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Tolcachir: "Soy un poco conservador mezcla con inconsciente"

*Por Mariana Merlo. Tolcachir actúa, escribe, dirige y enseña teatro. Es reconocido tanto en el circuito off como en el comercial. Cómo creó su espacio creativo en su casa, el desafío que le provocan los límites, y el humor como inteligencia y sensibilidad.

Algo fresco que se puede gestar en un lugar inadecuado. Eso le remite a Tolcachir el título de su última obra "El viento en un violín". Durante la creación, a él no lo inquieta la incertidumbre de titular el texto. Sabe que en algún momento se le va a aparecer esa frase que pueda encabezar las líneas que tras decenas de ensayos serán representadas en las tablas. Y cuando aparece se relaja, parece ser la instancia que le resulta más sencilla.

Pero lo que sí resulta misterioso es cómo aparecen en su cabeza la historia de una pareja de lesbianas que quieren tener un bebé a toda costa, un psicólogo falto de ética, una madre dispuesta a hacer cualquier cosa (y no siempre en el buen sentido) por su hijo, y este hijo perdido en la vida, y que todos se crucen en una misma historia que tenga sentido y sea un disparate al mismo tiempo. "El viento en un violín" habla del amor, la locura, la violencia, la aceptación, los límites, la resignación. Ahí, en Timbre 4, ese teatro que fue casa hasta hace poco, que es escuela, que fue un prostíbulo, que es bar, que fue un sueño.

En medio de la crisis de 2001 un grupo de actores que transcurría sus veintipico encontraron un PH sobre la avenida Boedo entre Independencia y México. Era el timbre 4, al fondo de un pasillo que también transitaba un vecino, que los denunciaría por narcotraficantes y proxenetas en diversas oportunidades. Pero para ellos la cosa funcionaba al revés, cuantas más adversidades, más triunfos. El lugar, adoptado como casa por Tolcachir, se convirtió en teatro en muy poco tiempo. Allí se gestaron "La omisión de la familia Coleman" y "Tercer cuerpo", entre otras elogiadas piezas del off, en medio de situaciones bizarras.

El vecino denunciante creía que eran delincuentes, que la casa estaba tomada, que se prostituía gente, y sin saberlo en vez de calmar al monstruo lo fortaleció. Para poder entrar al teatro a escondidas, encontraron una fábrica de sillas abandonada en México 3554 que se conectaba con el pequeño espacio. Hoy, esa antigua propiedad es una extensión de Timbre 4 y posee una sala para 190 personas y un bar en la entrada. "Si me hubieras preguntado hace 10 años qué quería, yo te hubiera asegurado que no quería tener un teatro. Era mucha responsabilidad, mucho tiempo de dedicación", reconoce Tolcachir antes de admitir que "así como te dije eso, a la media hora capaz vi un lugar y armé un teatro".

–¿Existe un temor al crecimiento excesivo, a la pérdida de identidad? Timbre 4 pasó de ser una pequeña sala escondida a un lugar reconocido en el ambiente teatral.

–Sí, un poco le temo al crecimiento. Soy un poco conservador pero mezcla con inconsciente. Racionalmente soy súper conservador, muy temeroso, temeroso a la ambición, no pretendo cosas. Pero hay otra parte mía a la que le gusta mucho hacer, que no puede quedarse quieta. Y se ve que me gana esa parte.

–En una crítica en España, celebraron su "identidad propia y la no recurrencia a un modelo europeo". ¿Hablaban de una identidad argentina o existe una "tolcachireana"?

–Creo que si hay una identidad es personal, no creo que haya una identidad argentina o latinoamericana y europea. Me crié, respiro y vivo afectado por mi entorno que es porteño, argentino, nacional y popular (risas). Entonces, seguro en mi teatro la identidad es argentina, pero yo no trato de hacer teatro argentino sino que hago un teatro mucho más egoísta que es para mí y para las 4 o 5 personas en las que pienso cuando escribo. La palabra identidad la relaciono con lo genuino. Yo intento hacer un teatro que me guste mucho a mí. Y eso supongo que tiene alguna identidad propia, seguro más cercana a la argentina, a la latinoamericana que a la europea, porque los medios de producción son diferentes, las características son diferentes. Pero después vas allá y te das cuenta de que se identifican, o sea que no somos tan diferentes. A ellos (los españoles) les gusta que podamos hacer mucho con muy poco, que los actores estén en un lugar absolutamente fundamental en el teatro, que el teatro esté vivo.

