriban tienen contraindicaciones .
En la Argentina presente, se hacen esfuerzos por evitar un contagio que atacaría gravemente a los sectores sociales de menos defensas.
El mal fue causado por fallas de las políticas (fiscal, monetaria y cambiaria) seguidas los últimos años . Ahora, las medidas que se toman, por arbitrarias que sean y desatinadas que parezcan, tienen un claro propósito: aplacar los síntomas .
Liberalidad en el gasto y exceso en los subsidios transformaron el excedente fiscal en déficit.
A la vez, ayudaron a alimentar la inflación .
El retraso cambiario, promovido para evitar que esa inflación se disparase, ha mermado la competitividad y puesto la cuenta corriente en rojo. Los altos precios internacionales de las commodities han hecho que, hasta ahora, las exportaciones no sufrieran como otras veces. En cambio, la sobrevaluación del peso favorece la importación y amenaza con una peligrosa inundación del mercado interno.
Por eso, no por enajenación, se practican ajustes, se fuerza a las empresas a bajar precios o se entorpecen al máximo las importaciones.
El tratamiento sintomático puede enmascarar por un tiempo los efectos del mal, pero no lo cura.
La curación, en este caso, supone costos políticos elevados y requiere una cooperación que no es sencillo lograr.
Hay, de un lado, poca disposición a aceptar ayudas. Del otro, no faltarán quienes digan "el que las hace las paga". Soberbia y rencor son, siempre, malos consejeros.
Culpas aparte, el país está próximo a una zona pantanosa que es preciso vadear . El Congreso, donde las responsabilidades son compartidas, es el ámbito para los acuerdos. Si se les cortase la retirada, las autoridades podrían huir hacia delante, agravando el problema.
La inflación sólo se cura con medidas fiscales y monetarias.
El retraso cambiario, rectificando la distorsión que provocó la opinable intervención oficial en el mercado . Correcta tras la devaluación de 2002, en los últimos años esa intervención contribuyó a resentir la competitividad.
Las medidas antiinflacionarias suelen tener, en lo inmediato, un efecto recesivo; pero en estas circunstancias permitirían acumular pesos para que el Banco Central comprara, sin emitir, los dólares necesarios para alcanzar la paridad ideal : aquella que, con un peso menos fuerte, deje de sobreestimar nuestra productividad y abarate de ese modo el costo argentino en dólares. Las importaciones prescindibles se frenarán entonces por sí solas y aumentarán las exportaciones de valor agregado.
Fue esto lo que, a partir de 2002, permitió el crecimiento de las actividades productivas, el saneamiento de las cuentas públicas, la creación de empleo y el aumento del poder adquisitivo medio.
En todo tiempo y lugar, inestabilidad y sobrevaluación de la moneda provocan fuga de capitales, quiebras, desempleo, disminución de los ingresos públicos y deuda.
Claro que la política fiscal y monetaria indispensables, así como la ineludible corrección cambiaria, tendrán ganadores y perdedores.
Dejar que todas las pérdidas se carguen a la cuenta del Gobierno podría hacer que éste replicara cazando brujas.
Todo gobernante en aprietos tiende a atribuir la responsabilidad a poderes maléficos, sean foráneos o domésticos.
Pero las autoridades deben advertir que la demonización paga menos que el consenso. Las fuerzas opositoras, por su parte, podrían hacer una contribución apreciable y adquirir, así, el prestigio que merecen quienes, en tiempos difíciles, deciden ser parte de la solución, no del problema.