–¿Existe el circuito off allá?

–Muy poquito, recién ahora está renaciendo. Existió con la vuelta de la democracia. El éxito económico hace que estas cosas no sucedan en general. Cuando hay una estructura muy grande de subsidios, está buenísimo porque todo el mundo puede vivir de eso, pero al mismo tiempo vos no hacés nada. Lo más lindo que está pasando ahora en España es que empezaron a tener muy en claro lo que querían decir, tienen ganas de hablar sobre lo que son, sobre lo que les está pasando.

–Hubo una reacción que no se venía dando...

–Sí, la gente salió de un lugar de comodidad en el que nosotros estuvimos también. Por eso estoy seguro de que va a venir algo mejor. Nosotros tenemos mucho entrenamiento en hacer sobre la dificultad, no sabemos qué hacer con la abundancia. Sabemos resolver problemas y hacer de esos problemas una idea. Y yo prefiero la dificultad de los límites, del espacio, de la producción; todo eso siempre me resultó un desafío y un estímulo. Creo que si alguien viene y te dice: "hacé la obra que quieras, con la plata que quieras", no sabés qué hacer.

–De no haber tenido tantos problemas con un vecino, quizás el teatro no se hubiera expandido.

– ¡Seguro! Si yo hubiera tenido un contrato en televisión seguramente no hubiera dirigido y no hubiera armado mi grupo, no hubiera necesitado hacer algo. Todas las cosas más importantes que hice, las hice desde el vacío más grande. Era el suicidio, exagerando, o la creación. Lo mejor de todo pienso que es mi familia, me acompañaron en cada locura que hice, mi familia sanguínea y mi familia política. Mi vieja siempre decía: "algún culo va a sangrar". Yo me crié con esa cosa de que nunca había límites, no había nada que no se pudiera hacer. De verdad lo digo, y no como una cosa heroica. Era una inconsciencia total. Podía haber salido muy mal y nos podrían haber subastado la casa.

Sólo bajo una crianza liberal y con padres de mente abierta, Claudio podría haber crecido de la manera en que lo hizo. Personal y profesionalmente hablando. Su madre es médica especialista en fertilidad. Su padre, que toda la vida arregló televisores, se convirtió en actor por influencia de su hijo. Las relaciones familiares son eje en varios de los textos de este director en apogeo, y "El viento en un violín" es un ejemplo.

–Hay un humor muy incómodo en la obra. La sensación de que uno ríe y que está mal hacerlo, que será juzgado. ¿Es una manera de aliviar el dramatismo real que tiene?

–Sí. Yo no podría mirar el mundo sin humor, porque es muy terrible. Creo que a partir de él uno llega más al fondo de las cosas. Hay temas sobre los que encontrás, a través del humor, la forma de hablarlos. El humor no lo superficializó, sino que te facilitó el camino para poner sobre la mesa cosas que de una manera cruda tal vez no se puede hacer.

–¿Puede ser profundo el humor?

–Sí, claro, es muy profundo. Para poder reírse alguien se tiene que identificar con lo que está pasando, y de alguna manera tiene que aceptar que eso existe y que existe para él. Cuando escribo las obras me divierto mucho, me río muchísimo de las barbaridades que les hago decir a los personajes. No puedo escribir una escena hasta que no me causa gracia, hasta que no me parezca que tiene una cuota de absurdo, que me conmueva, me asuste. Y en gran parte tiene que ver con que algunas cosas terribles me causan mucha gracia. Hay gente que no se ríe nada, y a ellos creo que les duele mucho más, salen muy golpeados. A mí me gusta cuando el público puede permitirse ese humor porque yo no quiero torturar a nadie, me gusta que se puedan involucrar y reírse es una forma de involucrarse en lo que está pasando. El humor también es inteligencia y sensibilidad.

–Y es una manera de equilibrar?

–Sí, totalmente. Hay algo que dice Molière que a mí me gusta mucho. Que es que cuando vos vas a ver un drama llorás durante la obra, te vas a tu casa, y decís "que bien, he llorado". Pero que cuando te reís se te abre la boca para reír y se te abre la cabeza para pensar.